viernes, 2 de octubre de 2020

Las cicatrices de la hegemonía

 Foto: Quadratín Hidalgo

Pasé toda mi juventud y la primera parte de mi adultez queriendo tener una hija. El Creador me la concedió un poco antes de cumplir los 32 años. Fue mi graduación como padre y la consolidación de mi sueño ligero. Sobre todo, porque al tenerla en mis brazos entendí lo difícil que sería para ella enfrentar las circunstancias de este mundo, y sobre todo de este país, siendo mujer.

La Marea Verde acaba de dar un vuelco que impactó contundentemente a la ciudad de Pachuca. No es la primera vez que los colectivos feministas se manifiestan en nuestras calles, de hecho, el movimiento se ha manifestado desde hace muchos, muchos años, alcanzando uno de pináculos con la conformación del Consejo Ciudadano que hoy rige la ciudad. Tal vez fue en ese ambiente, en el que las participantes decidieron dar un paso más y atraer la atención de propios y extraños con un acto determinante: plasmar sus exigencias en el Reloj Monumental.

No fue raro que las opiniones se polarizaran y que se despertara esa doble moral tan escondida pero tan significativa en el temperamento de los pachuqueños. Todos son libres de expresar su apoyo o desacuerdo en cuanto a un suceso, pero lo lamentable son las escaramuzas de insultos y oprobios entre quienes se siente vulnerados por la pinta sobre un monumento y quienes defienden el derecho de que la mujer viva sin tener miedo.

Eso es todavía más lamentable. Los verdaderos culpables de las pintas del reloj somos los machos que hemos ejercido una hegemonía estúpida y arcaica para mantener el control de las mujeres. El movimiento feminista sólo ha trasladado las cicatrices que les hemos provocado a los trazos hechos con espray sobre la piedra. La sociedad parsimoniosa que se divide se vuelve cómplice de un hecho que a todas luces no debería de ocurrir: nadie, absolutamente nadie, mucho menos las mujeres, deberían de tener miedo de salir a la calle o de ser agredidas, insultadas, violadas o asesinadas sólo por el hecho de ser mujeres. ¿En qué clase de país vivimos, que esto es pan de todos los días?

Lo cierto es que, las mujeres que protestaron “atentando” contra el emblema de esta ciudad no deberían estar solas; deberíamos todos, verbigracia los hombres que luchamos todos los días por detectar y transformar nuestros rasgos machistas; acompañarlas, codo a codo como diría el centenario Benedetti, porque no queremos más que tengan miedo.

Las pintas se quitarán de la piedra, tal vez no completamente, pero serán imperceptibles, y tal vez ninguna de ellas devuelva la vida de aquellas que ya fueron asesinadas o desaparecidas, sin embargo, podrán salvar a otras que están o estarán en riesgo de ser víctimas de sus padres, novios, esposos, compañeros de clase o de simples extraños que por la calle se creen con el derecho de tomarlas o destruirlas.

Creo que sí, una de nuestras mujeres cercanas fuera la víctima, actuaríamos, sin pensarlo. Yo pintaría el Reloj y quemaría toda la ciudad si mi hija o mi novia desaparecieran, si fueran asesinadas, no dejaría piedra sobre piedras hasta que se hiciera justicia y la violencia se detuviera, porque no es solamente el hecho de capturar a los asesinos, hay que parar la situación que nos ha traído hasta aquí.

¿Usted, estimado lector, no haría lo mismo?

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