Llegué temprano a la Ciudad de México. Para no morir de aburrimiento antes de la presentación del libro de un amigo concerté una cita para comer con un antiguo amor. Todo parecía indicar que entre mojitos las disculpas por el pasado serían infalibles y llegaríaa a buen puerto nuestra amistad. No fue así. La culpable fue mi falta de memoria. No recordaba lo hermosa que era, ni que la brevedad de su cintura era inversamente proporcional al confort que me proporcionaba llevarla por la calle. Después del mojito numero 12 la charla se turno más calida. Ella regreso del baño, se sentó en mis piernas y me besó. Más tarde, a la orilla de un puente peatonal, me saltó encima y no tuve más remedio que tirarla en las sabanas de un hotel de paso. La amé de cuerpo entero y a plazo fijo. Jamás de mi boca escurrieron tantos besos y gotearon tantas caricias de mis manos. Moribundo entre sus pierna, concilié el sueño cuando amanecía. Desperté con un dolor en la cabeza, era la resaca. Otro dolor en el pecho, ella se había ido.
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