viernes, 15 de marzo de 2024

Temporada de chapulines


Foto: Especial

La temporada empezó ya hace semanas. No me refiero a la proliferación de especímenes pertenecientes al género Sphenarium, que brinquen por doquier en las calles de la ciudad. No. Me refiero al chapulineo político que ocurre en épocas como la que hemos estado viviendo durante los últimos meses; la electoral.

En la política mexicana no es raro el “intercambio” a discreción de militantes que, dentro del partido al que han pertenecido, en ocasiones durante largo tiempo, no encuentran la predisposición para continuar “creciendo” dentro de la política, entiéndase, cumplir con su agenda personal y no con un proyecto colectivo que sea reflejado en su designación como candidato de lo que sea, para figurar en las campañas que se avecinen. Es así que muchos políticos, ahora se enarbolan como defensores de la democracia vistiendo los colores partidistas que antes criticaron, condenaron, maldijeron y satanizaron. Sin embargo, en este proceso electoral que comenzó a tomar velocidad desde inicios del año, la brincadera de personajes ha sido espectacular y parece ya una plaga de dimensiones pentateuticas.

Por un lado hemos visto a varios políticos jóvenes que, al ser soslayados por el tricolor, han dado el salto al color naranja, amnésicos de las posturas que tuvieron en sus febriles días de militantes de una sola pieza. No quiero decir que no sea posible cambiar de opinión, es de sabios ya se sabe, ni de ideología política, pero, ¿esos malabares partidarios corresponden realmente a eso?, ¿o la certeza de que el partido antes hegemónico en Hidalgo, tiene los días contados o, peor que eso, ya navega en números rojos electoralmente hablando? ¿O será que ese bote de tamales político en que se ha convertido el frente opositor, teniendo dentro tamales de chile, de dulce y de manteca, tiene como única aspiración la supervivencia de los partidos integrantes frente a una ola guinda que promete arrasarlo todo? Ante este último escenario, aquellos integrantes de los opositores vieron con horror el desvanecimiento de sus aspiraciones políticas frente a un escenario de que la derrota es lo único que pueden dar por descontado. Tricolores que dan un mortal con bajo grado de dificultad al verde con el argumento repetido hasta el cansancio de posicionarse en “el lado correcto de la historia”. Otros, más arriesgados, dando machincuepas, o intentando darlas, con alto grado de dificultad hacia el partido guinda con la certeza de que esto les permitirá lograr la posición tan anhelada que les permita seguir figurando en el escenario político del estado. Ojalá que la tez morena no se vuelva cómplice de la promoción de los intereses mezquinos de quienes siempre quieren figurar no importando las ideologías ni los partidos.

En ocasiones, el incremento de piruetas toma tintes peligrosamente surrealistas. Por un lado políticos azules que intentan ocupar candidaturas propias de comunidades originarias, haciéndose pasar a través de documentos amañados como miembros “activos” de una etnia cuando a todas luces su devenir persona, profesional, así como su modo de vida presumido en las redes sociales, sin claramente ajenas a la identidad que pretenden usurpar; bueno ni hablan la lengua originaria tras la que se pretenden escudar. Esto no es raro, ya en otras elecciones no muy lejanas tuvimos políticos de color naranja que documentaron con recetas y estudios de dudosa procedencia, afecciones físicas que aunque no se les notaban, les permitieron ocupar espacios destinados a personas con capacidades diferentes. 

Resulta peculiar alguna cabriolas que toman tintes familiares, como la del alcalde proveniente del tricolor, ahora revestido de iniciales con coqueteos entre verdosos y guindas para tratar de hacer candidata que, por qué no, le suceda en la alcaldía. ¿De verdad nadie se percata del conflicto de intereses que eso representa? ¿No es una práctica correcta que dentro del sano ejercicio de la evaluación y la rendición de cuentas, un alcalde electo revise sin ningún tipo de sesgo la actuación de su antecesor? ¿Una relación marital, no pondría en duda la imparcialidad de tal hecho? No se trata de cancelar las aspiraciones de nadie, las cuales son válidas, sin embargo si el deseo y el compromiso con la población es real, esperar un periodo para lanzarse lo mostraría.

