domingo, 25 de julio de 2010

El Nigromante bajo la lupa del siglo XXI*

Hace algunos días tuve la suerte y el honor de comentar en la Décima Feria del Libro Infantil Y Juvenil Hidalgo 2010, el libro de Emilio Arellano: “Ignacio Ramírez, El Nigromante, Memorias prohibidas”. La lectura previa del libro resultó ser para mí toda una revelación; reencontrar a un personaje que por sus características ideológicas y éticas representa un modelo del político que rara vez se encuentra en nuestros días, es pretexto ideal para reflexionar en la clase política que “guía” por ahora a nuestro país.
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Ignacio Ramírez nació en 1818 en San Miguel el Grande (ahora de Allende). Mestizo, asombró desde niño por su interés y capacidad intelectual, lo cual le permitió ingresar, a los dieciocho años, a la Academia de Letrán con un crítico discurso que cimbró a la sociedad conservadora y a la iglesia de la época y le hizo ganar el calificativo de hereje, apostata y ser excomulgado. Algunos años después se unió con Guillermo Prieto y Vicente García Torres para fundar el primero de más de dieciocho periódicos que crearía, “Don Simplicio” en el cual pudo escribir artículos contra la injusticia; lo que le valdría también represarías de los conservadores: la cárcel en varias ocasiones. Fue en ese periódico donde adoptó el seudónimo de “El Nigromante” y aún cuando nunca tuvo inclinaciones espiritistas como Madero, adoptar ese sobrenombre resultó en sí mismo una premonición, pues Ignacio Ramírez vislumbró desde el Siglo XIX muchas de las soluciones que el país necesitaba y necesita todavía en el Siglo XXI. Sin embargo, aún cuando los historiadores contemporáneos de derecha (léase Krause y sus secuaces), nos han hecho llegar a la puerta de nuestras casas una síntesis histórica de nuestra nación en la que los renglones (ínfimos) sobre el Nigromante se refieren exclusivamente a sus acciones “incendiarias”. Sin embargo, nadie puede negar la integridad con que Ramírez se condujo, lo que lo llevó a ser, entre otras muchas cosas, ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en 1871; cofundador de la Sociedad Mutualista de Escritores Mexicanos (ahora SOGEM), en 1875; precursor de la educación laica y el libro de texto gratuito; y el ideólogo principal de las Leyes de Reforma.
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¿Soslayar estos últimos datos será acaso un temor a las comparaciones? ¿Habrá un hombre así en el gabinete calderonista? El único que se acercaba, ya no ocupa la oficina de Bucareli. ¿La razón? La integridad que lo llevó a renunciar al partido en el poder, su partido hasta ese momento, por una discrepancia que involucraba la ética política y la independencia ideológica que debe tener todo gobernante que se precie de serlo. Gómez Mont hizo lo correcto, primero defendiendo a su jefe (signo inequívoco de lealtad un proyecto político); y después, rompiendo con César Nava y un PAN disminuido que celebra como triunfos los fracasos. Es así como la historia nos permite comparar los personajes y mirar con el cristal de la actualidad los sucesos que nos han forjado. Por cierto, en 1934, cincuenta y cinco años después de su muerte, los restos de Ignacio Ramírez “El Nigromante”, fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres donde descansan hasta el día de hoy. ¿Habrá alguien en el gobierno federal que aspire a honor similar?
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*Publicado el sábado 24 de julio de 2010, en la sección VOX del diario Síntesis de Hidalgo.

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