viernes, 22 de enero de 2021
Güelcom mister Biden
viernes, 15 de enero de 2021
La reflexión, ¿una reliquia?
Los tiempos son aciagos. Sobre todo porque están desprovistos de la más útil, ancestral y apreciable de las cualidades: La reflexión. Hoy que estamos rodeados hasta la saciedad de las redes sociales –sitios donde la opinión fugaz, ligera y malintencionada, ocupa la mayoría de publicaciones–, la oportunidad de crecer intelectualmente a través de ellas es más que milagrosa. En este escenario oscuramente denso como el último tramo de Machbet, encontrar publicaciones, ya sea digitales o en papel, que privilegien el pensamiento, es un respiro, profundo y de aire fresco, intelectualmente fresco.
La luz del medio día de Salvador Franco Cravioto es uno de esos respiros. En veintitrés textos el autor reflexiona como quien toma un paseo después del almuerzo. A paso lento pero constante va dilucidando los asuntos que aquejan al mundo, a su mundo, al mundo que perciben sus sentidos y que su mente no puede dejar pasar de largo; su pensamiento va de la fe a la educación, de la política a la cultura, a las ideologías, a la maldad.
El autor, pachuqueño de nacimiento y universal por vocación, echa mano de uno de los artilugios analíticos menos presentes en la actualidad: el enciclopedismo. La visión total de los temas que le interesan es una de sus obsesiones; tratar de mirar de varias perspectivas, de todas si esto fuera posible; un tema que ocupa su interés nos da la posibilidad de encontrar en sus artículos la cada vez más escasa posibilidad de “aprender” mientras se lee.
Pero sobre todo, La luz el medio día es un dialogo; Franco inicia sus textos con citas de autores que le han marcado y con los cuales inicia una charla de frente, desde el turbulento siglo XXI, para explorar los concordes y confrontar (en el mejor sentido del término) los antípodes puntos de vista sobre el devenir de la historia y la cultura. Así, Salvador se sienta a dialogar con Sartre, Descartes, Kant, Bachelard y Raúl Arroyo entre algunos otros.
Salvador Franco es heredero de un a estirpe de intelectuales que desde el siglo XIX ha marcado la historiografía hidalguense con políticos e intelectuales sobresalientes y de una gran influencia para el pensamiento mexicano desplegado por los últimos tres siglos. El personaje eminente de esta línea es Alfonso Cravioto, fundador de la revista Savia Moderna, la cual dio origen del Ateneo de la Juventud, movimiento precursor y detonante innegable de la cultura y la literatura mexicana del siglo XX; la admiración que Salvador siente por Rafael me consta y ha sido el motor fundamental para que Franco haya emprendido proyectos editoriales, como Savia Contemporánea, secuela afortunada que, a finales de la primera década de este siglo, hubiéramos querido que durara más.
Es ahí, en la estirpe de la cual se sabe el cabo más reciente, es donde la semilla de su inquietud ha encontrado tierra buena, forjando esa personalidad decimonónica que lo caracteriza; propio, mesurado, incisivamente analítico con el impulso progresista de quien quiere transformar su entorno a través de la palabra pensada, escrita o dicha.
El autor se presenta con un estilo conciso y personal, que define ya muy bien su voz literaria y proyectando una obra que navegará, como lo ha hecho hasta ahora, entre la poesía y la filosofía sin peligro de naufragios en el horizonte.
Cada texto, intentado para la lectura ingrávida de un diario, se transforma a la segunda línea en un pequeño ensayo que exige del lector un esmero particular, invitándolo al análisis concienzudo de su propuesta intelectual, llevando al más distraído a los linderos del debate y la propuesta.
Lectura obliga internarse en los aparentemente tersos parajes de este libro, advirtiendo al posible lector que volverá embelesado de la dulcemente desquiciante sensación que sólo deja el profundizar.