En fin, que así hemos presenciado, y lo seguiremos haciendo, el espectáculo circense de nuestros políticos ortópteros. La manera de acabar con está práctica deshonesta políticamente hablando es dando un manotazo en la voleta electoral, haciendoles saber a esos candidatos chapulines que la sociedad busca, además de experiencia y honestidad, congruencia, en aquellos que elige para servirle a la sociedad. 

viernes, 8 de marzo de 2024

Un baile de sonambulos, 20 años del 11M

Foto: La entrada de un tren a la estación de Atocha. | Carlos García Pozo


“Un baile de sonámbulos. Todos miraban a la nada” Así describió uno de los sobrevivientes de los atentados a la red ferroviaria de cercanías en Madrid el 11 de marzo de 2004, los momentos posteriores a los estallidos ocurridos en uno de los trenes que en ese momento casi alcanzaba estación de Atocha.

La descripción de las personas que lograron salir por propio pie de las cuatro últimas explosiones de aquella mañana de jueves, es de Antonio Miguel Utrera, un joven que entonces tenía 21 años y que aun cuando formo parte de esa marcha de heridos, portaba en el interior de su cuerpo una serie de heridas que lo llevarían al hospital y pondrían su vida en un peligro; milagrosamente sobrevivió aunque con secuelas físicas que duran hasta hoy.

El conocido como 11M es considerado como el atentado terrorista más grande en la historia de Europa. Aquel día, desde muy temprano, diez explosiones, en un ataque coordinado, sembraron terror y muerte en cuatro trenes de cercanías en la capital de España. El saldo fue de 192 muertos y casi 1900 heridos.

Las primeras tres explosiones se registraron a las 7:37 hrs. en un tren que acababa de ingresar a la estación de Atocha. Ahí, en pleno anden, con los pasajeros descendiendo de su interior, el tren se abrió como una lata por la fuerza de los explosivos dejando treinta y cuatro personas muertas.

Un minuto después, a las 7:30, dos ataques más tenían lugar simultáneamente. Una en la estación El Pozo y el otro en la estación de Santa Eugenia; ambos trenes estaban detenidos en los andenes, en el primero hubo dos explosiones matando a sesenta y cinco personas; en el segundo sólo se sucedió una explosión dejando catorce personas muertas.

A las 7:39, cuatro explosiones detuvieron un tren a la altura de la calle Téllez, casi en la entrada a la estación de Atocha, ahí murieron sesenta y tres personas.

En un primer momento, la condición de al menos unos 350 heridos era muy grave. Muchos de ellos no lo lograron. Sobra decir que las heridas de los sobrevivientes marcaron sus vidas para siempre, dejando a la mayoría de ellos con discapacidades que son un recuerdo abyecto de lo sucedido hace casi veinte años.

La tragedia, cruda en sí misma, derivó en un debate político por la manera en que la versión inicial culpaba al grupo terrorista vasco ETA y dejaba de lado, categórica e insistentemente la posibilidad de un ataque yihadista en venganza por el apoyo de España a los Estados Unidos en la guerra global contra el terrorismo. Aceptar que la autoría era de Al-Qaeda era culpar a Aznar y su candidato presidencial en ese momento Rajoy. Al cabo el manejo de la información hizo ganar a Zapatero con una importante ventaja. Posteriormente, se confirmaría que el origen de los atentados era islamista

Antonio Miguel Utrera, de quien hablábamos al inicio de esta columna, publicó en dos mil veintidós un poemario titulado “Los días jueves”. Ha usado la poesía para sanar las heridas ocultas que portan todos los sobrevivientes, aquellas que laceraron sus almas, pero fortalecieron sus espíritus.

viernes, 1 de marzo de 2024

De qué hablamos cuando hablamos de Pachuca

El título de la columna de hoy no es frase propia, se la leí al querido Miguel Ángel Hernández Acosta (narrados mexicano, pachuqueño) en una de sus publicaciones de Facebook parafraseando a su vez el título de aquel espléndido libro de relatos de Raymond Carver “De qué hablamos cuando hablamos de amor”. Miguel Ángel usaba esa lúdica armonía de siete palabras como invitación a reflexionar sobre lo que pensamos de esta ciudad quienes nacieron o vivimos en ella, quienes han tenido que dejarla como residencia, quienes recalan por sus rumbos de vez en cuando, quienes la hemos elegido como refugio o quienes por laberintos emotivos sostienen con ella una relación amor-odio. Esta cavilación remonta el vuelo gracias al estreno de una nueva publicación que aglutina el trabajo de cuarenta y un escritores y dieciséis artistas visuales; el libro se titula “Letras de Pachuca”.

