De los muchos desatinos que, con esmero y dedicación, expresa constantemente el presidente Andrés Manuel López Obrador, en los últimos días destaca uno que nos ha dejado helados. La manera en que capoteó el tema “Felix Salgado Macedonio” resultó bochornosa al escupir un “Ya chole.” en una de las mañaneras. Desestimar la gravedad de las acusaciones de violación que pesan sobre la cabeza del ya flamante candidato de Morena a la gobernatura de Guerrero, es francamente ofensivo. Vale la pena aclarar que no se trata de una antipatía política por un partido en el poder o por un ciudadano en particular que busca ejercer sus derechos de participación política. No. El problema, de inició, radica en que ningún partido político debería proponerla a los votantes un candidato o una candidata, cuya calidad moral fuera cuestionable. Nadie es perfecto, por supuesto, pero hay de defectos a defectos. Todos nos hemos equivocado, también es cierto, pero lo presuntamente cometido no es un error sino un delito; de ahí, el único camino posible de redención es la aceptación de las consecuencias, es decir la aplicación de la ley.
Las acusaciones de violación con que se señalan a Félix Candidato debe ser tomadas con toda la seriedad posible, el delito es grave y no debe ser pasado por alto, ni en su caso ni en el caso de ningún hombre que haya ultrajado a una mujer. ¿Cabe el privilegio de la duda? Es posible, pero mientras tanto la calidad moral del aspirante es más que cuestionable y mejor sería que no fuera candidato; menos aún con el conocido historial de desmanes y escándalos protagonizados por el guerrerense. Sin embargo, Morena determinó que no importaba un candidato amoral siempre y cuando asegure el triunfo en una entidad federativa clave, con miras a la elección presidencial que, aunque aparentemente lejana, debe irse determinando, al menos en el acomodo de las piezas sobre el tablero político.
Hasta ahí, la postura del presidente resultaba incorrecta para su investidura y volvía a dejar un vacío moral en la imagen de Lopez Obrador. Sin embargo, como si esto fuera poco, hace tres días el Presidente aceptó que no sabía a qué se referían, aquellas y aquellos que le exigían romper el Pacto. Su esposa, la Dra. Beatriz Gutiérrez Mueller, le explicó, según cuenta el propio presidente, lo qué significaba y él, con un desenfado que se inmediato se transformó en desfachatez, dijo que el único Pacto que ha roto es el “Pacto por México”, que fue el causante de, entre otros males del sexenio anterior, la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa. ¿Esa respuesta tiene sentido? ¡No! En absoluto.
El presidente no sólo ignora las necesidades de reconocimiento de los sectores más vulnerados de este país, sino que en realidad no le interesan. Su respuesta es oprobiosa y deja en claro que no sólo yerra por ignorante, sino también por indolente. El Pacto, señor presidente, es el pacto de silencio que los hombres hemos establecido, para pasar por alto los abusos de nuestros congéneres machos sobre las mujeres. Significa callar cuando sabemos que un compañero, por ejemplo Salgado que es su compañero de partido, está o ha estado ejerciendo violencia de género. Ese Pacto de silencio debe romperse, no sólo por las voces de las mujeres, sino por las voces de los hombres que debemos trabajar todos los días contra los micromachismos que tenemos arraigados por tradición o por formación. No es fácil darse cuenta de ello, ni resulta cómodo aceptarlos, pero es urgente encararlos e ir transformando la manera en que vemos, tratamos y nos relacionamos con las mujeres. Ese camino es el de la liberación.
Ignorar y minimizar la petición de los mexicanos que ven en su actitud la preservación del machismo hegemónico es insultante. Descalificar una demanda social que busca dar un paso más en la igualdad de género no es un acto progresista, es a todas luces un comportamiento propio de conservadores (usted que tanto los critica). Peor aún, es, con todas sus letras, un acto más de violencia de género.
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