miércoles, 15 de julio de 2015

Sixto Valencia Burgos, el “Memín Pinguín” de los dibujantes

Era 2004. El año estaba en canal cuando me encontré con Sixto Valencia Burgos en el lobby de un hotel pachuqueño, cerca de la Central de Autobuses. La idea original era entrevistarlo para una revista que entonces estaba bajo mi cuidado editorial, que tendría un número homenaje al caricaturista. 

El pretexto del viaje de Sixto a Pachuca no lo recuerdo muy bien, era una conferencia, la inauguración de una exposición, vaya uno a saber, lo importante es que durante un par de horas charlamos de diversos temas alrededor de su quehacer, de su trayectoria, de sus anécdotas. 

La entrevista no se publicó en aquel momento debido a que la revista en cuestión naufragó en una tormenta financiera, y fue hasta hace unos días, en que el fallecimiento de uno de los historietistas más importantes de México la desempolvó de mi memoria y de la cinta de grabación. Nada mejor que recrear la voz, las ideas, el pensar de un hombre que nos dejó un legado amplio y profundo con sus trazos y con uno de los personajes de historieta emblemáticos de la diversidad sobre la que está construido nuestro país.

LOS INICIOS
¿De niño, como empezó a dibujar?
Yo tenía dos hermanos con los que trabajaba en una carpintería, hacíamos cajas de muerto que vendíamos el día de plaza, que era lunes, rara vez nos encargaban una silla o una mesa, solo nos pedían remedos.  Entonces sobraban pedazos largos de madera y como a mí no me dejaban dibujar en mi casa, agarraba las tiras que sobraban, las cepillaba y me ponía a trazar en ellas, dibujaba a “Los supersabios” a “Rolando el rabioso”, las historietas famosas de ese momento. Cuando se me llenaba el pedazo de madera, lo volvía a cepillar y comenzaba otra vez. Nada de eso queda, todo se fue en la viruta. Otra también era que cerca de Tezontepec había unas ladrilleras, yo me agarraba unos adobes, que eran más grandes, y con la punta de un clavo me ponía a dibujar en ellos. Dibujaba magueyes, pero tenía que estar viéndolos para que me salieran. Eso me ayudó mucho, además de las críticas de mis hermanos que me decían “Te quedó cabezón”, “No se parece” o “Se parece a fulano, se parece a mengano”, a mí me daba mucho coraje y lo volvía a intentar hasta que los mejoraba. Uno de mis hermanos sabía dibujar muy bien, ellos tenían hasta sus caballetes, lamentablemente a ese hermano lo mataron y no pudo continuar dibujando.
Cuando tenía 11 años nos fuimos a México y a mí me seguía gustando mucho dibujar. Tanto que en cuarto o quinto nos pidieron hacer una exposición y luego luego yo me apunté para hacer los dibujos. Se trataba del maíz y yo hice el 95 % de los dibujos, pero unos compañeros le metieron color a unos panquecitos de maíz y les quedaron muy bonitos, eso sirvió de pique y le entré a colorear. Otro año me mandaron hacer unos mapa-mundis con todos los países y sus capitales, y yo le metí los monumentos y los personajes más famosos, eso me sirvió mucho para aprender, digamos que dibujando estudiaba yo solito.

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¿Cómo recuerda su acercamiento de niño, de joven, con la historieta?
Fue fabuloso. Cuando yo era chico leía las aventuras de “Almas de niño” y me metí dentro de la historieta porque todo era parecido a lo que vivía en esa época, y ese es uno de los secretos: hacer que los personajes vivan las mismas cosas que los lectores. Si uno empieza a tocar un tema que no le gusta a la gente, luego luego baja la venta de la revista, entonces inmediatamente hay que darle un cambio y levantarla, en eso no puedo quejarme porque siempre he tenido bastante imaginación para enriquecer los argumentos.