El nada breve opúsculo aparece bajo el sello editorial Los Libros del Sargento en colaboración con el Instituto Municipal para la Cultura de Pachuca y ha sido coordinado por Xavier Rodríguez, avezado editor que ha impulsado esta editorial desde hace más de diez años y que desde la pandemia la hizo aterrizar en la Bella Airosa.

La noticia de que el ayuntamiento de la capital retome con vigor un proyecto de publicación de autores locales (esta es la segunda publicación de la administración actual) causa un gran regocijo para quienes creemos en el poder de los libros. Por si esto fuera poco, el hecho de que el proyecto sea en sí mismo un nomenclátor tan diverso en cuanto a generaciones, corrientes y estilos, tanto de literatos como de visuales, lo convierte de ya en un libro único. En sus doscientas cuarenta páginas encontraremos poetas, narradores, dramaturgos, periodistas, fotógrafos, escultores y pintores (de brocha y de píxel). La amalgama de todos ellos promete una especie de diario de viaje que nos llevará por rincones, memorias y epifanías con que cada creador cinceló su punto de vista sobre este lugar estrecho azotado sin mesura por el viento.

En lo textual participan: Arístides Luis, Nancy Ávila, Óscar Baños Huerta, Alejandro Bellazetín, Enid Carrillo, Julia Castillo, Áxel Chávez, Jovany Cruz Flores, León Cuevas, Fernando de Ita, Diego José, Aarón Enríquez, Said Estrella, Daniel Fragoso, Yanira García, Miguel Ángel Hernández Acosta (a quien mencioné al inicio de este texto), Elvira Hernández Carballido, Ilallalí Hernández Rodríguez, Yuri Herrera, Juan Carlos Hidalgo, Yosselin Islas, Eduardo Islas Coronel, Laura Esperanza, Sagrario León García, Moisés Lozada, Sinead Marti, Danhia Montes, Christian Negrete, Enrique Olmos, Karla Olvera, Aída Padilla Nateras, Agustín Ramos, Martín Rangel, Fernando Rivera Flores, Julio Romano, Ilse Sánchez Quintero, Claudia Sandoval, Alma Santillán, Rafael Tiburcio García, Alfonso Valencia y quien esto escribe.

Mientras que lo visual es propuesto por: Raúl M. Becerra, Marco Levy Correa Ramírez, Kevin Cuevas, Enrique Garnica, Ray Govea, Pablo Mayans, Elizabeth Medina, Carlos Mercado, Carmen Parra Velasco, Hugo David Pérez Ángeles, Caro V. Polanco, Eric Reyes Lamothe, Javier Alejandro Rodríguez Padilla, Eymi Rosado, Eddy Salgado y Salvador Verano Calderón.

He hablado de este nuevo libro en futuro imperfecto porque no conozco de él más que el texto que me solicitaron y la imagen de su portada. Todo lo demás ha sido preservado con la secrecía propia de los hitos que abren un nuevo capítulo en el quehacer cultural de una ciudad. 

Ansío despejar los velos y disfrutarlo en la primera presentación del libro que será el día de hoy (o mañana, depende de cuando lea usted esta columna) viernes 1 de marzo, en Rocket Cowork (Matamoros 113, en la cara este de la Plaza Independencia en el Centro Histórico de Pachuca), a las 18:00 horas. Verlos por allí redondeará la celebración.

Paso cebra

Que “Letras de Pachuca” alcance buen puerto es resultado del trabajo, valiente e incansable, del equipo del Instituto Municipal para la Cultura de Pachuca, encabezado por Ana Liedo. Mi respeto y admiración por su trabajo y vocación.

viernes, 23 de febrero de 2024

Gozálo Martré, decano de los escritores hidalguenses

Foto: UAEH

Conserva el recuerdo muy claro. Su madre era la maestra del primer grado. Él, de una edad similar a los niños reunidos en el salón, la acompañó porque no tenía con quien encargarlo mientras daba su clase. Mario, tomo asiento en alguna de los pupitres disponibles y guardó silencio. Su madre, la maestra, escribió una frase en el pizarrón y pidió de entre los pupilos un voluntario que pudiera leerla de corrido. Las niñas se miraron entre sí, los niños escondieron la mirada en el cuaderno frente a ellos. Nadie. La maestra insistió, no sin el asomo de un desencanto en su voz. Nuevamente nadie. Mario levantó la mano cautelosamente y ante la ausencia de un voluntario perteneciente a la clase regular, su madre le permitió participar. Él se levantó y muy derechito leyó de cabo a rabo la frase; sujeto, verbo y predicado encadenados en un solo respiro. La maestra amaba a su hijo más que a nada en el mundo y lo conocía perfectamente, aun así se sorprendió y comprendió entonces que Mario atesoraba en su interior un interés especial por las letras, por la literatura. 

