sábado, 1 de enero de 2011

Año nuevo

Ruben Dario
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A las doce de la noche, por las puertas de la gloria

y al fulgor de perla y oro de una luz extraterrestre,

sale en hombros de cuatro ángeles, y en su silla gestatoria,

San Silvestre.

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Más hermoso que un rey mago, lleva puesta la tiara,

de que son bellos diamantes Sirio, Arturo y Orión;

y el anillo de su diestra hecho cual si fuese para

Salomón.

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Sus pies cubren los joyeles de la Osa adamantina,

y su capa raras piedras de una ilustre Visapur;

y colgada sobre el pecho resplandece la divina

Cruz del Sur.

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Va el pontífice hacia Oriente; ¿va a encontrar el áureo barco

donde al brillo de la aurora viene en triunfo el rey Enero?

Ya la aljaba de Diciembre se fue toda por el arco

del Arquero.

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A la orilla del abismo misterioso de lo Eterno

el inmenso Sagitario no se cansa de flechar;

le sustenta el frío Polo, lo corona el blanco Invierno

y le cubre los riñones el vellón azul del mar.

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Cada flecha que dispara, cada flecha es una hora;

doce aljabas cada año para él trae el rey Enero;

en la sombra se destaca la figura vencedora

del Arquero.

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Al redor de la figura del gigante se oye el vuelo

misterioso y fugitivo de las almas que se van,

y el ruido con que pasa por la bóveda del cielo

con sus alas membranosas el murciélago Satán.

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San Silvestre, bajo el palio de un zodíaco de virtudes,

del celeste Vaticano se detiene en los umbrales

mientras himnos y motetes canta un coro de laúdes

inmortales.

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Reza el santo y pontifica y al mirar que viene el barco

donde en triunfo llega Enero,

ante Dios bendice al mundo y su brazo abarca el arco

y el Arquero.

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