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Como un cataclismo, una hecatombe diría yo,
retumbó en la escena literaria mexicana la iniciativa
#metooescritoresmexicanos. El sábado desde muy temprano, tal vez desde el
viernes por la noche, comenzaron a aparecer, enlistados, los señalamientos de
hostigamiento, acoso y abuso sexual contra escritoras por parte de sus
compañeros de profesión. El dolor a cuentagotas no tardó en volverse un
torrente de desesperación, impotencia y frustración ante una serie de actitudes
qué refleja no solamente el abuso del poder con qué algunos ejercen la
masculinidad, sino que también dejó entrever un comportamiento sistemático de
sometimiento hacia lad escritoras
No significa que el escritor sea una especie
de neandertal afectivo que busca a toda costa, con cada una de sus acciones,
desgarrar la feminidad que lo amenaza. Observando detenidamente la iniciativa
pude darme cuenta que era apenas un frente de muchos, poniéndole nombres y
apellidos a abusos en ámbitos como la fotografía la música y otras disciplinas
artísticas. Vendría luego oportunidades para señalar a periodistas políticos,
etc.
Lo primero que me cayó como un balde de agua
fría fue encontrar el nombre de un colega estimado quién fue señalado por una
colega mujer muy querida para mí. De bote pronto no supe que pensar. No era la
duda sino el escozor de la certeza de que todos somos Jack y mister Hyde, que
todos tenemos nuestro “Dark side of the moon”. Por supuesto que ella, una
brillante escritora hidalguense, jamás se había presentado ante mí cómo
tejedora de la intriga y la venganza, al contrario, por lo tanto aceptar la
verdad y enfrentar la cojera afectiva de este escritor resultó un inquieto
descanso.
Al avanzar por la lista encontré nombres de
otros amigos, algunos otros con los que he coincidido en algunas ferias
literarias, otros que tenían para mí cierto prestigio y por supuesto un par de
nombres de escritores hidalguenses cuyo comportamiento con hombres o mujeres
provienen siempre de la envidia y el desagrado. De este par no me resultó
difícil de creer (lo que da miedo es que uno de ellos es funcionario federal, y
del ámbito educativo).
Para el domingo la lista era casi
interminable. Las historias, por más inverosímiles que parecieran ante los ojos
de aquellos que querían seguir ocultando el sol con un dedo, eran desgarradoras
por decirlo menos. ¿Qué nos llevan a maltratar lo que decimos querer más, lo
que admiramos, el objeto de nuestros deseos literarios? ¿En qué momento creemos
tener la oportunidad de desbocar nuestras más cavernícolas pasiones sin importar
atropellar la dignidad de una mujer? Esto no implica que ser escritor sea la
peor condición afectiva qué puede tener un hombre. No. No nos confundamos. La
ausencia del control de nuestras emociones no tiene que ver con la profesión y
mucho menos con la vocación. Tiene que ver con un esquema de valores
deteriorados que adquirimos en y que fue potenciado por una sociedad consumista
que presenta a la mujer como un objeto, el cual puede ser tomado sin la
oportunidad de la objeción.
No tardaron en aparecer las disculpas, los
pretextos diría yo, en textos cuidadosamente redactados tratando de ocultar con la tersa narrativa el verdadero
problema. Por supuesto que la aceptación de la culpa es importante pero nada
justifica el actor violento. Nada. Lo más lamentable fueron las expresiones de
desaprobación arguyendo que el carácter anónimo de la mayoría de las denuncias
era su punto débil. Por el contrario ahí radicaba su fortaleza; es muestra del
miedo que se inocula en la persona maltratada y que crece alrededor de la
autoestima hasta asfixiarla, dejando sin armas a la víctima para enfrentar cara
a cara a su abusador.
Yo les creo. Aquellas escritoras que conozco y
que tuvieron el valor de utilizar sus nombres para denunciar con nombres a sus
abusadores. Yo también les creo a aquellas que no conozco. También les creo
aquellas que no se han atrevido a denunciar ni siquiera con la protección del
anonimato. Les creo a dos colegas mujeres muy queridas que han tenido la
confianza conmigo de compartirme los abusos que han sufrido cada una en lo
particular por parte de escritores. De ellas, anónimas por su puesto, quiero
hablar.
No a la violencia en el ámbito literario. No a
la violencia en ningún ámbito de la vida pública ni privada. No a la violencia
contra las mujeres. Yo les creo.