A partir de ese momento Mario se entregó cuan infante a leer literatura fantástica, a disfrutarla, a vivirla y a trazar una senda interior que algunos años después lo llevaría a convertirse en escritor y a cambiar su nombre por el de Gonzálo Martré. 

Martré nació en Meztitlan y repartió su infancia y juventud en varios municipios de Hidalgo donde su madre se mudaba para atender su trabajo docente. Tula y Pachuca son apenas dos sitios de una lista larga. Se exilió en la capital del país con el propósito de continuar los estudios profesionales y ahí se topó, de frente, con el inexorable destino de la palabra escrita en el año de 1967. Comenzó entonces una larga carrera que lo llevaría del cuento a la novela, al periodismo, a la sátira, al ensayo, a escribir de política, para niños, a ser argumentista y convertirse hoy en día, no sólo en uno de los autores mexicanos más prolíficos de nuestra literatura, sino también en el decano de los escritores nacidos en Hidalgo.

Gonzálo Martré visitó la ciudad de Pachuca hace exactamente una semana, el viernes 16 de febrero de 2024, porque tenía ganas de celebrar en la capital de su tierra su cumpleaños noventa y cinco. En principio quería sólo una reunión petit comité con veinte o treinta personas en algún reciento disponible de la UAEH. Por fortuna, la Universidad decidió organizarle un evento más grande, con lleno total en la Sala J- Pilar Licona del edificio de Abasolo y aprovechó la presencia del Rector para entregarle un reconocimiento, merecido y pertinente, por su prolijo dispendio literario de más de cincuenta años.

Quienes tuvimos la oportunidad de acompañarlo en este evento disfrutamos cómo siempre de su ingenio y socarronería. Nos embelesamos de sus anécdotas que lo mismo incluyeron su origen en los hermosos lares de Meztitlán, que sus tardes de cantina con colegas donde se erigían proyectos editoriales que le permitieron reconocimiento y, en ocasiones, ser arrastrado por la fama internacional de algunos proyectos; como aquel donde se le ocurrió convertir a Julio Cortazar en un personaje de la historieta de Fantomás donde participaba como argumentista. Aquel episodio impreso se llamó “La inteligencia en llamas” y en la historia, Fantomas se comunicaba telefónicamente con sobresalientes intelectuales del momento, con quienes además se tuteaba como Cortazar (y también Susan Sontang). La historieta llegó a París y terminó en las manos del autor de Rayuela que se sorprendió al verse convertido en un personaje de historieta sin haberle pedido permiso, así que aprvechó y utilizó el mismo soporte narrativo, la historieta, como un nuevo canal para comunicar parte de su obra, haciendo su propia versión en un folletín de Fantomas. Por supuesto esto acaparó la atención de todo el mundo “arrastrando” a Martré en esta fama.

Fresco, ocurrente, nos habló de los nuevos proyectos que lo tienen ocupado; un manojo de cinco libros que pronto espera terminar, “Si le da tiempo”, bromea. No sin dificultad, devido a los problemas de sus cuerdas vocales  Martré estuvo charlando con sus lectoras por casi una hora, coronando el evento con la entrega del reconocimiento de manos del rector Octavio Castillo Acosta.

