sábado, 29 de octubre de 2022

Trigésimo cuarto Certamen la Orguidea de Plata



Hace mucho tiempo, antes de los tiempos de Cervantes, las justas literarias recibian el nombre de Juegos Florales; en virtud de que al ganador se le otorgaba una pequeña flor de oro como premio. En muchos lugares de Europa, sobre todo en Francia y España, algunos concursos literarios siguen recibiendo este mote, incluso en México, hay estados o municipios que llevan a cabo sus juegos florales como máxima justa entre los escritores de la región.

En Hidalgo, la actividad cultural viva más antigua de su historia son unos juegos florales que, aunque no llevan esa designación, ofrece como máxima presea la escultura de una flor. Me refiero al Certamen de Composición Poética Canto a mi Tierra Hñahñu que entrega como premio de priemer lugar la Orquidea de Plata.

Este premio es una de las actividades más arraigadas de la región y ha sido defendida e impulsada con dedicación y entrega por diferentes grupos de mujeres y homres que defienden la tradición poética que abreve y nutre la cosmovisión hñähñu. Durante estos treinta y cuatro años la codiciada Orquídea de Plata la han obtenido una pléyade de escritores que han aportado su visión literaria sobre la vida en el Valle del Mezquital, ellos han sido Homero Conde Betancourt, Jorge Avilés Martínez, Matías del Ángel Romero, Abraham Pérez López, José Alfredo Ortíz Villa, Alberto Avilés Cortés. Reyna Pérez Pérez, Pablo Mendoza Moreno, Miguel Ángel Oropeza Hernández, Marías del Ángel Romero, Venancio Morten Neria, Mayté Olivares, Óscar Baños Huerta, Zuleima Aidé Ángeles Gómez, Yolanda Hernández Esteban, César Bernardo Moreno Santos, Xico Jaén, José Javier Hernández Cano, Idelfonso Jaén Gasoar, María Isabel Pérez León y Francisco Leonardo Ángeles Santiago, ganadores de las emisiones hasta el 2019.

El trabajo de estos poétas está bellamente compilado en una edición impulsada por el PACMyC 2020, permitiendo conocer las voces, las miradas y el sentir de quienes han plasmado en palabras su amor por la tierra hñähñu.

En lo personal, tuve la oportunidad de participar en dos años consecutivos, 2011 y 2012, oteniendo en ambas ocaciones un honroso segundo lugar, en virtud de que yo no soy un escritor oriundo del Valle. Por el contrario, son un admirador fervoroso de su cutlura, su cosmovisión e identidad, reconociéndola como una de las más sólidas, no sólo del estado de Hidalgo, sino de todo el país.

El pasado sábado 22 de octubre se desarrolló la Ceremonia de Premiación de la XXXIV edición de estos juegos florales en el centro cultural “Nthenhai” (Tierra colorada) de Santiago de Anaya. Tuve el honor de formar parte del jurado y de apreciar, sin cortapisas, el talento, pero sobre todo el amor que tienen los participantes por su origen.

Ser jurado de un concurso nunca es fácil. Cada texto debe ser evaluado conforme al total de los participantes, y es en ese momento, que uno como jurado se da cuenta de que cada uno de los participantes ha dado lo mejor que sí y que esa entrega personal e íntima del poeta resulta en sí misma el mejor poema jamás escrito. Sin embargo, como jurados debemos apreciar los valores literarios de cada texto y sobreponerlos al primiegio impulso de adorar la tierra propia a través de las palabras. No es una tarea fácil y jamás lo será.

En este año los ganadores fueron: primer lugar para el poema titulado “Constelación del norte” de la poeta Rosa Maqueda, escrito originalmente en hñähñu y con una traducción al español, donde la tradición y el presente se conjugan en el tiempo para enseñorear la grandeza del Valle del Mezquital; el segundo lugar fue para el poema “Dendri” del extraordinario poeta ixmiquilpenze Rogelio Perusquía, un texto dedicado al gran artísta Francisco Luna Tavera, que permite condensar, en la mirada del poeta, la esencia que determina al Mezquital; y en tercer lugar un intimo poema de Xico Jaen, donde el Valle y sus limites se interiorisan en el sentimiento del poeta hacia la perona amada, volviéndola un elemento más de la identidad que lo forja.

