viernes, 27 de septiembre de 2019

Desconocidos en un Gol



¿Les molesta si le echo un aventón a mi primo aprovechando que vamos para Pachuca? Dijo Erre con algo de pena. ¡Claro que no!, respondió Eme con esa simpatía que le caracteriza y que tenía cautivados a Hache y Efe. De inmediato regresaron a la charla que ten entretenidos los tenía sobre las lenguas maternas y la predilección de los mexicanos por la “venganza” lingüística. En eso se basa el albur dijo Hache. Era el desquite sin hacer daño físico de los mineros explotados, completó Efe. Exacto, refirió nuevamente Hache, tratando de hacer un remate inteligente y que le permitiera quedar como un hombre culto, una venganza no violenta, finalizó. ¿No violenta?, pregunto Eme con sorpresa, Define violeto, dijo entre una risa que devenía en carcajada. Eme es psicóloga, así que conocía muy bien el efecto que provocaría en Hache quien terminó por aceptar que sí, que el albur era una expresión violenta de venganza. Efe, quien recién hace unas semanas conocer a Hache, entró al quite para tratar de mantener el orgullo masculino intacto, al menos dentro de ese auto compacto. Mientras tanto Ere oteaba por la ventanilla tratando de divisar al mentado primo que completaría la quíntupla en la carretera. Al cabo de unos minutos, el primo apareció, monto en el asiento trasero con cuidado mientras Eme y Efe se acomodaban a su izquierda y saludó cortésmente.

Tras un par de vericuetos lograron salir del Nith y alcanzaron la carretera a Pachuca. ¿Se dan cuenta?, pregunto sorpresivamente Eme, Somos cinco desconocidos que viajan juntos, como un Car-pool. Hache, que comenzaba a marearse pensó, ni tan desconocidos, Ere conoce a su primo y yo llevo trabajando con Efe al menos dos semanas, pero no dijo nada tratando de enfocar la visa al frente para evitar la sensación de vértigo. ¿Car-pool?, que expresión tan desagradable dijo entre los mareos. Sí, como una fiesta de alberca dentro del auto, confirmo Eme. Entonces a mí me falta una piña colada en la mano, iba a decir Hache pero tuvo que regresar la mirada al frente con urgencia por el movimiento de una curva. Efe se mostró interesado y ahondo en el comentario sobre los desconocidos viajando. Sería una buena historia para una película, volvió a intervenir Eme que se notaba cómoda y desenfadad entre los extraños que estábamos metidos en ese compacto. Efe pregunto si no había alguna película con una trama similar, pero por más esfuerzos realizados nadie pudo recordar con precisión. “Extraños en un tren”, pensó Hache, Aquella película de Hitchcock, iba a decirlo pero la charla ya se había avivado de nuevo con el supuesto de que los cinco desconocidos o semidesconocidos dentro del auto escondieran vidas interesantes o, en el peor de los casos, inconfesables. O sea que aunque parezcamos gente decente, ¿seamos en realidad sicarios?, Hache quiso decir psicópatas, pero las habilidades psicológicas de Eme lo cohibieron e hicieron errar. ¡Exacto!, volvió el ánimo de Eme. Erre por su parte, atento al camino, de vez en cuando miraba por el retrovisor dibujando una sonrisilla interesado en el rumbo que tomaba la plática de esos desconocidos.

Yo, en vez de psicóloga sería una diseñadora de vestuario de películas de Hollywood, apunto Eme. Efe, lo pensó un momento y dijo, Yo ocultaría ser un comerciante de arte en el mercado negro internacional. Hache, estaba tratando de combatir el marea dormitando un poco y sin abrir los ojos dijo, Yo me quedo con lo del sicópata, guardándose para sí la segunda frase, Porque sería capaz de matar por un poco de silencio en este momento. El Primo mientras tanto, ya era su alter-ego; ocultaba ser un agente de la interpol que usaba el silencio como su mejor herramienta de análisis y método infalible para desenmascarar dilers de arte y asesinos seriales en latencia.

Eme, vivaracha y con esa simpatía con que había apabullado a todos dentro del auto, mantuvo la actitud de invención un buen rato, hasta que el hastió del camino los sumió a todos en un silencio que se adentraba en la incomodidad.

