sábado, 14 de septiembre de 2013

En el día en que me mataste

(semi-cuento de) José Manuel Solá

Venías tarareando algo, ¿un bolero, una balada quizás? ¡Y cómo caminabas con aquel ritmo de sinfonía, con aquel qué sé yo dócil que le ponía fragancias a los árboles del parque! Venías con tu vestido que caía como seda suelta sobre cada vereda de tu cuerpo. Venías… ¿cómo digo?... cargando con tu sonrisa de media luna, con tu mirada de yo-no-fui y, ya lo dije, con la canción al viento, sabiendo que todas las miradas y la mía en particular, seguían tu paso acompasado con avidez, con gula…
¿Quién, entonces, hubiera imaginado tus intenciones, tu proyecto mercenario? Menos aún después de aquella sonrisa dulce, de aquella mirada tan directa; menos aún cuando acariciabas tus cabellos -negros como la noche- con aquella mansedumbre de sueño; menos aún cuando diciendo “…con permiso…” te sentaste en el mismo banco -tu cuerpo tan cercano al mío- y abriste un novelita rosa de Corín Tellado y te pusiste a leer…

Claro, tu perfume era un opio extraño que entró como un resplandor por todos mis sentidos. Todo era parte del plan, pienso, ahora que ya no puedo pensar; parte del plan cuando dejaste que el libro cayera de tus manos y permitiste que yo lo recogiera por ti.

“Gracias…” me dijiste y ya no supe más pues yo no lo esperaba, yo no lo presentía: fue cuando me diste el beso de la muerte. Y ahora….

¿Por qué vienes ahora a visitar mi cadáver?

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