Felicito a las autoridades municipales de Santiago de Anaya por hacer lo posible para mantener vivo este certamen literario y agradezco la entrega de las compañeras que desde la biblioteca pública de Santiago de Anaya, hacen posible que nos regocijemos con el talento de aquellos que abrieron y mostraron su sentir por la tierra que alberga su pasado, su presente y su futuro.

Enhorabuena por todos los participantes y felicitaciones a los ganadores. ¡Salve la poesía!

viernes, 21 de octubre de 2022

Ha muerto el Marqués de Real del Monte

Imagino al pueblo en su bullicio habitual de medio día. Imagino la bruma endémica de octubre atenuar la luminosidad del sol de otoño, aderezando con un ligero sopor las calles sinuosas del pueblo de montaña. Imagino a un hombre, ataviado completamente de negro, envuelto en una capa y con un sombreo de oficial, dirigirse solemnemente al jardín central del pueblo, desenrollar el bando fúnebre y con voz firme proclamar: ¡Atención todos! Hoy ha muerto el Marqués de Real del Monte. Elevado momentáneamente sobre la punta de sus pies haría chocar los tacones de su calzado como la claqueta cinematográfica que da paso a una escena en que todos los pobladores que lo han escuchado detienen su andar para guardar un minuto de silencio.

Esto debería haber ocurrido el lunes pasado. Pero no fue así. A mi la noticia me sorprendió mirando una publicación en ‘feisbuc’. Entraba con mi hija a un sitio que expende ensaladas de todos tamaños cuando la querida doctora Verónica Kugelme dijo digitalmente que el maestro Luis Rublúo había fallecido. La muerte de un amigo siempre cae como un balde de agua fría sobre la espalda, siempre se siente como una punzada en el medio del pecho, siempre deja escapar un “¡Carajo!” que sorprende y a veces ofende a quien lo escucha, siempre hace recordar aquel verso esgrimido por el argentino Oliverio Girondo: “Muerte puta, muerte cruel.”

El pasado lunes 17 de octubre falleció el más longevo de los historiadores hidalguenses. Nacido en Real del Monte en 1940. Desde muy joven eligió la letra escrita para expresarse a pesar de la negativa de su padre. Ahí fue cuando adoptó el seudónimo (heterónimo, díra yo), del “Marqués de Real del Monte”. La coronación de su osadía juvenil en la prensa local sería cuando su padre le hiciera notar que ese tal “marquesderealdelmonte” escribía muy bien. A partir de ahí las alas de este autor se desplegarían para emprender un vuelo majestuoso en la literatura y la historiografía hidalguense.

Afincó su estancia en la Ciudad de México (que disputó en más de una ocasión su paisanaje) para estudiar Derecho e Historia. Desarrolló desde muy temprano una prolífica bibliografía que le permitiría navegar en diversos géneros como la poesía, el ensayo, la historia. Nunca se desligó de sus raíces mineralmenteses, ni hidalguenses. Encabezó instituciones culturales y escribió devotamente sobre su tierra. De todos los múltiples premios que recibió, dos los consideraba la confirmación de su hidalguía: el Premio de Ciencias y Bellas Artes, Hidalgo 1980 y la Charola de Plata de Honor en Real del Monte en 2008. Esto a pesar de haber recibido premios nacionales e internacionales que también recibieron en su momento personajes como Migule León Portilla.

Su producción literaria llega a los setenta libros. Cuatro de ellos me vienen a la memoria y descansan en los plúteos de mi biblioteca. El primero de ellos es “Juego de Palabras ( Antología inquieta de ensayos)”, publicado en el estado de Nuevo León, donde un joven Rublúo de treinta y ocho años hace gala de su vocación analítica y demuestra una pluma incisiva y dedicada; el segundo es “Viajes alrededor de la biblia”, en donde el autor ensaya su perspectiva franca sobre su fe y recrea pasajes que van más allá de lo dogmático; el tercero es un libro que tuve la fortuna de editar, “Efigie de caudillos”, la celebración que el autor hace de doscientos años de independencia y que apareció en 2012 majestuosamente editado por el Gobierno del Estado de Hidalgo y; “Real del Monte Virreinal, crónicas de un viejo mineral”, un volumen dedicado a su terruño (y que tuve el privilegio de conocer desde su manuscrito) que explora, desde la Conquista hasta el establecimiento de la nación mexicana, los avatares históricos de su pueblo, este libro fue publicado apenas el año pasado como un acto de justicia a la estatura del autor.