Al cabo de más de una hora, llegaron al destino. Descendieron a cuenta gotas y en distintos puntos de la urbe y se despidieron con la decencia de aquellos que se conocen.

viernes, 20 de septiembre de 2019

Un libro posible



Qué agradable es despertar en un país menos dolido, menos ambiguo. Al menos una mañana del año esta sensación de esperanza se hace presente con el canto de los pájaros y resulta ser en un amanecer de asueto. El buen sabor de boca que dejó el «nuevo» modo del Grito de Independencia se podía notar en el rostro de las personas con las que te encontrabas en la calle ya rayando el medio día (en México es cercano al pecado el atrevimiento de despertar temprano y sobrio el 16 de septiembre). Ceremonia sencilla, pareja presidencial solitaria, arengas de más pero bien fundamentadas, el zócalo lleno (¿Tanto como en los mítines electorales?) y la inevitable sensación de que las cosas verdaderamente pueden y están cambiando.

Lo que es innegable es que las cosas en este país son distintas. El ascenso de la izquierda al gobierno de la República ha resultado un paradigma abigarrado y polimorfo, en el que, estemos de acuerdo o no, vale la pena ahondar. La forma de hacer política ha cambiado y por ende la forma de entender el ejercicio del poder y del servicio, sea público o no. Aunque muchos no estemos de acuerdo con los programas sociales dispendiosos (¿Una Beca sigue siéndolo cuando pierde la esencia de reconocer el esfuerzo y la dedicación como características de distinción?) o con las “mañaneras” que no representan un verdadero análisis de los problemas que se enfrentan y que sí arriman a la ligereza el discurso político que comienza a ser repetitivo y, lastimosamente, falso en ocasiones.

Pero también ha cambiado la perspectiva de Nación en asuntos relacionados con las heridas que históricamente no han sido cerradas. En ese sendero el paisaje promete para muchos ser menos hostil y les asegura encontrar la verdad al final del arcoíris. Particularmente en el caso de las desapariciones forzadas la expectativa es muy alta y seguramente que si no se logra el objetivo prometido (no nos distraigamos en si era posible resolverlo al minuto siguiente de iniciar el periodo presidencial, con que se resuelva es suficiente) la caída será estrepitosamente histórica. Ojalá que la gran oportunidad de la izquierda en México no sea tirada al inodoro. Por el bien de todos, ojalá.

Pero qué bueno sería, para efectos de practicidad, tener en México un “libro secreto”, a la usanza de la leyenda urbano-política norteamericana; dicen que los gringos tienen un libro presidencial donde están develados todos los misterios de su historia reciente –quién fue el verdadero asesino de Kennedy, ¿Sí llegaron a la luna?, dónde están escondidos los ovnis, etc.–. Imagine usted, estimado lector, un libro que contenga el nombre de quién dio la orden de disparar en la Plaza de las Tres Culturas, la cifra exacta de muertos en el terremoto del 85, el nombre del dueño del dedo que jaló el gatillo (los gatillos) contra Colosio, el autor intelectual de Acteal, el número de zapatistas muertos en la primera ofensiva del ejército en aquel temprano 1994, las cuentas que pagaba Calderón en licores, la cifra verdadera de muertos en la guerra contra el narco, la ubicación precisa de los 43 y la identidad de sus asesinos.  

Cabe decir que ese libro, que va de presidente en presidente, no es para organizar un círculo de lectura nacional, sino para que quien ejerce el poder en los Estados Unidos sepa que ya es cómplice al momento de compartir esos secretos. La idea es que acá, donde también hay tantas cuentas históricas pendientes (tal vez más) el libro no fuera para mantener los secretos, sino para no olvidarlos, como una lista de tareas por hacer, de pendientes para dar respuesta; respuestas que se esperan, en algunos casos, desde hace más de cincuenta años. Qué bueno sería que un libro así fuera posible. Y entonces, el presidente podría ir dando solución a una incógnita cada vez que fuera necesario el alivio popular ante la desesperación que generan los pesares cotidianos o como un obsequio para despertar el 16 de septiembre y mantener esas sonrisas y ánimos de esperanzas que notamos el lunes pasado. Y mire usted que me acabo de dar cuenta de que además, era lunes.

