viernes, 11 de octubre de 2019

La (in)utilidad de la belleza



El 23 de febrero de 2010, Paul Auster escribió una carta a J.M. Coetzee donde discernía sobre la utilidad de lo bello. De la larga charla epistolar de aquel día viene a mi mente una idea esgrimida por el neoyorkino: “(…) la búsqueda de la belleza, que es fundamentalmente inútil, puesto que no sirve para fines prácticos.” El arte –eso que nos asombra al mirar un cuadro, lo que nos sacude frente a una puesta teatral, cada aliento que nos es robado durante la lectura de un libro, el sobresalto en el medio de la pieza musical–, tiene alguna utilidad, más que eso, “debe” tener alguna otra misión más allá de conmover. Vaya cuestionamiento con vocación de moebius.

Arturo Trejo Villafuerte busca la belleza, y sabe de su utilidad y su inutilidad. En sus dos más recientes títulos (aparecidos en la colección “Folletín Dorado Antología Poética” de la editorial Cofradía de Coyotes): “Dieciocho inútiles poemas de amor para ti, para ella o para nadie” y “Diecinueve útiles poemas de luz y sombra”, esta conciencia escarbar con la pluma en el páramo yermo de la página en blanco rara vez nos permite acceder al tesoro de la belleza, en este caso, literaria.

Los “Dieciocho” son el resultado inmarcesible pero infructuoso del amor. Asiéndose del azadón del surrealismo con un dejo de clasicismo griego, Trejo Villafuerte horada en el dolor del amor imposible, inexistente, para convertir esa pesquisa vacua en una celebración, en la persecución literaria de un ser que probablemente sólo existe en el deseo.

Te tengo y no te tengo,  
eres mía y no lo eres,  
gravitas en el mar de tu existir  
y formas estrellas nebulosas que nunca alcanzo.

Con un lenguaje sencillo pero contundente, Arturo viste del explorador que anhela descubrir en una mujer el continente prometido para sembrar sus versos doloridos en sus playas, los cuales, tarde que temprano serán arrasados por la mar del olvido y entonces sólo quede él mismo.

Ay, quiero perderme y encontrarme entre tu cuerpo. 
Que cada poro tuyo y mío lleve nuestros nombres enlazados.

El anverso de esta moneda en que vemos nítidamente la efigie del autor son los “Diecinueve”. En esta cara también se muestra Villafuerte con textos pulcros y en los que destaca la simple, pero magnánima, vocación de hilvanar las palabras precisas para esbozar la pasión. 

Con los mismos utensilios literarios de los “Dieciocho”, el surrealismo y la mitología griega, el autor arranca una relatoría donde su cosmogonía del deseo se enaltece hasta sacudir al lector más despistado. Nos asalta en cada página con la belleza “inútil” de lo que no puede dejar de ser descrito so pena de estar cometiendo un crimen de lesa humanidad.

Hace unas horas sobre mi cuerpo, brilló la belleza,  
la Luz Ele-mental de unos ojos  
que eran auténticos luceros.

Estos poemas transcurren como el recuento de una batalla, la más hermosa, la más encarnizada, esa donde obtener la victoria del amor es apenas la antesala de una derrota que más pronto que tarde nos avasallará, dejándonos hechos trisas por dentro… y por fuera.

Caí redondo en la fuente de ternura de tu boca:  
te poseí y fui poseído.  
Pero sabía con toda certeza  
que yo era el prisionero,  
el débil, el desvalido.

Arturo es uno de nuestras glorias literarias. Su búsqueda de los (in)útil lo ha llevado por el cuento, la poesía, el ensayo y la crítica literaria, y se ha consolidado como un autor imprescindible para conocer la literatura hidalguense y mexicana en general de finales del siglo pasado y principios de este. De él, cualquier libro es un buen inicio para conocerle como autor y como paisano. Este par plaquetas es la ventana más oportuna para leerle y convertirse en devoto voyeur de su “inútil” búsqueda literaria.

Paso cebra

Recién concluyo esta columna me entero de la designación de los nuevos premios Nobel de Literatura: la escritora polaca Olga Tokarczuk (correspondiente al 2018) y el austriaco Peter Handke (correspondiente al 2019). La próxima semana haré un retrato hablado de ellos.

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