¿Podemos decir entonces, que su acercamiento con la historieta fue un golpe de suerte?
Bueno tenía que ver mi interés por la historieta, la cantidad de cosas que sabía sobre ella y que sin querer me relacioné con gente muy importante como Yolanda Vargas Dulché, conocí también a José G. Cruz, estuve como ayudante en la época en que había grandes historietistas como Gabriel Vagas,  Pancho Flores, Guillermo Marín; cada uno dentro de su estilo eran dibujantes muy connotados. Afortunadamente caí con Guillermo Marín, cuando llegue ahí yo creía que dibujaba bien, pero no, realmente ahí fue donde aprendí porque si no sabías ni siquiera trazar te ponían a calcar, a proyectar, a hacer lo que se podía para ir avanzando en el conocimiento; por ejemplo yo de perspectiva no sabía nada y Marín me ponía a calcar fotografías o recortes de revistas donde me señalaba el punto de fuga, dónde estaba el horizonte, la proporciones y los tamaños. Si tienes ganas de aprender lo asimilas y progresa uno. Estuve año y medio con él y ya me sentí capaz de hacer yo solo una historieta y me lancé yo solo; yo hacía el argumento, yo trazaba, entintaba. 

DIBUJAR EN SOLITARIO
¿Se acuerda el nombre de esa historieta?
Sí como no, era yo muy mexicanista así que hice una historieta que se llamaba “Cliperton”, que estaba basada en la isla Clipertón que perteneció a México y como un destacamento del ejército mexicano fue prácticamente abandonado entre la devolución de la isla y la Revolución; su regreso fue dolorosísimo pero afortunadamente tuvo un final feliz. El personaje principal se llamaba Elpidio quien en el regreso pierde a su mujer pero logra rescatar a su hijo, era una historia dramática que corría paralela al argumento histórico. Otra que hice en esa época  se llamaba “Oro”, que es la razón por la que se han movido todas las guerras, tocaba yo la Revolución Francesa y la Revolución Mexicana con un personaje fantástico al que le retachaban las balas, era inmortal pero todo cambiaba cuando se enamoraba, el amor era su talón de Aquiles. Hice otra sobre chicas, ya me empezaban a gustar las jovencitas, esa se llamó Leticia y así, pero fracasé porque yo anunciaba mis revistas mensualmente y yo sacaba una cada tres meses (risas), y es que uno solo no podía hacerlo todo, así que fui reduciendo de 320 páginas que eran inicialmente, a 256 y terminaron de 76.

Luego entré a La Prensa a hacer una historieta que se llamaba “Los Halcones Negros”. Ahí fue una experiencia muy bonita porque el director era amigo mío, así que quería quedar bien y pues hicimos la historieta lo más parecida a la historieta gringa que llevaba el mismo nombre; esa revista la dibujaban muy bien porque los trazos estaban basados en fotografías, yo traté de hacer lo mismo y terminaron saliendo unos episodios muy bonitos que le gustaron al director pero no a mis compañeros, que por la cantidad de trabajo que tenían pues no lograban la misma calidad en los episodios que les encargaban; el principal era Rafael Viadana, él estaba haciendo los Halcones y no, pues no la llevaba yo nadita bien con él. 
Desgraciadamente salí corrido de ahí, de La Prensa, todo por mi espíritu inquieto, moví a los cuates prensistas que por ratos andaban medio tristes sin nada que hacer, así que les propuse hacer una historieta entre nosotros, ellos me dijeron que sí pero que le dijera al nuevo director; pero él ni siquiera me recibió, a lo mejor porque me veía muy chamaco, tendría yo en esa época como 19 años, así que los cuates del taller y yo nos pusimos a hacerle en los ratos libres. Pero un buen día, ya la teníamos lista casi para salir, alguien fue de chismoso y que baja el director a los talleres y pregunto “¡Quién dio la orden de hacer esto!”, le expliqué que la estábamos haciendo en los ratos muertos pero nos despidió a todos; al final traté de abogar por los muchachos que sí conservaron su trabajo como Jorge Carreño quien había hecho la portada de la revista. Así que me fui y entré a trabajar a Vid, que en ese momento se llamaba Editorial Argumentos, por ahí de 1959. Ahí me encargaron el Memín que fue el que tuvo un pegue tremendo.

