viernes, 12 de junio de 2020

El galope de las falangetas


Mi madre me enseñó a escribir a máquina. Lo mismo hizo con mi hermano menor. En ambos casos para ella fue una manera, más que de compartir, de heredar su conocimiento individual pues había estudiado para mecanógrafa y había trabajado como “secretara del director”, puesto reservado para alguien altamente calificado. De alguna manera quería que sus hijos aprendieran lo que mejor sabía hacer: escribir a máquina.


Recuerdo entonces con gran emoción que, cuando entré a la universidad, mi madre me lego enteramente la posesión de una Olivetti Lettera color crema que habíamos utilizado para los esporádicos trabajos mecanografiados que pedían en la preparatoria que yo acababa de terminar y en la secundaria que por ese entonces estaba terminando mi hermano Carlos. Tener la máquina de escribir en mi habitación fue más que reconfortante, fue un designio avizorado que comenzaba a cumplirse, el de ser escritor. En aquella máquina de escribir pasé en limpio los poemas de un primer libro que, por fortuna bien concebida, desaparecieron en las manos de una primera novia a quien se los regalé encuadernados como prenda de nuestro eterno amor con caducidad; cuando terminamos, más por razones de distancia que por otra cosa, en un arranque de furia los destruyó. Digo que fue una fortuna porque ese libro era francamente malo, muy malo. También, en otra ocasión, ya entrado en el aquelarre del segundo semestre de Ciencias de la Comunicación, dediqué un fin de semana entero, desde la tarde del viernes hasta la noche del domingo, en escribir un cuento que nos habían pedido como trabajo final de una materia (redacción dos, supongo); debía tener veinticinco cuartillas en total y como yo ya tenía un floreciente negocio de hacer más de un trabajo y venderlo al mejor postor, en aquellos tres días escribí tres cuentos, un total de setenta y cinco cuartillas que, para un incipiente autor aspirante, eran una barbaridad. Alrededor de un año y medio después, la Lettera se jubiló gracias a la presencia de una computadora de escritorio; todo aquello ocurrió cuando el siglo XX apenas agonizaba.

En fin, toda esa cascada de recuerdos se ha volcado en mi memoria ahora que estoy escribiendo, por primera vez, en una nueva portátil. Pasé más de un año sin tener una computadora propia, lo que puede no significar nada para usuarios que les da lo mismo revisar redes sociales o YouTube en la Lap que en el móvil, pero para alguien como yo, que vive de escribir, resultaba ser una verdadera monserga. Así que, hacer galopar las falangetas por primera vez sobre este teclado, escuchar el suave golpeteo de las teclas al ser salvajemente oprimidas por mis yemas, tener que acostumbrarme a poner el acento que ahora se aloja junto a la eñe y no junto a la pe como en la computadora prestada que utilicé hasta ayer, ha sido una maravilla; pero sobre todo, disfrutar y mirar desde esta orilla, lo que mi madre me enseñó con tanto ahincó porque “seguramente alguna vez te será útil” y vaya que lo ha sido para mí. El disfrute de esta mañana es pues, de tal magnitud, que he dejado a un lado lo que la Flaca me había sugerido para escribir hoy. Ya lo escribiré para la siguiente semana.

Paso cebra
Pareciera que cada viernes esta columna incluye un obituario. Pero es que la muerte ronda implacable, de cualquier forma en que se le antoje: haciendo del virus maldito su caniche o con presentaciones en solitario, le da igual. El meollo del asunto es que se carga a gente que, a pesar de la distancia geográfica y hasta personal, sentimos muy cercana. Es la muerte de Pau Donés algo que no puede pasar inadvertido en casi todas las latitudes hispanoparlantes y tal vez también en otras de extranjería, pues su música, más que muchas, era un lenguaje universal. Quedan esos versos que inoculó en mi tierna juventud: “yo nací en la cara mala / llevo la marca del lado oscuro…”. Él que era el Jarabe de Palo en esencia y en corpulencia y que nos dejó el mejor eufemismo para el amor de nuestra vida: “Cómo quieres ser mi amiga…”. Buen viaje Pau, nos vemos pronto.

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