Paso cebra

Un gran acierto de los organizadores y del propio homenajeado, fue la generosidad de obsequiar libros a los presentes para que el autor los firmara. Hacer esto es atar el último cabo de una charla con un escritor; en ocasiones, como la que ahora nos ocupa, es una delicia escuchar, pero poder leerlo después se transforma en ese acto de íntima complicidad entre el autor y el lector, lo que al fin de cuentas tiene que ser la literatura.

viernes, 16 de febrero de 2024

Un pulso de vida desde los Andes


Tuve conciencia de la muerte por primera vez a los seis años. Mi Tata, mi abuelo materno, murió de cirrosis. Nunca vi su cadáver, apenas un día antes del deceso lo visité en el hospital. Al volver del cementerio mi madre me explicó lo que significaba el hecho de que su padre hubiera muerto. No lo volvería a ver. Sin embargo, su recuerdo ha perdurado muy dentro de mí como un discreto pero permanente impulso. Tuve conciencia de la muerte por última vez hace año y medio cuando falleció mi padre. Estas no han sido las únicas dos muertes de la familia, pero la sensación que me provocaron ambas fue muy similar. Sin las sensiblerías de dedicar todos los actos a la memoria de los que se han ido, sí descubro una cierta inspiración en aprovechar el andamiaje de vida que nuestros seres queridos fallecidos, nos han dejado. Es en ese amor, enseñanza, ejemplo o herencia emotiva, donde cogemos propulsión para continuar.

Esa es la reflexión que a mi parecer nos deja el filme “La sociedad de la nieve”. La nueva versión de una de las historias de supervivencia más conocidas del mundo. En mi infancia tardía y mi juventud temprana, estuve obsesionado con tres sucesos que marcaron esa época: la explosión del Challenger, el accidente nuclear en Chernobil y los Sobrevivientes de los Andes. 

Al ser una historia conocida, con mayor o menor detalle, por casi todo el mundo, la película la aborda desde la narrativa de Numa Turcatti, una de las veintinueve personas que murieron por causa del choque y durante los días posteriores antes de ser rescatados. Numa, no era parte del equipo de rugby, pero era amigo de uno de los miembros quienes los instaron a aprovechar alguno de los asientos que estaban disponibles y así poder acompañarlos a Santiago de Chile, verlos jugar y pasar el tiempo libre paseando y conociendo chicas. Ese relativo “fuera de lugar” envuelve pro principio al personaje en un halo de tragedia. Sin embargo, pronto la resignación ante la dura realidad que enfrentan hace que todos los sobrevivientes al impacto del avión en la montaña se consoliden como una sociedad donde por principio de cuentas nadie debería quejarse y todos deberían colaborar de una u otra forma para mantenerse con vida en lo que el rescate llegaba. En esta cofradía de la desgracia se pertenecen todos y cada uno, sin importar si eran compañeros, amigos o familiares, son desde ese momento figurantes de un destino común que hay que moldear para sobrevivir.

Antes de este filme, se realizaron dos películas más sobre la hist0ra de los sobrevivientes; una mexicana, muy mala y; la versión hollywoodense que enarbolo la hasaña como un hecho heroico indiscutible e imperecedero para ejemplificar la fortaleza del espíritu humano en situaciones límite. Sin embargo, el lado realmente humano de la tragedia se había ido construyendo poco a poco a través de docenas de documentales, programas especiales y entrevistas de los dieciséis sobrevivientes. El filme de Bayona cambia el punto de vista a partir de la premisa más cruda, sin los que murieron (a lo largo de los días) los que vivieron no hubieran podido salir de ahí. Ajustar el foco en Turcatti y no en Nando Parrado y Roberto Canesa (los dos expedicionarios que logran encontrar ayuda tras cruzar la cordillera), destaca los dilemas que todos y cada uno de ellos enfrentaron; por un lado decidir comer de los cuerpos de los amigos fallecidos, la implicación de tener su permiso para hacerlo, el hecho mismo de consumir músculos, órganos, etc. para mantener las fuerzas y el hecho mismo de la muerte como fin último de amor para que los que continuaran viviendo pudieran alimentarse. Es ahí donde el personaje de Numa es la vuelta de tuerca para construir un filme extraordinario y con un mensaje desgarrador, pero real: la muerte de algunos es también una forma de celebrar la vida de otros.