He tenido la fortuna de haber compartido con el Marqués de Real del Montemomentos entrañables. A lo largo de seis o siente años compartimos un desayuno que se prolongaba más allá del medio día; lo inauguramos en un restaurante tipo americano de la Calzada de Tlalpan (apenas a unas cuadras de su casa) y lo perpetuamos en el restaurante de un hotel que mira a la cara sur del Reloj Monumental de Pachuca. Lo que ahí hablamos, conforma un tesoro de conocimiento y amistad que guardo celosamente en la memoria y el corazón.

Lamento profundamente no haber asistido a la ceremonia que celebraba los cincuenta años del CEINHAC; el Centro de Investigaciones Históricas A.C., agrupación que ha fomentado, impulsado y construido la investigación histórica de Hidalgo desde 1972 y de la cual Luis Rublúo formó parte de su fundación. De haber estado allí, le hubiera saludado, abrazado y seguramente no le habría dicho cuánto le admiraba, cuánto le quería y cuánto añoraba nuestras pláticas.

Creo, fervientemente, que los restos de Luis Rublúo Islas, Marqués de Real del Monte, deberían descansar en la Rotonda de Hidalguenses Ilustres. Estoy seguro, que la nueva autoridad estatal, sensible a la cultura más que otras administraciones, hará lo propio para que esto ocurra.

Don Luis, mientras viva, no le voy a olvidar.



viernes, 14 de octubre de 2022

Primer réquiem para mi padre

“A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, 

dos corazones en el mismo ataúd.” 

ALPHONSE DE LAMARTINE

0

Hoy ha muerto mi padre. Muchas veces pensé que esa frase tardaría mucho en llegar a mis labios. La sabía inexorable, agazapada en el futuro, presta para romperme en pedazos llegado el momento. Pero el momento llegó antes de lo sospechado. Resonó en el instante en que escuché la desesperación de mi madre en el teléfono: ¡Tú papá está muy mal! Por azarosa fortuna tardé tres minutos en llegar a su lecho; durante esos ciento ochenta segundos en mi cabeza rebotaba una canica cuyo eco repetía “No quiero” tratando de conjurar el minuto de enfrentarme con su muerte. Y ahí estuve yo, al pie de su cama, tocando su cuerpo helado, besando su frente mientras murmuraba un agradecimiento sincero. Mirándolo, fijamente, tan hermoso como era.

1

No amé a mi padre desde el principio. Durante los primeros seis años el amor por mi Tata ensombreció su presencia en mi vida. Pronto, arrebatado del trono que mi abuelo me había conferido y que se había llevado consigo a la tumba, fui rescatado por los ojos de un hombre que miraba en mí el universo todo. Mi Rey, solía decirme, blandiendo la espada de su estirpe sobre mis hombros, poniendo a mis pies un humilde reino que a la postre sería una herencia de libros. 

Trabajaba de sol a sol. Por las mañanas, muy temprano, el retumbar de su voz mientras charlaba con mi madre me despertaba. El sonido de la licuadora que preparaba su licuado era el preámbulo para tener que levantarme. Por las noches, cuando ya estaba acostado, ese mismo trueno de su voz preguntando por sus hijos me daba la calma última para conciliar el sueño.

Siempre le he temido al mar. Él era mi faro.

 

2

Muchos años habitamos en el paraíso. Pero en todo solaz, por más terso que parezca, va germinando una tormenta feroz. Nos azotó algunos años después, por largo tiempo. El iceberg de mi adolescencia impactó directamente contra la proa de su crisis de la mediana edad. Madurada mi voz, calca casi perfecta de su tono, hacia retumbar la casa cuando discutíamos por la hora nocturna de llegada, por mis calificaciones deficientes, por la vocación elegida, por destellos que forjan la vida a partir de esas diferencias. Lo odié a muerte porque lo entendía eterno. Lo entendí sin parcialidades cuando mis propios hijos me ascendieron a su mismo rango.

