jueves, 2 de julio de 2015

La hoja y la mirada: Reflexiones sobre Fuentes




Es una suerte comenzar a leer a un escritor por el principio. Pero, ¿cuál es el principio de la obra de un escritor? ¿El principio cronológico? ¿Su obra cumbre como principio? ¿El más reciente? ¿Su libro último? 


Sospecho ahora que un escritor puede tener muchos principios. Me refiero entonces al cronológico. Comencé a leer a Carlos Fuentes en su primer libro de cuentos “Los días enmascarados” (1954), aquella recopilación intensa, cargada de la febrilidad de un joven escritor que inicia, en el que se encuentra el maravilloso y no menos escalofriante “Chac Mool”; ápice del cuento fantástico mexicano.


A partir de ahí me he sumergido con inmenso placer en las páginas que la pluma (fuente por ciento) de Fuentes produjo, hasta llegar a “Personas”, libro póstumo en el que aparentemente Carlos trabajaba al momento de morir; y aun cuando se nota por momentos que faltó en el texto la revisión última y rigurosa de su autor, es un libro escrito con el corazón sobre personas que influyeron en su vida, desde Buñuel hasta Lázaro Cárdenas.


La obra de Fuentes es mayúscula, en fondo y forma; escrita toda en máquina de escribir y con un solo dedo (el índice derecho). Su pluma cubrió prácticamente todos los géneros excepto la poesía, la cual seguramente cosechó en secreto. Su habilidad narrativa le permitió revestir sus textos con su habilidad reflexiva; acucioso siempre, apasionado de su lengua, deseoso de que sus letras penetraran en la conciencia del lector. 


“Carlos Fuentes y la novela latinoamericana” es muestra de ello. El volumen editado en 2013 por la Universidad Veracruzana a través de su Cátedra interamericana Carlos Fuentes, el  CONACULTA y el INBA, resultó del deseo de mostrar su estatura literaria como un homenaje en el primer aniversario luctuoso del autor.


La primera parte titulada “Lecturas desde México”, contiene textos de autores propios, que desde casa, reflexionan sobre la obra de un autor que no solamente vivía apasionado por el escribir, sino también por promover la literatura mexicana (sobre todo la joven) dentro y fuera de nuestro país (rasgo por cierto, poco encontrado en otros escritores), ahí encontramos a: Rosa Beltrán, quien reflexiona sobre la ciudad como personaje en la obra de Carlos; Adolfo Castañón, quien hace lo propio sobre la entrega del primer Premio Carlos Fuentes a la persona de Mario Vargas Llosa; Álvaro Enrigue habla sobre Fuente y también sobre Vargas Llosa como hitos de la literatura latinoamericana; Ana García Bergúa nos muestra la herencia literaria que en el autor dejó Alfonzo Reyes y Martín Luís Guzmán; Margo Glantz, se encarga de “Una familia lejana” y su génesis onírico; Julián Herbert deshebra a Ixca Cienfuegos, personaje principal de “La región más transparente”; Hernán Lara Zavala marca a la literatura como experiencia primigenia de Fuentes; Guadalupe Nettel da muestra se la personalidad de autor y la relación con algunos de sus libros; Eduardo Antonio Parra, se encarga de analizar el ejercicio bífido que llevó a Fuentes del largo aliento a la narrativa breve; Sergio Pitol lo llama “nuestro Virgilio”; Elena Poniatowska lo recuerda bailando, en medio de la celebración, siempre deslumbrante como lo que escribía; Cristina Rivera Garza lo rememora navegante entre las dos lenguas que lo acompañaron desde niños, el inglés y el español, y en las que escribió; y Jorge Volpi, que retrata al Fuentes adolescente.


A modo de intermedio, tal vez como recordando que Carlos Fuentes era también un cinéfilo absoluto e irremediable, el libro contienen una colección de fotografías a color de Daniel Mordzinski titulada “Visiones de Carlos Fuentes”.   


La segunda parte del libro “Lecturas desde el mundo”, presente la mirada forastera, las reflexiones de autores que compartieron con Fuentes el largo camino de la literatura y que, sin importar las latitudes de procedencia, coincidieron en época o estética con el autor de “Terra nostra”; ahí leemos a: Antón Arrufat, quien aborda “Aura”; José Balza que establece la novela como centro de la obra de Carlos; Alonso Cueto lo llama “el novelita de la integración”; Arturo Fontaine lo mira como lector  como protagonista; Juan Goytisolo lo ubica en el territorio de la mancha; Darío Jaramillo Agudelo, habla sobre el prestigio con el que Fuentes dotó a la carrera de escritor; el novel francés, J.M.G. Le Clézio, escribe un texto formidable sobe “La región…”, la brasileña Nélida Piñón lo llama “universal” estableciendo los puntos coincidentes con la obra de Machado de Asís; Sergio Ramírez rememora su encuentro con él, en los libros y en persona; y Luisa Valenzuela comparte una anécdota donde Buenos Aíres, el tango y una bailarina que comparte el apellido con Carlos se entrelazan.


La edición, a cargo de Cristina Fuentes La Roche y Rodolfo Mendoza, resulta ser un retrato hablado, detallado y profundo, de un autor que reivindicó el oficio de escritor como profesión, su función dentro de la sociedad como creador y su responsabilidad política, la cual siempre ejerció señalando su naturaleza ciudadana.


La obra que nos legó Carlos Fuentes es pues, en palabras de Ana García Bergúa, “una obra en tránsito perpetuo, una obra que en realidad no termina”, infiriendo que Carlos Fuentes no ha muerto y seguirá andando por la literatura latinoamericana.

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