Paso cebra

Recién la semana pasada, “La sociedad de la nieve” del director español Juan Antonio Bayona, se alzó con diez premios Goya, entre ellos el de Mejor Director y Mejor Película, lo que parece indicar que también podría ser acreedora al Oscar a Mejor Película Internacional. Por cierto, “La sociedad…” está basada en un libro del mismo nombre escrito por el también periodista y guionista uruguayo Pablo Vierci, quien además de ser un reconocido escritor en su país natal, era amigo de la infancia de los miembros del “Old Christians Club”, lo que le permitió erigir a través de varias entrevistas esa visión más humana, menos épica de los sobrevivientes de lo Andes.

viernes, 9 de febrero de 2024

Mientras la música hable: Bela Fleck y Chucho Cuevas


Mantengo un sentimiento dual con las plataformas para escuchar música; el streaming, pues. Por un lado, el más oscuro de mi ser, las detesto; me han quitado el placer de sostener un disco entre las manos, otrora los elepés y casetes, no tan lejanos en el tiempo los cedes, la euforia de abrir el booklet y conocer los bastidores de la producción: lugar, fecha, cómplices, ejecutantes, a veces letras, al fin y al cabo las entrañas de esa música que me atraía. Por otro lado, las plataformas me complacen porque me permiten encontrar rarezas, peculiaridades musicales, autores e interpretes ya conocidos y, sobre todo y por fortuna, desconocidos para mí.

Este fabuloso accidente melómano me ocurrió en agosto pasado cuando escuché por primera vez “As we speak”, lo más nuevo del banjero norteamericano Bela Fleck. Se trata de un álbum realizado con un racimo de músicos virtuosos: el contrabajista Edgar Mayer, el famoso tablero hindú Zakir Hussain (ambos músicos con los que había grabado un álbum previo en 1998) y el flautista Rakesh Chaurasia, también de la India y que participa de manera especial en este trabajo.

La forma en que fluyen las doce pistas del disco recuerdan las primeras incursiones de Bela Fleck en la industria del disco. La frescura con que los temas están estructurados me recuerda a uno de sus primeros discos “Left of cool” (uno de mis discos de jazz preferidos), permitiendo una especie de danza sonora donde el contrabajo, la tabla y la flauta entretejen sus tesituras en un orden espléndido. Por momentos, mientras las sensaciones se agolpan en la epidermis gracias al virtuosismo de estos músicos, siento el banjo de Bela con la misma energía con que enarboló sus temas más conocidos en el pasado, particularmente “Big country” (una oda a la grandeza de la música sureña de los Estados Unidos); esa elocuencia con que el banjo se encabalga trasa una vereda donde el resto de los instrumentos, sobre todo la flauta de Chaurasia transforman el ambiente en una multiplicidad de texturas musicales difíciles de ignorar aún por el más distraído escucha. Se intercalan los estilos personales, el origen cultural de cada integrante, pero sobre todo, se amalgaman las visiones sonoras que cada uno de los integrantes de este álbum, tienen sobre lo que es y debe ser la música. Quien lo escuche se puede preguntar ¿esto es jazz?, ¿es esto música del mundo?, ¿o sólo música instrumental? Es música, así de simple y con todas sus letras.

El disco resulta, valga la redundancia, redondo, como los discos de Miles Davis, que mantenían un mismo “mood” desde el primer minuto hasta el último. Así es “As we speak”, por cierto, que mejor nombre que ese “Mientras hablamos”, pues el resultado es aquello que ocurrió mientras este cuarteto de instrumentistas dialogaron sin abrir la boca frente a un micrófono.

¿Pero por qué hablo de este disco en particular? Pues porque este diálogo intercultural ganó el lunes pasado dos premios Grammy: Mejor Álbum Instrumental Contemporáneo y, una de los temas que contiene “Pashto” se alzó como Mejor Interpretación de Música Global. 

Al terminar de escuchar esta grabación vienen a mi mente, irremediablemente, a mi mente un álbum que podría ser considerado su precursor “La noche en Comitán” del Eblen Macari Trio y donde participa, haciendo gala de su polifacético talento como multiinstrumentista Jesús Yusuf Isa Cuevas uno de los músicos más completos que tenemos en Hidalgo y en todo México.

El disco de Bela no le pide nada al disco donde toca Chucho, por el contrario, vistos a la distancia y a través de los 23 años que separan una grabación de otra, sería un gran experimento sensorial escucharlo uno atrás del otro, sin importar el orden (ambos son unos discazos), pero con la clara intención de disfrutar de algo único en la música del siglo XXI.

