viernes, 14 de junio de 2019

Historias de vodevil



Cuando era más joven (es importante destacar la presencia del adverbio “más” que establece la continuidad del adjetivo “joven”, solo para efectos de la sanidad mental de quien escribe), decía, cuando era más joven, incluso antes de estudiar comunicación, tuve la oportunidad de entrevistar a Hugo Gutiérrez Vega en las escalinatas del otrora edificio central de la universidad estatal. Me sobrecogía estar frente a uno de mis poetas favoritos, frente al columnista que leía cada domingo en la Jornada Semanal. Pero lo que más me sacudió aquel día fue una máxima que determinó mi manera de ver la cultura y que incluiría en mi desarrollo como incipiente promotor cultural: “La cultura debería de ser auspiciada completamente por el estado”. ¿Era eso posible? ¿O sólo era, y es, una utopía moribunda en tiempos de austeridad gubernamental?

Mientras que desde hace ya algunos años se ha puesto sobre la mesa la posibilidad de que los creadores de arte y cultura desarrollen proyectos autofinanciables y que no se deje toda la carga del desarrollo y promoción cultural al estado, la discusión, que debería ser muy sería por tratarse de un asunto prioritario para el sano desarrollo de nuestro país (una nación que soslaya la cultura está condenada a perder su historia e identidad), ha tomado tintes absurdos pero peligrosos.

En escena ha aparecido la senadora plurinominal Jesusa Rodríguez a despotricar contra los creadores y exigirles que “Vayan a la iniciativa privada, dejen de vivir del presupuesto”. Más allá de la preocupación que nos produce que la Senadora se haya mordido la lengua al verbalizar este sambenito, nos extraña que haya asegurado que siempre ha criticado las becas del FONCA, lo cual es falso.

Lo que la flamante senadora no recuerda desde la comodidad de sus ciento cinco mil pesos de sueldo mensual (el cual, por cierto, sale del presupuesto) es que al menos en tres ocasiones obtuvo, junto con su hermana Marcela, apoyos en el rubro de coinversiones del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, a través de su compañía teatral y su asociación civil, “Ópera portátil” y “En chinga producciones”, respectivamente. En su momento, cuando sus performances tenían el verdadero espíritu de la crítica social y no eran solamente una caricatura propagandística como sus cabezones susurrantes guardianes del maíz, su hermana dijo que sin el apoyo recibido hubiera sido “imposible” presentar sus espectáculos artísticos. No cabe duda que la “amnesia oportunista” se da en todas las esferas.

Sin embargo, el resbalón senatorial no es el meollo, sino la verdadera posibilidad de que los apoyos hacia la cultura, como el FONCA, desaparezcan también como ha ocurrido con otros tantos programas; hace apenas unos días les dieron harakiri a los apoyos a los investigadores.

Sin duda muchas cosas en este país están viciadas, los programas culturales no son la excepción. Las becas artísticas han permitido en desarrollo y crecimiento de grandes creadores en México como García Márquez, Carlos Fuentes, Amalia Hernández, Vicente Rojo y Horacio Franco, por mencionar unos pocos; y, por otro lado, también ha subvencionado a una pléyade de “artistas” que navegan en la mediocre comodidad de proyectos sin propuesta, grisáceos y de nula trascendencia. Ese es precisamente el reto. ¿Por qué en lugar de desaparecer no se hace una “reingeniería” (horrenda palabra de moda) en sus reglas de operación y se cuida que a partir de ahora lleguen a otros círculos creativos que han permanecido marginados de la mirada elitista y borrados por los compadrazgos establecidos? ¿Acaso la idea de mejorar no implica sustituir en lugar de desvanecer?

Hace un par de días escuché al Presidente decir que: “esto es una revolución, una transformación (…)”. Creí que un sinónimo de “transformar” es “cambiar”, no “eliminar”.

Paso cebra.
Aquello de que los creadores emigremos a la iniciativa privada para encontrar apoyos, es ya un ejercicio común que ha dado buenos resultados en general; la senadora performancera tampoco está descubriendo ahí el hilo negro. Qué triste que tengamos legisladores de ese nivel ramplón y retrógrada.

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