viernes, 4 de julio de 2025

El metaverso poético de Roberto López Moreno



Llega a mi escritorio de trabajo un paquete de libros. Siempre es una alegría, sobre todo, cuando es un libro en el que participo. En este caso se trata del libro colectivo “Palabra de Colibrí 2025 / Encuentro de Letras ‘Roberto López Moreno’”. En el volumen, coordinado por los poetas Marcela Romn y Fran Fierro, participamos 73 autores (poetas y narradores) para celebrar a uno de los escritores más destacados e interesantes de la literatura mexicana reciente: Roberto López Moreno. El poeta, narrador y ensayista, nacido en 1942, nos ha regalado una obra donde el uso del habla popular se combina con un manejo erudito del lenguaje. He tenido la oportunidad de participar en estas páginas para compartir el asombro que Roberto me ha causado y la huella que, me parce, ha dejado indeleblemente en las letras. A continuación mi texto:

“Qué extraña es la manera en que nos llegan las leyendas. No me refiero a las historias que se cuentan en las noches de apagones y tormenta. No. Me refiero a aquellas personas que, con sus afanes, han moldeado nuestra manera de nombrar al mundo; incluso sin saberlo. Escritores que hace tiempo se detuvieron a poetizar la realidad, cogiendo trozos de imaginación y largos remedos del telar del habla popular; palabras que suenan por aquí y por allá, en el trajín obstinado, en la cotidianidad pestilente, en las vísceras laberínticas de la ciudad que promete acoger a todos quienes a ella llegan, pero que, cual eterna diosa prehispánica, traiciona engullendo sin decoro a los inmigrantes, a los insondables, a los impertérritos, a los inocuos, a los inefables; a los que inevitablemente se han rendido a sus pies para habitarla.

“Pero en esa pléyade de carnada, hay algunos, los pocos, los ungidos por el bálsamo de la literatura, que han logrado domar el instinto del suicida y se han negado a arrojarse en el anonimato; por el contrario, contados son los que heroicamente enarbolan su intelecto para sublevarse a la medianía y dejar, como dicen las citas trillas, una huella en el lodo del tiempo y la realidad.

“Eses es el caso de Roberto López Moreno. De él llega a mis manos y a mis ojos una nueva edición de su clásico “Acá López, tú, el nosotros”. Desde el título me sorprende y me avergüenza; una frase rebuscada que busca atrapar al más ignoto de sus posibles lectores y que por alguna razón yo, lector obsesivo con rasgos de locura, no conocía. Ahí me encuentro a un poeta total y fragmentado; es él mismo, pero a la vez, es todos. Paisajista del lumpen capitalino, que se ha visto obligado a sustituir la fronda de su tierra natal, por la fonda donde comen aquellos que consiguen el pan con el sudor de su frente, de sus manos y de otras partes sudorosamente castas. Un poeta que se ha negado a asumir su condición de “llegado citadino” para asumirse como parte del monstro de las mil cabezas que se camuflajea como ciudad. ¿Es López una de esas mil cabezas? (Que digo mil, millones de cabezas.) No. Él es una lengua. ¿Una de tatas lenguas con las que esas testas se expresan? No, tampoco. Él es la reencarnación de “la lengua”, esa que se mueve al mismo ritmo de la vida entre las calles, los cielos y los infiernos, como viperina astucia, parlante venganza del dolor, la mugre y el destino fatal que todos tenemos impreso en algún recóndito lugar del corazón.

“Prestidigitador de la palabra, calculador y preciso. “Onomatopeyicamente” traduce lo que escucha: palabras que clava en la página como mariposas en un álbum lepìdoterológico y que, aletean cada vez que alguien las pronuncia. Sujeta las palabras del barrio, su barrio, como escupitajos que antes de caer al piso emparenta con parónimos y cacofonías que carga, a todas partes, en la bolsa de la camisa junto a la pluma; las encierra en la jaula del intelecto y las incita a aparearse para que muestren su lado oculto, su doble sentido, el sentido secreto, tal vez, el sentido verdadero.

“Describe la ciudad y a sus personas, a las personas y a sus sentimientos, a los sentimientos y sus contradicciones, pasiones, vicios, alegrías, extrañezas; bellezas, al fin y al cabo. Pero, además, se vuelve el personaje central, el antihéroe, el testigo, el suceso mismo; desde dentro del poema da un salto y se desdobla para sorprendernos, lo encontramos junto a nosotros, acompañándonos en la lectura de su poema y, cuando menos lo esperamos, desaparece para volverse otra vez poesía pura, dura; cura.