¿Quiere decir que la mayoría de las historietas eran por encargo, no había una iniciativa del historietista?
Sí, todo era por encargo, no había ninguna editorial a la que pudiera uno llevar una historieta y se la publicaran; muy pocos lo lograban. Eso lo hacían porque según los editores, ellos son los que tienen las ideas y además para no pagar derechos de autor a los dibujantes; hasta la fecha sigue lo misma.

MEMÍN PINGUÍN Y LA MEXICANIDAD
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¿Cuál fue el génesis del Memín?
Esos eran argumento que estuvieron saliendo en el “Pepín” desde 1942. El “Pepín” era una revista diaria que competía con otra que se llamaba “El Chamaco”; era famosa esa rivalidad  “Pepín-Chamaco”, y ya los escribía Yolanda Vargas Dulce. Así que todo lo que yo hice, todo lo que saqué en el Memín, había salido ya en el Pepín. No nada más eso, todo lo que estuvo sacando Yolanda como “Indita”, que después se llamó “María Isabel”, “Rubí” que anteriormente se llamó “Violeta”, otra era “Cruz Gitana” que después se llamó “Yesenia”, o “El pecado de Oyuki” que antes fue “Geisha”; todos fueron refritos, pero claro, como tenían la recomendación de la gente de la generación anterior que los había leído, cuando los volvimos a sacar tuvieron mucho éxito.

¿Cómo va surgiendo la mexicanidad en su obra, cuál es su sentimiento al retratar lo muy mexicano?
No sé. Desde siempre he sido muy mexicanista. Inclusive cuando tenía unos 15 años y trabajaba en el mercado de San Juan, los que vendían curiosidades mexicanas me dijeron vámonos a Estados Unidos, y pretendimos pero no llegamos más que a Guadalajara. Cuando estábamos pensé, yo no voy a ningún lado, aquí tengo mi familia, donde vivir, yo soy muy mexicano y no traiciono a mi país. Varios de esos cuates llegaron allá, me escribían de Chicago, diciéndome “vente, aquí la haces, no hay quien dibuje”, así menos me voy, ¿para ir a regalarle mi trabajo a los gringos?, y me quedé a defender lo mío, no estoy muy culto dentro de los mexicanismos, pero sí me gustan.
Me gusta sobre todo combinar lo tradicional con lo moderno, por ejemplo una vez llevé a Mango una historieta sobre un personaje prehispánico y dentro de la aventura decía “¡Transpórtame inmediatamente a Yucatán! ¿Y en qué me voy? ¡Vete en la motocicleta!” ¿En esa época? ‘Tons suena chistoso y esas cosas me gustan. También me gusta mucho la historieta de corte político, como “La serpiente emplumada”, esa revista fue un tiro porque teníamos argumentistas que sí sabían acomodar todo de manera agradable y que a la vez choteara al presidente, a los diputados, en la época que salió el choteo de moda eran los Ejes Viales. 

Como creador, ¿cuál es su sentimiento de que sus historietas también influyeran en el lenguaje y la manera de ver la vida en los barrios de la ciudad?
Me siento muy a gusto. Tuve la suerte de toparme con Yolanda Vargas, porque todos sus argumentos son buenos y populacheros, todos le llegan a la gente y eso es lo bueno. 

¿Cuál fue la experiencia de estar al frente de Mad en México?
Fue todo un reto, porque aún sin saber inglés yo tenía que escoger lo que íbamos a publicar de lo que nos mandaban del Mad gringo, ‘tons tenía que quitar todo lo que no le interesaba a la gente mexicana, cosas políticas de allá o de deportes que ni se conocen aquí. Todo eso lo sustituíamos por cosas mexicanas como las parodias de las películas de Pedro Infante, inventé un dibujante que competía con Sergio Aragonés (uno de los más destacados dibujantes de los Estados Unidos originario de España), que se llamaba “El negro” Hinojosa; esos cartones tenían mucho éxito. Aunque la Dirección me absorbía y luego ya ni tiempo de dibujar tenía.

