domingo, 17 de enero de 2010

Ya vienen a buscarme

José Manuel Solá

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Ya vienen a buscarme y no quiero que noten el temblor de mis manos ni de mi vientre, contra, tal vez en media hora o dos horas, no sé, tal vez ya amanece, tal vez ya es hora y a pesar de eso sigo tratando de escribir el poema que tal vez logre dejar si es que tan sólo pudiera sostener el pedazo de lápiz que me queda (…esta noche de siglos siento el silencio inmenso de Dios sobre la tierra…) si tan sólo pudiera sacarme los recuerdos y pensar únicamente en lo que yo quiera pero ya vienen a buscarme y este temblor se va a notar, notarán el tiritar de los dientes y, oh, Dios, café caliente, sólo un café caliente y a lo mejor, tal vez, me dejen ir envuelto en esa frisa, pero qué diablos, qué me van a dejar (..el silencio infinito, profundo, de sus ojos, alumbrando mis manos, mi eternidad, mi mirada desnuda…) si hasta la cabeza me raparon, así que probablemente hasta descalzo me lleven para que todos los veinte mil voltios fluyan hacia los cuatro puntos cardinales así en la tierra como en el cielo, decía la vieja cuando me enseñó a rezar, los pantalones cortos y la bolsita de tela que me cosió para llevar las libretas a la escuela, la libreta aquella en que le escribí el poema para el día de las madres y el tiestito con la flor amarilla que me costó los vellones de diez días de merienda, coño, cómo le dio aquel día, cómo le dio y que si qué carajo es esto, que si qué carajo hacía yo bregando con flores y ese tiesto, qué hace usted con ese tiesto, ¡pa’ que aprenda a ser macho! y Dios mío, toda esa sangre en la nariz y yo llorando, toma, coño, pa’ que llores con ganas y la boca rota y yo deseando que vengan ya a buscarme y más le daba a mami (…siento el silencio hondo de sus pasos como el eco del agua por mi espíritu, escucho su silencio ancho como un océano, como una estrella azul, como un pistilo azul, largo, sobre un abismo…) y después, si yo escribía algo, esconderlo o mejor romperlo para que él no lo viera, no, la poesía tampoco es cosa de hombres, decía, es cosa de maricas y qué me importa a mí que la flor sea para su madre y cómo pisó la flor con los zapatos mugrientos, los pantalones mugrientos, la mirada mugrienta y el espíritu irradiando como una cosa eléctrica que me daba miedo y el hálito de alcohol y el zapato quebrando el tiesto con la flor amarilla y los ojos de ella, trizas luminosas de lágrimas, voz hundida, manos que me cubrían, que me ocultaban de estas otras manos, tus manos, que nunca fueron otra cosa que manos de castigo, que amarraban el llanto que se me quería partir en la garganta porque si no, te va a pegar más, a ti, a mi, bendito, cómo crecer, cómo hacerme hombre aquí, pero yo te cojo, coño, no te apures, que un día yo tendré tu estatura y seré más fuerte porque dejé de escribir versos y eso también lo pisoteaste tú, eso también te encargaste de aplastarlo bajo el peso de tu vida mugrosa (…en esta noche escucho su silencio salir de mi, volar desde mis manos…) así que fíjate que cuando me fui pensaste que no ibas a volver a verme, pero mira qué cosa, vengo a buscar la vieja para que no tenga que tolerarte más y me parece que la borrachera de alcohol y de violencia te ha durado más de nueve años y cuando llevo su ropita debajo del brazo me la quitas a ella, tan olorosita a jabón, tan tibia de cansancios y la revuelcas y me la estropeas allí mismo igualito que a la flor, ¿te acuerdas, hijueputa?, así que para qué traigo esto conmigo (…y deshacerse en pájaros sin nombre por los mundos lejanos…) así que ya la mano no me tiembla y escucho un ruido de metal, qué es eso que suena como una caída, eso que se repite como un eco por la galería oscura de los sueños, no, no, ya vienen a buscarme y lo único que me preocupa ahora es que vayan a salírseme los orines porque yo tengo que demostrar que no tengo miedo, que soy el hombre absoluto en absoluto control de mis circunstancias, aquel que no le teme a ese aldabonazo que resuena en el penúltimo de los portones eléctricos y el sacerdote éste viene a rezar por mi pero va a tener que estar mirándome hasta el último instante, cuando me den el cantazo y sienta el calor termonuclear de veinte mil voltios convertirme en algo luminoso, algo como el rostro de Dios, veinte mil pétalos transparentes y celulares volando de mi cara, ah, sí, tendrá que quedarse hasta verme transfigurado en un girasol violeta…

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