viernes, 21 de agosto de 2020

Murakami y la vara del funambulista

Guardar el equilibrio: habilidad pocas veces vista; característica fundamental para avanzar sin trastabillar. Todo en la vida debe tener equilibrio. Los ingredientes de un guiso, equilibrados para un buen sabor.  La pasión desenfrenada, equilibrada para no arrojarse al precipicio de la soledad. Una buena película, equilibrada en su ritmo y línea argumental para que no nos pese a los quince minutos de iniciada. Un buen libro, no se diga, equilibrado para llegar al final y cerrarlo con la sensación de que algo se echa de menos.

Foto: Estación Libro

Equilibrio es la palabra que me queda, como resabio, al terminar “La muerte del comendador / Libro 2”, el libro publicado más reciente de afamado Haruki Murakami. No es la primera vez que el autor japones apuesta por historia en fascículos, ya lo había hecho con 1Q84, la orwelliana historia de amor entre una instructora de gimnasio y un matemático que ocurre en un Japón distópico. A partir de la elección de la “forma” en que presentaría su nueva historia, parecería que Murakami ha zurcido con detenimiento y punto invisible, señales que nos recuerdan algunos de sus libros anteriores ⸺incluso en frases dictadas por su narrador principal, un pintor recluido en una casa perteneciente a uno de sus ídolos artísticos (y padre de un amigo suyo), Tomohiko Amada. En ese lugar enclavado en las montañas ocurren sucesos sobrenaturales que tienen más que ver con la filosofía del concepto y la idea que con apariciones fantásticas de seres que parece salirse de un cuadro y tomar vida. Es este punto, donde el autor explaya esa habilidad ensayística con que soporta ideológicamente sus historias y un rasgo sustancial en el estilo de este escritor constantemente candidateado para el Nobel. Temas como la soledad, los recuerdos, el tiempo como ungüento para las heridas emocionales, aparecen como estelas que recorren la trama de la novela. Aun cuando el autor ya había tocado varios de ellos, lo hace desde perspectivas novedosas que se entremezclan con su habilidad para mantener al lector interesado y en ocasiones al filo de la página; siempre que se lee a Murakami uno quiere seguir y seguir.

Pero, además, sucesos que ocurren en las páginas de La muerte del comendador… reaparecen como esas señales de las que hablaba antes y que son atisbos a su pasado escritural; como si quisiera hacer un recuento o incluso ajustar cuentas con sus historias anteriores. En este libro, al igual que en Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, un agujero en el suelo es una puerta a una dimensión que determina la realidad; alguno de los personajes, un solitario millonario, bien podría ser protagonista de un nuevo cuento para Los hombres sin mujeres; anécdotas del narrador que bien podrían ser parte de las narraciones de Después del terremoto, entre otros guiños.

Si bien, Murakami ejerce con soltura su vocación de narrador, La muerte… es también un arriesgue en el estricto sentido del escritor ficción; describir  mundos fantásticos y hacer hablar a personajes que en ellos habitan es siempre una delicada esgrima de la que Murakami sale bien librado.

Murakami no se repite con esta novela, se recrea y permite a sus lectores regocijarse con esa habilidad para avanzar sin tambalearse en las alturas, con una trama tersa y sorprendente. Si bien es una nueva oportunidad de gozo para los seguidores de este autor japones amante del jazz y del running, no creo que sea una buena puerta de entrada a su literatura; podría parecer densa y seguramente ahuyentaría a un lector novato.

La muerte del comendador / Libro 2, merece mucho la pena como segunda parte y completa una historia ambiciosa y lúcida de un escritor que narra por el puro y llano placer de hacerlo, como una pirueta que se aprecia a la distancia pero que eriza la piel del más despistado. Leamos a Murakami que camina despacio, en las alturas, sosteniendo el equilibrio en sus manos.

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