Paso cebra

Los Grammy`s también dejaron un resabio agridulce para la música en español; primero la noticia agradable: la talentosísima Natalia Lafourcade y su “Todas las flores” ganó como Mejor Álbum de Rock Latino (en un extraño empate con Juanes); la noticia amarga es que el mozalbete que se hace llamar como categoría de box “Peso pluma” fue reconocido como Mejor Álbum de Música Regional Mexicana. ¿Las odas a la violencia del narcotráfico son ahora los emblemas musicales que nos identifican? Bien nombrado el disco en cuestión, es el ”génesis” de la decadencia de la personalidad musical de nuestro país. Qué pena.

viernes, 26 de enero de 2024

El resplandecer de lo humano según Jon Fosse

Mi recuerdo más lejano es despertar en medio de la oscuridad, la sala de la casa de mis padres, con el televisor encendido, refulgente combatiendo con la oscuridad. Mi madre no estaba, había salido a comprar leche apostando porque el crío no despertaría, pero la larva obscena que era yo a los dos o tres años decidió aparecer en aquella tarde casi noche con un llanto de desolación. Sin embargo, no recuerdo haber sentido miedo, sino más bien algó más parecido a la soledad, una que no era del todo desagradable. Casi enseguida mi madre giró la llave e iluminó la estancia sin encender el interruptor. Mi recuerdo termina ahí, pero prevalece en mi memoria la luz de la pantalla de bulbos iluminando espasmódicamente los rincones de la casa que la oscuridad le cedía. Ante mí, sin entenderlo hasta muchos, muchos, años después, se presentó en aquella escena la dualidad del espíritu humano, el debate perpetuo, la predilección o resistencia que tenemos ante la luz, ante la oscuridad.

De esa recóndita esencia del espíritu humano trata “Blancura” la nueva novela del escritor noruego Jon Fosse (N. en 1959), galardonado con el Nobel de Literatura en 2023. Precisamente este libro apareció el año pasado en Noruega y por una suerte de cálculo editorial la tenemos desde diciembre pasado en español.


La historia inicia cuando un hombre maneja su auto sin un rumbo fijo, sin un destino aparente. El conductor gira a la derecha en esta calle a condición de que en la siguiente lo hará a la izquierda, en una concatenación mecánica que lo lleva a adentrarse en un camino boscoso que está cerrado por la nieve. Ahí, en ese destino al que su aparente indecisión le ha llevado tiene que tomar una serie de acciones para poder salir de ahí y para, aún sin saberlo, salvar la vida.

Nuestro protagonista, como un Robinson Crusoe condenado a naufragar en el bosque que se yergue ante él, va debatiéndose en decisiones que por más ilógicas que parezcan van trazando la ruta de sucesos que lo llevaran a adentrarse en la penumbra del bosque que lo reclama como propio. Mientras la tarde avanza y se transforma en noche, entre los árboles, ante el hombre perdido se aparece una luz, un ente mejor dicho, brillante, más blanca que la nieve, “resplandeciente en su blancura” que le provocará sensaciones que el autor utiliza como combustible para hablar del miedo, la memoria, los lazos familiares, el alma, la trascendencia, pero sobre todo de la esperanza.

Aunque breve (menos de noventa páginas) la novela es profundamente reflexiva en situaciones que podría parecer anodinas, pero que están cargadas de significados. Página tras páginas la atmósfera se va volviendo cada vez más intrigante y llega un momento que el lector cae en el mismo hipnotismo que envuelve al protagonista. 

La Academia Sueca dijo al anunciar el premio que «La obra de Fosse es un enigma que da vida y esperanza a quien la lee. Ilumina el alma humana como sólo lo hacen los elegidos». Fosse publicó su primer libro en 1983 y a lo largo de una prolífica carrera ha sido comparado con Beckett e Ibsen, dos de los autores europeos que mejor exploraron la condición humana en el siglo XX; Fosse ha llevando la auscultación de la soledad y la desesperanza del hombre moderno a linderos que trastocan las fibras primigenias de nuestra humanidad.

Hacía el final de la novela, el protagonista reflexiona “Todo lo que se percibe, pues, de alguna manera tiene que ser real, sí, de alguna manera tiene que entenderse”. La verdadera cuestión es ¿cómo nos percibimos los seres humanos en este siglo que se desboca hacía su primer cuarto?, ¿sí lo descubrimos, o si ya lo sabemos, podremos entenderlo?

Paso cebra
Otra obra del nuevo Nobel Noruego que se puede encontrar ya en español es su novela más famosa, “Melancolía”, y este año aparecerán “Ales junto a la hoguera” y “Escenas de una infancia”; para quien le interese leer a este autor. Hasta la próxima semana.