viernes, 23 de octubre de 2020

La estirpe de la maldad

 Nómada de las tempestades, / estibador del caos ineludible, / del destrozamiento.

En el duelo vernáculo más famoso del cine mexicano, Jorge “Bueno” Negrete increpa a Pedro “Malo” Infante, su facineroso talante, haciendo referencia a su abuelo: “¡Uy que malo! Hay que comprarle su león.” Pedro Malo entonces, ¿era malo por tradición o por herencia?, ¿por vocación o por talento?, ¿por decisión? Al fin de cuentas el malo no eran tan malo y el bueno tampoco tan bueno.

Estas filosóficas preguntas sobre la maldad humana, su origen y destino, son abordadas con inteligencia y causticidad en el nuevo libro del poeta Hans Giébe “Linaje de Caín” y aparecido en una nueva colección (de la que aún no se sabe mucho) denominada “Aires del Festival Internacional de Poesía Ignacio Rodríguez Galván” y auspiciada por la LXIV Legislatura del Congreso del Estado de Hidalgo.

El libro, un poema de largo aliento plagado de matices diversos, recorre desde el inicio de los tiempos, según la tradición judeo-cristiana, la maldad en el mundo. La inquina fundada cuando el primogénito del primogénito de todos los tiempos alza la mano contra el benjamín primigenio. Caín inaugura la venganza en el mundo y también el exilio; celoso de su hermano lo asesina y después huye.

Caín se pierde en oasis refulgentes / con su pequeña rémora / diestra en lo maligno.

Con una habilidad envidiable, Giébe traza un poema profundo y melancólico, que recorre sin pausa, pero sin apresuramiento, los recovecos de lo malo, encontrándose no sin sorpresa que ellos se encuentran en lo más recóndito de nosotros mismos. Sin que le tiemble la mano, el poeta escribe: (…) el linaje de Caín es ventisca asoladora; nos impulsa y nos azora, dilata nuestras pupilas y nos provoca empuñar un arma de aire hasta hacernos daño. Pero el odio no puede estar presente sin el amor o su ausencia.

“Dime, madre, si de niño / el charco transparente contenía mi rostro. / Dime, si el labio seco de las aves se fundía / en la hoguera de otro labio. / ¡respóndeme! / si el sello de maldad es indeleble / en el corazón de cada uno de nosotros”

Con destreza Hans Giébe va entrelazando la luz con la oscuridad, dejando ver que en el feroz rencor del condenado la añoranza y el deseo de dejar de deambular por el mundo aparecen como fulgores de esa maldad que todos destilamos; esa, la humana, la que por difícil que sea de creer, a pesar de todo, está cargada de bondad, de benevolencia.

Y de pronto… / la sangre vagaba insomne en las paredes.

Pero el poeta no se queda a pastar en las lindes del personaje aludido. No. Va más allá y deja caer el puño sobre la mesa para señalar el abuso de los poderos; el odio, la persecución, las guerras, el genocidio. Su crítica es puntual y coloca al acusado frente a nosotros, poniendo un espejo delante de todo aquel que quiera mirar. La maldad somos nosotros, está intrínseca en nuestra naturaleza; “no hay una bueno”. El linaje maldito lo tenemos todos, la heredad de la malicia nos persigue y traza una línea de sangre a través de nosotros… para perpetuarse.

Veneros en una realidad que no caduca, / cañadas que rústicos lamentos nos segregan / en genocidios maquillados / más allá de los vestigios citadinos. / Expertos son en el cultivo de cadáveres.

Con este libro Hans Giébe se devela como uno de los mejores poetas hidalguenses. Nacido en Pachuca, ha sabido cultivar la universalidad necesaria que todo escritor necesita para alcanzar una voz propia, pero sobre todo, en cada verso salta a la vista su amplio bagaje enciclopédico, tan falto en estos tiempos en que cualquier, con dos versitos descoloridos se autonombra poeta en las redes sociales. Si alguien quiere encontrar una propuesta poética honesta y bien sostenida en la más antigua de las tradiciones, debe asomarse a las páginas de “Linaje de Caín”. Al cabo que no hay maldad más austera que la de los poetas.

Es cierto, el Caído se va al infierno, / pero con lira en mano / con la intención de estragar nuestras dolencias / y los clamores de los condenados.

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