Un acierto que la editorial independiente Vozabisal, dirigida con pasión por el poeta Hans Giebe, apueste por autores jóvenes que desmenuzan la actualidad con el más antiguo, brillante y, lamentablemente, cada vez más en desuso, crisol del pensamiento: la reflexión
lunes, 11 de enero de 2021
Migración
- W.S. Merwin
Llegan oraciones de muchos veranos
para descansar un momento
hasta que se hunda debajo de ellos
y reanuden su viaje
volando de noche
con el sonido
de la sangre corriendo por un oído.
sábado, 9 de enero de 2021
viernes, 8 de enero de 2021
La muerte, aun sin permiso
Es de mañana. Estoy sentado frente a la titilante hoja en blanco emulada en la pantalla de la mac. Viene a mi mente aquel majestuoso cuento de Edmundo Valadés, La muerte tienen permiso. Es crudo, si duda, el retrato de la justicia a propia mano, de un México que quisiéramos ya hubiera dejado de existir. “No hay alegría ni dolor en lo que dice…”, resuena en mi cabeza esa frase casi al final del relato. La muerte merecida, ganada a pulso por mezquindad y avaricia, por ser ojete; el ojo por ojo, el diente que miente.
Pero, ¿cuando la muerte llega sin permiso, alevosa y cruel? No hay alegría, pero sí dolor en lo que se dice, en lo que se siente. En un par de días me llegan noticias –tan malas que han cruzado la meta batiendo todas las marcas posibles–, de la muerte de dos amigos, colegas de los medios de comunicación con quienes trabajé en diversas ocaciones, algunas de ellas no hace tanto tiempo: Alberto García Salazar, camarógrafo y el locutor Fernando Coiffier.
A Fer lo traté desde mis lejanos días como funcionario en la radio estatal hace veinte años; amable, espontáneo, divertido. Callado. Sostengo que aquellos que trabajan con la voz suelen ser los más callados, pues conocen mejor que nadie el valor de las palabras y el silencio. Tenía el don de la locución y era profesional como pocos. Sus tormentas personales, que no eran para nada pequeñas, nunca esombrecieron el optimismo que transmitía en el micrófono; habilidad que siempre le admiré.
El sargento, Alberto, fue mi camarógrafo en varias ocaciones; suficientes para que no pueda recordar con exactitud cuando lo conocí. Solidario, buen compañero, hacía su trabajo concentrado y puntilloso. Su seriedad contrastaba con la amistad franca que te ofrecía, gracias a la cual el trabajo de televisión, que suele ser tenso y presionado, fuera ligero y mucho más disfrutable. A los dos me los topé en las últimos días de noviembre o tal vez en los primeros de diciembre, mientras visitaba las instalaciones de Radio y Televisión de Hidalgo.
Otro compañero de los medios de comunicación que nos ha sido arrebatado por la pandemia fue Manolo Larrieta. Nunca tuve el honor de trabajar con él, pero siempre recibí de su persona excelente trato; admiré su talento y tenacidad como profesional. Su voz y su estilo, tan familiar para todos los pachuqueños, se echa de menos.
En este momento viene a mi mente Antonio Sánchez, quien no era solamente el “contador” en la oficina gubernamental donde laboro. En los dos años que lo traté se tejió entre nosotros una cordialidad que pronto dio destellos de amistad, reluciendo sobre todo en aquellos breves momentos en que el trabajo tiene intenciones de desacrrilarlo todo. Toño falleció a principios de diciembre pasado, después de batirse cuerpo a cuerpo contra el maldito virus desalmado.
Siempre he creído que la muerte nos purifica, que todos alcanzaremos la bondad absoluta cuando ya no podamos disfrutar de ese epíteto. A muchos de nosotros nos vendrá bien morir para lograr lavar lo más percudido de nuestros actos. Pero cuando mueren amigos que verdaderamente eran buenas personas, el dolor que esto causa es refulgente. Cegador.
Ahora que estamos tan vivos y tan rodeados de la muerte. Ahora que la lista de amigos y familiares que han partido se crece como una avalancha casi imposible de detener. Cuando se vive entre la zozobra y el desamparo, acorralados por la muerte que se asoma de la mano de la pandemia, inoportuna y voraz. Ahora es cuando debemos celebrar la vida no dejando pasar la menor oportunidad para una llamada, un mensaje, una palabra que devele nuestro afecto. De compartir, a la distancia, momentos con aquellos que nos acompañan en la difícil tarea de lo cotidiano. Que esa sea nuestra manera de protestar, de alzar la voz y decir que la muerte llega, inevitable, pero sin nuestro permiso.
lunes, 4 de enero de 2021
viernes, 1 de enero de 2021
Recalentado pandemico 2/2
Dos mil veinte, el año de la pandemia. Un año desalmado cuyo frente principal ha sido la emergencia sanitaria que en estos días ha adquirido claroscuros desesperantes; países enteros que regresan al aislamiento a piedra y lodo mientras las vacunas van siendo distribuidas al primer frente de las tropas con vistas cercanas de que puedan ser la solución eficaz contra el virus desgraciado que nos cierra el paso a cada movimiento que damos.
