Creo que me he remitido en otras ocasiones a esta breve historia:
Mario Ruoppolo entra intempestivamente a la casa que ocupa, a orillas del mediterráneo,
Pablo Neruda. Está desesperado y asustado; la madre de su amada ha descubierto
que es él, un cartero insulso, quien ha estado enamorando a su hija con poemas
del vate chileno (poemas que por cierto todos hemos usado para el mismo fin,
con disimiles resultados por supuesto). La madre, que sabe muy bien que cuando
las palabras de un hombre andan tan cerca de una mujer las manos no andan muy
lejos, ha dicho que quiere matarlo antes de que termine de seducir a su hija. Mario
increpa la ayuda del poeta. Éste le dice que no es su culpa, que él nunca le dio
permiso para enviarle esos poemas a Beatrice (el mismo nombre que atormentaba a
Dante y a cada hombre sobre la tierra oculto en otros nombres). Mario le
argumenta con toda la sabiduría del mundo concentrada en una frase: “La poesía
no es de quien la escribe sino de quien la necesita”.
La escena pertenece al filme “Il postino” de Michael Radford,
basada en la “Ardiente paciencia” de Antonio Skarmeta. Tanto la novela como el
largometraje pertenecen a todos aquellos que creemos en el poder de la poesía. Por
ello me parece tan mezquino que algunos, lamentablemente muchos, critiquen a
Hugo López-Gatell, el epidemiólogo que comanda el ejército de respuesta ante el
covid-19, haya dedicado un tiempo a leer poesía por iniciática del Fondo de Cultura
Económica.
¿Leer un poema lo distrae verdaderamente de sus ocupaciones?
No pongo en tela de juicio el hecho de que su tarea sea esencial en este
momento que vivimos y su responsabilidad es muy alta. Precisamente por eso es
que debe mostrarse empático, dar una cara humana que las estadísticas dantescas
no le permiten. La poesía que lee no es suya, la voz que usa para articularla
tampoco; es nuestro el poema porque lo necesitamos, es nuestra la voz. En el
medio de una guerra un dejo de humanidad es un lujo, pero es necesario. Indispensable,
diría yo. Si lo que necesitamos es poesía. Sólo la poesía nos hace llevaderos
el aislamiento, el miedo y la incertidumbre. Ese médico que trata de guiarnos
en la oscuridad de la pandemia necesita darnos más aliento y que mejor que con
poesía; y que mejor que sea él quien nos comande y nos aliente que el
presidente.
La lectura del miércoles no debe ser criticada, al
contrario. Es nuestra responsabilidad como especie animarnos unos a otros,
empatizarnos, leernos poesía, compartirnos libros a viva voz, hacernos saber
que no estamos solos aunque no podamos tocarnos.
Sin embargo hay dos cosas que no me gustaron del lópezgatelreading:
que lo haya hecho en una tableta y el poema elegido. Yo hubiera preferido algo
más subversivo dadas las circunstancias que vivimos. Un poema que nos describiera
de cuerpo entero, que describiera la lucha que libramos contra el virus canalla
haciéndonos conscientes de nuestra vulnerabilidad ante los embates imperceptibles,
pero mortales, del enemigo. Me hubiera gustado escuchar ese maravilloso poema
de César Vallejo, “Masa”; un texto que espeluzna a cualquiera:
Al fin de la batalla, / y muerto el
combatiente, vino hacia él un hombre / y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!» /
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. // Se le acercaron dos y repitiéronle: / «¡No
nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» / Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
// Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, / clamando «¡Tanto amor y
no poder nada contra la muerte!» / Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. // Le
rodearon millones de individuos, / con un ruego común: «¡Quédate hermano!» / Pero
el cadáver ¡ay! siguió muriendo. // Entonces todos los hombres de la tierra / le
rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; / incorporóse lentamente, / abrazó
al primer hombre; echóse a andar... //
¡Sí, lo que necesitamos es poesía señores! La mejor prueba
son aquellos que han salido al balcón a compartirla con sus vecinos. Eso deberíamos
hacer todos los vecinos de este mundo en medio de esta guerra que dilatará.
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