Paso cebra
Y en el parte meteorológico: hasta la tormenta trae su nombre. El clima apuntala la memoria. Carajo.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Quemar las frases o la poética zombi



Escribir es un arte ingrato. Precisa de absoluta soledad, a veces de silencio pleno, de profundos momentos pesarosos. En todo caso, es un ate que exige que abandonemos a nuestros seres queridos, a nuestras parejas, a nuestros hijos, no se diga del resto de la familia, padres, hermanos, primos y todo el árbol genealógico en su esplendor, al menos por un rato cada día. Resulta ser como una amante abusiva que te requiere sin previo aviso, te absorbe hasta consumirte y al cabo, te escupe como escupimos la semilla de la ciruela pasa cuando comenzamos a sentir su amargura en la boca.

En esas soledad se regodea el más reciente libro de uno de los escritores más sui generis de la ciudad: Juan Carlos Capetillo, el Zombi. Desde el título “Magnolias para Soledad”, el libro se arroja a la apuesta de escudriñar en la esencia del proceso de creación literaria, para agarrar a la bestia por la barbilla (cabría tal vez aquí un lugar más común al decir “tomar al toro por los cuernos”, pero hoy no me apetece el oropel taurino), y hacer de la soledad del escritor el “late motiv” de su poesía.

Mi antología / se resume al último verso, / la infinita estructura del pecado que me mantiene vivo. // Mi letras es un acercamiento, / al imbatible desvelo por desnudar la poesía: / Enamorado de la Soledad.

Durante ocho años, sin interrumpir el desazón de enfrentarse a la página en blanco, pero que eso, a los versos que no cuajan, aquellos condenados inevitablemente al ostracismo de la papelera. Y es que, hay que decir que la poesía no siempre aparece cuando se escribe, el Zombi lo sabe bien y entrega su vida a la búsqueda de la belleza, al sortilegio en que se convierte la posibilidad de conmover al lector.

Soy ola / languideciendo eternamente / donde ayer desapareciste. // Días antiguos, / desintegrados. / Emergerán lunas otoñales (…)

Pero el autor también se ase a la musa como su salvadora y a la vez como verdugo, mejor será decir, se ase a su ausencia, a su intangibilidad, a la luz en que se transforma dentro de los oscuros parajes de la creación poética, como redentora absoluta, como sanadora ocasional de la ceguera congénita del poeta, para ser un faro inmarcesible, la rendija de luz bajo la puerta de la habitación renegrida del porvenir.

¿A quién pertenece la sombra de esta noche? / Los perros ladran presagiando mi muerte, / los cuervos duermen y bajo sus alas el sol se esconde, / ¡qué observan mis ojos debajo de mis parpados?

Pero la soledad, negación de la compañía, de la presencia cálida del ser amado, es un lago calmo donde dibujar la añoranza y hablar de la pasión de lo que niega.

Las encriptadas formas de amarte / se difuminan cada vez que me observas. // Algunas veces somos acacias / coronando las sábanas, / en los límites de lo conocido y de lo cierto. // Geranios en las llanuras del tiempo, / pintando los labios del sueño con sangrientos pétalos.

En este libro, Juan Carlos Capetillo muestra un cara brillante y luminosa de su producción poética, sin negar sus motivos principales –el amor, la ausencia, el pasado mitológico, la naturaleza (los felinos y los colibríes, sobre todo; las flores también), la ciudad como hábitat de lo imposible, de la belleza– para mostrar un hermoso y desconcertante racimo de versos que sacuden, con su musicalidad, con su fiereza, al lector más ávido.


Tal vez, pienso al escribir esta línea, que las flores, como principales protagonistas del poemario, son la apuesta principal, acertada cabe decir, del Zombi en este libro. Y es que las magnolias son flores muy antiguas (“estaban en el mundo antes de que las abejas existiera”, apunta Isabel Salas en la cuarta de forros), tal vez tan antiguas como la poesía misma, y que decir de la soledad, todos, pretextos idóneos para hablar de la catarsis implacable de escribir poesía.

Publicar es arrojar los versos que valen la pena a una hoguera que arde en los ojos de quien los lee. Los poemas de este libro merecen ser una lumbrera que ilumine una noche de esas oscuras, verdaderamente oscuras.