Pero el azote pandémico ha venido acompañado de otros males (nunca vienen solos, solía decir mi abuela María), en muchos rubros y quehaceres, no sólo desde una perspectiva laboral, económica, social; si vamos al detalle, la cultura ha tenido un año de claroscuros.
Los oscuros. El desdén, abierto y descarado, con que el gobierno federal ha manejado los aspectos relacionados con el arte y la cultura, eso sin contar los desplantes a la ciencia y al deporte. Ya desde el inicio de un sexenio progresista que prometía dar un trato preferencial a lo que antes había sido soslayado –como lo ha sido siempre la cultura, en cuyas filas López Obrador había encontrado no sólo apoyo, sino un verdadero respaldo para apuntalar su entonces imagen de candidato de izquierdas, rodeado de artistas e intelectuales que apostaban el todo por el todo en su proyecto de nación–, el chasco fue rotundo.
La desaparición de programas de becas, apoyos y fideicomisos fueron síntomas siniestros que mostraron la verdadera intención de la cuatro-te hacia el sector artístico y cultural. Enmascarados en el áspero velo de posibles corruptelas, en lugar de revisar, detectar, erradicar y rediseñar los esquemas de participación y operación de esas políticas culturales (me gusta pensar que eran “políticas” bien intencionadas y no solamente nimias dádivas para acallar conciencias) optaron por el sencillo camino de la eliminación. No dudo que en esos programas hubiera personajes prestos a buscar y conseguir favoritismos con carreras artísticas ya encumbradas a base de compadrazgos; pero también creo que se desprotegió a un sector que brega por consolidar sus carreras creativas con el apoyo de estímulos económicos que les permitan más tiempo fuera de otras labores para dedicarse a su trabajo artístico.
Pero la ofensiva no paró ahí. El desprecio mostrado en numerosas ocasiones por el Presidente en sus mañaneras hacia el sector artístico, diciendo incluso que ahora sí, a través de las becas universales para jóvenes, se estaba apoyando verdaderamente a la cultura, alcanzó niveles apoteóticos cuando quedo al descubierto (por un error digno de la más tonta película de enredos), un chat creado por los propios funcionarios culturales para desactivar a los colectivos de artistas y creadores que constantemente les exigen hacer su trabajo y dar resultados a sus necesidades. Como siempre ocurre, o ocurría en otros gobiernos donde la cultura no importaba, el incendio se apagó con baldes de agua; se notifico de algunas renuncias en los niveles menores cesando a los funcionarios directamente responsables del hecho, pero no alcanzó a ningún mando, ni siquiera medio, de la secretaría de cultura federal. Pero aún, la Secretaria anunció en las ultimas semanas que por recortes presupuestales desaparecía una subsecretaría, la asignada a la querida y admirada Natalia Toledo, y que sus funciones sería absorbidas por el propio despacho de Alejandra Fraustro. ¿Pues no que no iba a haber recortes en el sector? ¿No que no iban a ser iguales a otros gobiernos? No, no lo han sido; en relación con lo cultural han sido mucho peores.
Al inicio escribí “claroscuros”, pues ahí van los claros. La pandemia elimino la posibilidad de eventos presenciales y esto afectó directamente a la industria cultural que se mueve con el pago de entradas, compra de artículos y bienes culturales, etc. Sin embargo, la creatividad ha permitido que se inauguran nuevas maneras de atraer a los públicos con la aplicación de plataformas tecnológicas que, si bien carecen de la emotividad de la cercanía, han sido un solaz en medio de la tormenta para un quehacer pocas veces valorado como se debe: el arte y la cultura.
Antes de terminar, aprovecho la oportunidad de desearle, estimado lector, un nuevo año con mejores perspectivas para usted y los suyos, con la esperanza de que el 2021, sea mejor ponderado que su antecesor. Un abrazo.