“TINA POBLANA”, EL PROYECTO TRUNCO
¿Tiene algún proyecto en puerta?
Sí. Ahorita estoy haciendo una historieta parecida al “Memín”. Nació a partir de una entrevista que me hizo Cristina Pacheco, donde  me dijo “Oye por qué no le pones el “Memín” unas aventuras nuevas, ya van dos veces que lo leo y es lo mismo.” Le dije “Sí, el ciclo dura 7 años y cuando se termina se repite. Pero ya no hay quien haga argumentos nuevos.” Me preguntó si no hacia yo argumentos y sí, los últimos argumentos que tuvo “Memín” los hice yo, como cuando andaba queriendo casar a doña Eufrosina con un españolo cuando le anduve buscando mamá a Ernestillo, etc., esos episodios tienen argumentos míos. 

¿Ya nadie los escribía?
No, sí. Pero los argumentistas de Yolanda andaban desvariando y ya no tocaban el barrio y al barrio yo lo considero un personaje también. Yo los movía dentro del barrio y eso le gustaba mucho a la misma Yolanda, tanto que de los episodios que yo le proponía, ella hacia dos, los dividía para enriquecerlos y eso me llenaba de satisfacción porque se veía que yo quería ponerle contenido a la historia.

¿Doña Yolanda le aceptaba todo lo que le proponía?
Bueno no siempre. Por ejemplo había algunos argumentos del Pepín que no habíamos tocado, uno en particular que involucraba a unos gitanos y como yo estaba viviendo en La Lagunilla donde conocía a muchos árabes, quería que en lugar de gitanos pusiéramos a unos iraníes, en lugar de las carretas de los gitanos, ponerlos en un camión con el que se robaban a Memín y a una niña y los ponían a trabajar para ellos dando funciones en los pueblos a los que llegaban; pero Yolanda me dijo que no tocara a los árabes porque se habían portado muy bien con ella y pues ese episodio no se hizo.

¿Había discusiones con doña Yolanda?
Con Yolanda había discusiones, claro, teníamos diferentes enfoques. Por ejemplo, aunque me dejaba hacer lo que yo quisiera con la fisonomía de los personajes, teníamos una peleas tremendas por los diálogos. Ella decía que el texto era esencial dentro de le historieta y yo le refutaba que el texto no podía decir lo mismo que la acción del dibujo. El texto decía: “Los muchachos salieron al patio”, y yo dibujaba a los personajes saliendo al patio y además uno de ellos decía “Aquí en el patio vamos a encontrar a fulano”. ¡Ay! Eso es una “cacofonía ilustrada y literaria”, no tiene caso repetirlo, es desgaste del artista y todo ese esfuerzo se puede aproveche en cosas más interesantes. La historieta tiene como misión, la de ser rápida, que de una ojeada se vea dónde están los personajes, en qué época, la hora del día, la vestimenta; que sea ágil y se pase al siguiente cuadro. Si esto no se logra la historia se “alenta”. Yolanda decía que la gente estaba acostumbrada a que le repitan las cosas, estaría acostumbrada ella, yo no, así que cuando yo quitaba los textos me manda llamar: “Aquí falta un texto. Te estas tomado atribuciones que no te corresponden. Cuando esta editorial se llame ‘Dibujantes’ te voy a dejar hacer lo que quieras”. Así era nuestra relación a veces.

Pero, regresemos a su charla con Cristina Pacheco.
Ah sí. Cristina me dijo “Pues yo te doy permiso de que hagas nuevos argumentos para Memín”, era lo de menos pero hubiéramos entrado en una pelea por los derechos que conserva Editorial Vid. “Mejor vamos a hacer una historieta nueva”, le dije a Cristina, “Y esta vez con una niña que ocupe el lugar de Memín y que sea el personaje alrededor del cual gire toda la historia”, “Eso suena interesante” me dijo la Pacheco, “¿Pero cómo se va a llamar?”, “Pues como tú: Tina. Y para que sea bien mexicanota le ponemos “Tina Poblana”. “Me gusta”, dijo ella, “Haz el primer número y me lo traes para hacerle una promoción”. Sin embargo comencé a buscar editores sin mucha suerte, hasta que me encontrar al señor Jorge Viesca que tienen una imprenta en Querétaro, me dijo que le acababan de quitar la maquila del “Kalimán” y que tenía espacio, me preguntó que si tenía alguna idea y le propuse a “Tina Poblana”. Le mostré los argumentos de los primeros episodios y se aventó el señor; con la experiencia que tengo espero que no me falle. Los argumentos quedaron bonitos, espero que se haga.

