viernes, 29 de mayo de 2020

El mensaje


Titilaba con una monotonía cibernética. Lucecita nimia con ínfulas de espectacular luminoso: hibernación. Su fulgor perene iluminaba el pequeño caos de la mesa de trabajo. Los bolígrafos que esgrimen sobre el papel las notas que se resbalan de la memoria. Un cuaderno de argollas con pastas duras donde una caligrafía apretada se organiza por colores; el morado para las frases ordinarias, el rosa para lo que hay que destacar, el azul para las palabras importantes y el verde, sólo por no dejar de usarlo. A un costado, la taza de café que apuntaló el ligero desvelo para poder terminar los encargos de la oficina y que en sus paredes internas conserva las manchas chorreantes del último trago; en el borde, ligeramente, se esboza la marca de su boca entintada con un labial tenue, reservado tal cual ella.
La oscuridad flota en la habitación. Puede sujetarse, colocarse sobre la palma y de un soplido empujarla contra sí misma como un cumulo de nubes azabaches. En el silencio, su respiración se mece. A lo lejos la ciudad da sus últimos alientos en el opening de la madrugada mientras la laptop, abierta de fauces, resplandece. Un mensaje ha llegado, titila insistente en la pantalla. Ha caído en la lap antes de alcanzar el móvil que duerme plácidamente en el buró, junto a ella, entregado a la amnistía nocturna del No Molestar. El mensaje insiste, quiere ser leído de inmediato, lo que contiene es importante para él y con eso le basta para creer que es importante para ella, cuyo sueño no ha sido mínimamente perturbado. El mensaje se molesta, todos quieren recibir menajes, son la especia predilecta para comunicar, quién no quiere recibirlos, todo el mundo los espera incluso con ansiedad. Pero ella no, ella duerme, ni siquiera el ritmo de su respiración se ha alterado, eso es inconcebible. El mensaje pierde los estribos, se desespera, este oprobrio debe ser vengado.

Furibundo salta de la pantalla, cruza no sin dificultad el cristal LED y rueda hasta la orilla de la mesa. Con habilidad se descuelga y usa la pata más cercana como tubo de bomberos. Se mueve con agilidad por el piso laminado, esquiva los cojines que han caído por tierra, y se agazapa de espaldas al pie de la cama. Espera un momento. Con atención se da cuenta que ella sigue profundamente dormida. Él mismo, respira profundo y comienza a reptar por los pliegues de la colcha desbordada hasta el piso. Sube, decidido, siente el motín de la furia recorrerle la venas y golpetear las sienes. Alcanza la cima y se encuentra de frente con su rostro. Ella, ahí, plácidamente dormida mientras él, presto a darle las noticias que espera, ha sido ignorado y privado de cumplir con su cometido de mensaje. Con sigiloso odio se escabulle entre las sabanas y encuentra su cuello. Ella apenas lo nota y sigue navegando en la profundidad del sueño. El mensaje la sujeta firmemente y respira profundo antes de comenzar a oprimir.

El olor de ella, a canela y manzana, ingresa en su binario sistema y todo rencor desaparece. Desconcertado, al mensaje le toma un instante darse cuenta. Recuesta su rostro y se abandona al calor de la piel de ella. Nada importa ahora, no hay prisa que se desboque. Al mensaje ya no le importa esperar unas horas antes de ser leído por ella, ahora sólo incumbe acurrucarse en el tierno ímpetu de su dormir. Le dirá lo que tiene que decirle cuando despierte.

Paso cebra
Murió el gran Leo Acosta. Alfajayuquense, hidalguense, mexicano y universal. Nació en 1932. Fue, debo decir es, una de las figuras más destacadas que ha dado Hidalgo en el arte. Grabador, pintor, litógrafo. Su prestigió lo llevó de la orejas a destacar dentro y fuera de nuestro país. Alguna vez, en una entrevista, Leo dijo que el arte era una fiesta, “inagotable fuente de placer que día con día comparto con todos aquellos que me rodean”. Pero, puntilloso como era, apasionado de su quehacer, cerró aquella charla periodística diciendo: “Aún persisten aquellos hedonistas que saben que el gozo inteligente también es una forma de enfrentar a la barbarie”. Persistirás entre nosotros Leo. Nos vemos pronto.

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