viernes, 10 de abril de 2020

FONCA, ¿mal necesario?


Nos sacude del anquilosamiento pandémico la noticia del decreto presidencial que esta semana dio por terminados los fideicomisos en el gobierno federal. En el ámbito cultural esta decisión el ejecutivo afecta directamente, y para empezar, los fideicomisos que sostienen la operación del FONCA, del FOPROCINE y de San Idelfonso. Sin duda, los tres rudimentos de promoción cultural han tenido sus pros y sus contras, y granjean una numerosa cantidad tanto de detractores como de miembros de la comunidad artística que apoyan su conservación.

Sin meternos en el brete administrativo-jurídico que implicará mantener estas herramientas de la Secretaría de Cultura federal por sobre la extinción presidencial de los fideicomisos (los cuales también afectan al sector deportivo y científico), vuelve a ponerse sobre la mesa el debate de si deben o no desaparecer, sobre todo el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, mejor conocido como el FONCA, que ha sido objeto de análisis y critica desde el inicio de la cuarta transformación.

El Fondo ha tenido ya tres directores en lo que va del sexenio (el gran Mario Belletin que despertó gran entusiasmo y esperanza de cambio, María Nuñez Bespalova y Adriana Konzevik, quien por cierto llegó a la dirección sin aspavientos por una silenciosa puerta trasera), lo que hace suponer que la papa caliente nadie puede o nadie quiere tenerla en las manos.

Sin duda, el mecanismo de mecenazgo artístico en México ha dado sus frutos. Tras 31 años de existencia el FONCA ha impulsado una pléyade de creadores que han trazado el rumbo del arte en México, pero también, ha fomentado la actividad de artistas mediocres cuyo paso por la cultura no solo ha sido dañina, lamentable y, en el mejor de los casos, imperceptible.

En estos días, las huestes a favor y en contra de su conservación esgrimen sus argumentos después de haber salido de la feria; por un lado los creadores beneficiados durante años y años por el Fondo abogan por su conservación y levantan la sospecha de que intentan conservar sus privilegios lo más que se pueda; por otro lado los detractores están conformado por aquellos creadores que, tras intentarlo numerosas veces, no han sido beneficiados por esta falsa panacea del arte en México, alegando que el Fondo se ha burocratizado en exceso y ha facilitado, por decirlo menos, el establecimiento de cofradías y mafias alrededor de su operación, denigrando la transparencia de sus procesos, comprometiendo gravemente el objetivo de su creación.

Sin embargo, desde el inicio de la 4T, el ánimo de la comunidad cultural (exacerbado por la creencia de que un gobierno emanado de la izquierda privilegiaría el sector no solo por hacer encontrado en él una sólida base de apoyo sino porque el arte es, incuestionablemente, un mecanismo de transformación, ¡oh, que ilusos fuimos!) se enfiló a la revisión y ajuste de los procesos de selección del Fondo con el fin de romper las inercias que han propiciado favoritismos y compadrazgos, impulsando su modernización y asegurando la diversidad y equidad en la aplicación final de sus apoyos (el 70% de sus apoyos se concentran en Ciudad de México, Estado de México, Jalisco y mexicanos en el extranjero, por ejemplo).

Mientras países como Alemania ha determinado impulsar el arte y la cultura en estos momentos de aislamiento a través de un fondo de emergencia (con 120 millones de euros) para que los artistas aporten su creatividad para afrontar los retos sociales que ha provocado la pandemia, en México determinamos su desaparición por decreto.

Estamos ante la oportunidad de reorganizar el sistema de “creación por incentivo”, el cual se ha transformado más en un modus vivendi que en un verdadero espoloneo al espíritu artístico propositivo y transformador, deteriorándose en un intercambio de migajas a cambio de insulsos resultados de una lista de nombres que año con año se repiten. Sin duda, el FONCA debe quedarse siempre y cuando su restructuración garantice nuevos alcances y beneficie verdaderamente a la cultura mexicana del siglo XXI. Si se queda igual que como estaba, mejor que no se quede.

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