viernes, 22 de enero de 2021

Güelcom mister Biden

El pasado 20 de enero de este falsamente esperanzador 2021 inició una nueva era para la historia política de los Estados Unidos de Norteamérica. La asunción de Joe Biden a la presidencia da un respiro para la sociedad norteamericana, la cual esta sumida en una de las peores crisis de su historia.


Por un lado, la pandemia se ha cobrado hasta hoy la vida de veinticuatro mil ochocientos veinte norteamericanos con una cifra inverosímil de contagios, uno punto seis millones. Las cifras por supuesto que dan miedo, sobre todo cuando pensamos, o suponemos, que cuentan con uno de los sistemas de salud más sofisticados y eficientes el mundo, lo que es absolutamente cierto sin considerar la variante de que la gran mayoría de habitantes de la tierra de los jotdogs y las hamburguesas, no tienen un seguro que les de boletos para la atención médica de cinco estrellas. El coronavirus entonces los ha encerrado en un cuadrilátero sanitario sin escape, les ha dado un paliza y sigue con los guantes puestos.

Por si eso fuera poco la polarización de diversos sectores tras una de las eleciones presidenciales más vodevilezcas de la historia ha abierto en canal la estabilidad social de uno de las naciones más diversos del planeta. 

Vale la pena recordar que, todo país, toda cultura, se nutre, crece, florece a través de la variedad de pensamientos, de la influencia de otras formas de pensar que se inyectan en un grupo social a través de las migración, la cual va forjando los pilares mestizos de un pueblo. Entonces, negar la variedad de razas, cultos, ideologías y por ende posturas políticas es negar las raíces más profundas de la construcción de un paìs como es Norteamérica. Tal vez ese fue el primer error, de muchos, de mister Trump; sacar a relucir su racismo sistemático y su desprecio por las minorías, que en suma, son la gran mayoría del pueblo norteamericano.

Por fortuna, los estadounidenses entendieron, dolorosamente, que lo que necesitaban en la casa blanca era un político de cepa y no un gerente regordete, anaranjado, mentiroso y narcisista, que envolvió a los electores en la idea absurda de manejar un país como un grupo empresarial donde con despotismo se puede mandar a los empleados, olvidado que quienes lo eligieron son ciudadanos con derechos, formas de pensar no siempre acordes, pero sobre todo que al contrario de una empresa, son ellos, los ciudadanos, los jefes de quien despacha en la oficina principal.

Sin embargo, el triunfo de Trump hace cuatro años tenía una razón de ser, las políticas de Obama resultaron ser demasiado “abiertas” para un pueblo conservador como el gringo, lo que perneó en un descontento, sigiloso pero generalizado, en los sectores más tradicionalistas de ese país. Es decir, a pesar de que lo impulsado en derechos civiles, derechos LGTB y de apoyo a desposeídos (entre otras muchos logros) era humanamente necesario y a todas luces importante, no logro mantener el equilibrio entre lo que, esa diversidad de la que hablábamos arriba, necesitaba para sentir una estabilidad social. 
El reto del cuadragésimo sexto presidente de los Estados Unidos, es emprender reformas e innovar políticas que le den esas sensación de estabilidad a todos los sectores sociales, tarea que por supuesto no será sencilla y requerirá de toda su habilidad política y de la experiencia que obtuvo durante sus ocho años como vicepresidente de Barak. 

El mundo en general, respira ahora tranquilo, sabiendo que la nación “más poderosa” de occidente esta en vías de apaciguarse y moderando su papel y su influencia en el desarrollo de lasa actividades mundiales como la económica. 

La pesadilla Trump ha terminado y ha dejado un resaca que durara un tiempo, tal vez desaparecerá con el juicio político contra el magnate que ha amenazado con fundar un partido político que respalde su nueva candidatura para dentro de cuatro años. Su hambre de poder y su deseo de polarizar continúan, será tarea de Biden darle el tiro de gracia, políticamente hablando.

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