“Roberto López Moreno es un poeta de cepa y sepa la bola cuantos versos más seguirá obsequiándonos, obsequioso como es, en sus poemas. ¡Salve!”

viernes, 17 de enero de 2025

Garibay, 102 años

Hace algún tiempo, reflexionaba en este espacio, por dónde empezar a leer a un escritor, por cuál de sus libros quiero decir. En aquel momento la reflexión surgía cuando abordaba a uno de los grandes novelistas de la literatura mexicana, el hidalguense Agustín Ramos. La cuestión es complicada cuando el escritor en cuestión continúa produciendo y llegaba a la conclusión de que se debía iniciar con el libro que se nos cruzara por el camino; la literatura está llena de milagros y estoy convencido de que toparnos con un libro en específico en un momento determinado resulta en una epifanía que no debemos dejar pasar.

En el caso de un escritor ya fallecido, el rumbo de nuestras pesquisas resulta menos incierto. Sobre todo si la relevancia de la obra de ese autor ha merecido unas obras completas o al menos una antología. Ese es el caso de Ricardo Garibay.

Cómo muchos saben Garibay nació en Tulancingo el dieciocho de enero de mil novecientos veintitrés. Pronto su familia se estableció en Ciudad de México y posteriormente el propio Ricardo se afincó en Cuernavaca hasta sus últimos días.

La obra de Garibay es muy vasta, suficiente para que las obras completas, publicadas por el gobierno de Hidalgo y editorial Océano en 2002, merecieran diez tomos de tamaño considerable cada uno y para navegar, con viento en popa, por el cuento, la novela, el testimonio, el teatro, el guion cinematográfico y el periodismo. Esa colección es una especie de mapamundi definitivo que podemos extender frente a nosotros y tomarlo como referencia para abordar una de las obras más importantes de la literatura mexicana del siglo XX; una que se ha vuelto un canon, me atrevería a decir. 

Se sabe de su constancia en el oficio de leer y de su exigencia, implacable diría yo, en el oficio de escribir. Ante todo, don Ricardo era un lector que entregado al disfrute del idioma, un explorador de las palabras que desarrolló una facilidad envidiable para reproducir el habla popular de distintas regiones del país según sus personajes se lo exigieran. Puntilloso, apasionado, entregado en cuerpo y alma al ejercicio de escribir, buscó a toda costa la manera de vivir sin distraerse de su oficio con trabajos mundanos. Aun así, se encargó de encomiendas burocráticas en dependencias como la SCT, Canal 13 y la SEP; encontrando en cada lugar una forma de hacer literatura, escribiendo o hablando de ella. Son famosos sus espacios televisivos, en IMEVISION, la televisión de Morelos y Radio y Televisión de Hidalgo, donde acompañado de diversos intelectuales que escudriñaban todo tipo de temas literarios y por ende, de la vida misma. De los programas que se transmitieron en el canal 3 pachuqueño, existe un volumen espléndido que recoge algunas de esas charlas y que es autoría del arquitecto Luis Corrales Vivar-Cravioto; se llama “Diálogos hidalguenses”.

Quienes tuvieron con él un trato de amistad le recuerdan siempre como un caballero, aun cuando era conocido su carácter reacio, altanero, avasallador. Hacía sus últimos años de vida la exasperación llegaba más pronto que tarde y prefería recluirse en su soledad contenida en su estudio. Hay dos libros más que quisiera mencionar. El primero es “Sendas de Garibay” del escritor y editor Ricardo Venegas, se trata una colección de ensayos, anécdotas y entrevistas que Venegas fue construyendo en múltiples visitas al insigne escritor allá por la década de los noventa. El segundo se titula “Señor mío y Dos mío / Ricardo Garibay: La fiera inteligencia”, obra de Alejandra Atala que da cuenta de los últimos días de la vida de Garibay y de los primeros de la eternidad de Garibay; en una especie de diario Alejandra reflexiona sobre la presencia de don Ricardo en su vida intelectual y personal.

La autenticidad de Garibay le granjeó un sinnúmero de enemistades en el ámbito literario, a lo que se le achaca el escatimo de premios que merecía su pluma. Sin embargo, en lo que va de este siglo, por fortuna, su obra se ha revalorado y ha encontrado nuevos caminos para llegar a las manos de los lectores jóvenes; camino ideal para que el pensamiento de un hombre como Garibay, perdure en el tiempo.

Paso cebra

Este sábado 18 de enero, estaré en la ciudad de Tulancingo con el honor de compartir mesa de conferencia con el querido y admirado Agustín Ramos; ambos hablaremos, desde la perspectiva personal, de la obra de Ricardo Garibay. La cita es a partir de las 4 de la tarde en el Centro Cultural que lleva el nombre del ilustre autor de “Beber un cáliz”. Ojalá que puedan acompañarnos. Nada es mejor para la memoria de un escritor que sus lectores se encuentren y le lean.