3

Férreo y determinado. Me enseñó a nunca bajar la mirada, pero a estar siempre del lado de los débiles. Su alma siempre combativa, su ideología de izquierda, creía como el Che que “sólo la verdad es revolucionaria y todo lo demás es de mentiras” mientras ocultaba a toda costa sus errores para que no fueran patrón de mis propias equivocaciones. Fuimos corrientes que abrevaron de un mismo manantial, con cursos tan iguales que se distanciaron para embravecerse.

Los libros que a mí me gustaban le parecían insulsos, los que él prefería los encontraba demasiado filosóficos. “No lees suficiente”, fue su manera de convertirme en un lector obsesivo.

4

Jorge, te encuentro en las líneas que cruzan de este a oeste mi frente.

5

Te percibo en mi andar siempre deprisa y distraído. En todos mis modos.

6

Te miro en los reflejos callejeros que me devuelven esa imagen mía de ti.

7

Mi padre aprendió a anudarse las corbatas mirando una película. Yo aprendí a amar el cine observando cómo se acicalaba para ir al trabajo. Nunca ante mí se dio por vencido. Lo miré llorar sólo una vez recordando a un amigo muerto. Siempre se quejó de todo, pero me enseñó a despreciar a los rastreros, los advenedizos; a desconfiar de aquellos que aseguraban saberlo todo. “Si quieres lucir algo, no lo presumas”, así solía firmar sus correos electrónicos. Nunca llegó tarde y mis propias circunstancias me llevaron a afinar esa obsesión suya por aprovechar el tiempo. Carpe Diem. Heredé su capacidad de gozo y florecí en una bonanza que solo presumen los pudientes, sin que nosotros lo hayamos sido jamás.

Estuvimos distanciados algo más de dos años. No vale la pena desenterrar las razones. Pero aquel tiempo de desierto me calaba tan profundo que decidí ponerle fin un día de su cumpleaños. Una carta que palabras más, palabras menos, le advertía que la pandemia o la propia edad podía cargar con cualquier de los dos y en el patíbulo permanente que es la vida, no valía la pena cosechar la tierra de por medio. Al fin, el Creador nos regaló casi año y medio (le falló por dos días), de una amistad plena, sincera. De una admiración correspondida. De un amor sin cortapisas. Una confianza que sólo emerge del fango de los más arraigados rencores. Pasamos largos ratos en su biblioteca charlando sobre política, sobre el pasado, sobre la vida que quería seguir forjando mañana. 

Desayunamos juntos tres días la semana de su muerte. En ninguna tuve la osadía de decirle que lo amaba. 

9

Hoy llevamos las cenizas de mi padre al cementerio. Mi madre había programado el día para que mi hermano pudiera asistir, sin embargo, no pudo eludir responsabilidades del trabajo. Aun así, la fecha estaba pactada con el cementerio. Al medio día, cuando el sol saja en canal todo lo que está a su alcance, llegamos a la zona de nichos del camposanto. El día no era para nada sombrío ni pesaroso. Por el contrario, era inocuo, nublado apenas como peculiaridad, pero insultantemente ordinario. Para nada un día doloroso para el mundo en el que un hombre acuda al funeral de su padre. Después de todo, hace un mes y y cuatro días que falleció. En aquel momento mi madre decidió postergar el “entierro” de los restos hasta un mejor momento. Pero nunca hay un “mejor momento”. El dolor ocupa todos los minutos de todas las horas de todos los días que preceden a la ausencia. Todos. Un amigo me escribió un mensaje de condolencias al día siguiente del velorio: el padre, decía, es más de la mitad de lo que uno es. Me he quedado entonces con un cuarto, en el mejor de los casos con dos quintas partes de mi escancia. Eso es lo que traigo, invisible para los demás. Soy un colgajo que una vez fue el hijo de un hombre vivo.