El argumento evidentemente define el carácter de los personajes, pero usted va desdiciendo la fisonomía, ¿de dónde va sacando los rasgos para cada personaje?
En este caso ya lo tenía pensado desde hace tiempo, así es que Tina Poblana es una niña con los ojos grandotes, muy al estilo del Manga japonés, que son historietas que gustan mucho al público; a mi no me gustan pero a los lectores sí. Pensándolo bien, Memín tenía los ojos grandotes, a lo mejor también por eso gusto tanto. Entonces Tina es una mezcla entre historieta mexicana y manga japonés, pero va a tener un campo social igual que Memín: una palomilla con un niño que es pobre, otro que es rico, otro que es de clase media pero que sufre el divorcio de sus padres y a todos les suceden una gran cantidad de aventuras.

¿Pero de dónde viene, quién es Tina Poblana?
Tina Poblana es hija de una mazahua, de una “María” como comúnmente las conocemos, que sale de su tierra para ir a México. Toma esta decisión porque el marido, que era borracho y cuando ve la libertad se va al otro lado y la abandona, ni alcanza a conocer a su hija. A la mazahua le va muy mal porque aunque es gorda, está guapota, y el dirigente que trae a los mazahuas a la ciudad quiere abusar de ella y como ella no accede le hace la vida de cuadritos. Así que ella y su hija andan buscando el sustento, andan pidiendo caridad, sin embargo como son muy inteligentes, logran abrirse camino en la vida. Le sufren pero salen adelante. Tina va a una escuela mixta, ya no de varones o de mujeres como se usaba en la época de Memín y todas las aventuras se tratan sobre cosas cotidianas que nos suceden, lo que se preta apra muchas cosas chistosas.

LA HISTORIETA Y SU FUTURO
¿La historieta todavía tiene esa carga social que tenía en la Época de Oro, si es que podemos decir que hubo una?
No ya no. Todos los editores se han ido sobre las pantaletas, yo les digo así porque no es otra cosa que el enfoque de las pompis y los pechos, de las mujeres voluptuosas. Los argumentos ahora han girado alrededor del morbo y a los tabúes sexuales; son puras cochinadas. Antes hubo algunas historietas eróticas del veteranísimo Ramón Valdiosera, de mucha calidad y muy bien cuidados, ahora no, ahora todo es sexo abierto. Incluso empezaron ahora con unas historietas de fotografía real a la que solamente le ponen los globos de dialogo, lamentablemente han gustado y esos cuates se están haciendo millonarios. Alguna ve yo propuse hacer una historieta erótica basada en los Cuentos de Canterbury, una obra clásica pero la rechazaron alegando que a nadie le iba a interesar.

¿Cuál es el futuro de la caricatura en México?
Es incierto. Porque los mismo editores han acabado con la creatividad de la historieta. Ya no dejan que el historietista cree su personaje, o que participe en el argumento. Eso le ha dado al traste a la producción, porque la editorial manda hacer el argumento por un lado, el trazo con alguien, le letra con otro dibujante, otro que entinte, otro diferente que fondeé, otro que haga las líneas de color; todo eso limita los sentimientos que el artista al crear la historieta, eso se pierde cuando se reparte el trabajo y al cabo el público lo siente cuando los personajes de las historietas nuevas no pegan. Eso provoca que ya no haya dibujantes completos. Ya no se crean personajes como los de Rius, los de Gabriel Vargas, los de Ángel Mora, o como el mismo Memín Pinguín. 

Entrevita publicada en la revsita 451 EFE del mes de mayo de 2015. Acá el vínculo original:
http://issuu.com/revista451efe/docs/_29/1

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