Sigo con mi dilucidar sobre el acto poético y el filosófico, resultado de lo vertido durante las charlas virtuales del Primer Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía, que por cierto, tuvo el soporte mediático del Fondo de Cultura Económica.
Bernales Albites continúa y aclara nuestro árbol genealógico, dice que somos hijos del discurso y del lenguaje. Nos contagia del neoplatonismo en la voz de Bono y su irredenta One: “Love is a temple, love is higher law”. La vigencia de la metáfora es evidente. El “uno” es la belleza, la perfección del universo. Nos remite al filósofo francés Jean-Luc Nancy: “En esencia, la poesía es algo más y algo distinto a la poesía misma (…), la poesía podría encontrarse mejor donde no hay poesía en absoluto. La poesía no coincide consigo misma: tal vez esta no coincidencia, esta sustancial impropiedad, la convierte, propiamente, en poesía”
Por su parte, el filósofo y crítico mexicano, Gustavo Leyva Martínez aborda la poesía y el lenguaje. El lenguaje como una articulación de la realidad. El silencio como un sistema de comprensión. El lenguaje es el más inocente de los asuntos y la más peligrosa de las herramientas. El lengua es una revelación, la historia de aquello que existe. Donde hay lenguaje, el mundo de revela para nosotros. Es un acontecer en el interior del cual nos encontramos. Somos un diálogo; el poder escucharnos los unos a los otros. La poesía es una fundación del ser, ligada con la palabra.
Es aquí donde las burdas obligaciones de lo cotidiano me alienan y aterrizo, azarosamente en la charla del poeta y filósofo Oscar de la Borbolla. Se pregunta, ¿cuál es la actividad más poética, la filosofía o la poesía? Ha habido, desde épocas inmemoriales una especie de pugna entre la filosofía y la poesía, tal vez emprendida por Platón; pone a los poetas en el nivel de los ladrones, los expulsa de la República. Destaca el único beneficio, que para Platón tiene la poesía: su carácter de reforzador de la memoria. Propone que la poesía sobreviva sólo en su función pedagógica. Esto ha causado, desde entonces, una gran pelea entre filósofos y poetas. Sócrates, estando en prisión, la noche antes a tomar la cicuta, escribe unos poemas; porque él había pensado siempre que la filosofía era la actividad más poética. La palabra “poiesis” tienen un enorme parentesco con la palabra “praxis”; una ligada con la otra, dos maneras de referirse a la actividad humana. En la “praxis” lo que predomina es el aspecto productivo al igual que en “poiesis”. La recolección es “praxis”, mientras que la agricultura es más poética porque significa extraer de la naturaleza elementos que por si misma no daría. Ante este matiz lo que incorpora más novedad en el mundo es lo más “poiético”.
De la Borbolla no se detiene y se le agradece que no lo haga. Sigue. Cuando uno compara la poesía con la filosofía encuentra, en primer lugar, que ambas son palabra, formas de discurso. Pero cuando uno va adentrándose en el análisis de ver en qué consiste la palabra filosófica frente a la palabra poética, nos damos cuenta de que el filósofo habla del ser de las cosas, el objeto del que habla son las cosas que han existido siempre; en cambio el poeta, cuando emplea la palabra, habla de un mundo que solamente vienen a ser gracias a su palabra; es, de hecho, una edificación completa de la realidad. A través del poema uno se asoma a un mundo que es estrictamente la interpretación del poeta, una forma de ver la realidad totalmente generada por la palabra. Pensando en Sócrates, parecería que la actividad más poética es la poesía.
Al comienzo, la palabra filosófica y la palabra poética estaban hermanadas porque no había un campo conceptual. Sin embargo, el poeta busca la manera de referirse a lo singular, a lo que es único y en cambio el filósofo -en el sentido de todo hombre de conocimiento y de ciencia-, lo que anda buscando son los universales; ese famoso orden que supuestamente es la realidad. Oscar de la Borbolla continúa, yo me detengo, por ahora.
Dejó estas profundas reflexiones hasta aquí, al llegar a la frontera tipográfica de esta semana. Seguiré sin duda, compartiendo lo aprendido que es, sin lugar a duda, uno de los gozos más grandes del pensamiento.
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