viernes, 18 de octubre de 2019

El Mogadishu mexicano



El tres de octubre de 1993, 160 soldados estadounidenses iniciaron en Mogadishu un misión “común y corriente” para capturar al líder Somalí Mohamed Farrah Aidid, lo cual, aunque tenía sus riesgos, no les tomaría más de 35 minutos. La intervención se complicó de tal manera, justo después de que dos de sus helicópteros Black Hawk fuera derribados, que el resultado fue desastroso: 19 soldados norteamericanos y se calcula que mil somalíes muertos, y otro tanto de heridos, tras una batalla que duró hasta la mañana siguiente sin que hubieran podido capturar a Aidid, al que terminaron por asesinar al año siguiente, presumiblemente, la mismas fuerzas de los Estados Unidos. Este fue el descalabro militar más grande de la presidencia de Bill Clinton, aunque el costo político fue minimizado por los líos de faldas a los que el presidente era asduo.

Este suceso vino a mi mente al ver lo ocurrido ayer en Culiacán: Las fuerzas armadas mexicanas, en un operativo para capturar a Ovidio Guzmán (hijo del Chapo), sobre el que pesa una orden de aprensión con fines de extradición solicitada por los gringos. Al parecer la idea inicial era entrar al domicilio donde ya lo habían ubicado, capturarlo, no sin encontrar cierta resistencia de los guardias personales del narco, treparlo a la camioneta y sacarlo directo a un lugar donde pudieran subirlo a un avión que lo llevara a la ciudad de México. ¡Pan comido! Sin embargo, aunque el plan era sencillo y parecía infalible, se les salió de las manos. No sólo encontraron resistencia del grupo que acompañaba Ovidio, sino que la noticia de la captura o intento de captura corrió como pólvora (que adecuada metáfora) y movilizó a un número importante de comandos armados poderosamente que recorriendo las calles de la capital de Sinaloa y desataron escaramuzas por toda la ciudad. Eran como las tres y media de la tarde; los últimos balazos se escucharon pasadas las nueve de la noche y todavía, doce horas después del inicio del enfrentamiento se veían camionetas colmadas de sicarios armados recorriendo las calles ya aparentemente apacibles.

El suceso desata muchas interrogantes. ¿De verdad quien planeo la misión no esperaba la rijosa respuesta del grupo criminal al ver que intentan agarrar a su jefe? ¿La manera desesperada en que Pablo Escobar, en su momento, reaccionó ante la posibilidad de ser capturado y extraditado no es claro ejemplo para aprender comoenfrentar un intento de captura como el de Ovidio? ¿Agarraron o no al hijo del Chapo? Al parecer por lo menos le pusieron las manos encima, pero no lograron sacarlo de la casa. ¿Por qué? Algunas versiones apuntan que durante un largo rato los soldados intentaron salir con el prisionero y al ver que las balaceras se los impedían optaron primero, por vestirlo de militar para sacarlo de “incognito” (lo cual de ser cierto es un deshonra para el uniforme) y terminaron por recibir la instrucción, aún no se sabe precisamente de quién, para mejor sacudirle el polvo, acomodarle la camisa jaloneada, pedirle una disculpa y decirle que ya se podía ir.

La falta de certeza en lo ocurrido en la guarida de Ovidio y el vacío informativo de las primeras horas vieron completada su vergüenza tras la declaración presidencial de la mañana siguiente: “Se decidió proteger la vida de las personas y yo estuve de acuerdo. No se trata esto de masacres. No vale más la captura de un delincuente que la vida de las personas.” Lo que se soslaya, estalla.

¿Aplicar la ley esta incorrecto? ¿Acaso las fuerzas armadas no entrenan precisamente para enfrentar situaciones como la de ayer tratando de salir victoriosos a toda cosa? Es su trabajo. Entiendo y comparto el espíritu de no pagar el mal con el mal, de no apagar el fuego con fuego, pero el Gobierno no está “iniciado el fuego” (como cantara Billy Joel) cuando aplica la ley y se vale de la fuerza pública y militar para lograrlo. Sí comete un grave error al echar atrás al momento de capturar a un delincuente de la talla de Ovidio, de quien por cierto el solo hecho de tratar de aprenderlo confirma su influencia dentro del Cártel de Sinaloa; nos queda claro, él es el jefe. Haber fracasado en la incursión militar de Culiacán no arroja un resultado sangriento como fue Somalia para los gringos, pero se convierte en un berenjenal político que preocupa y molesta porque la debilidad y la omisión son defectos peores, si cabe la expresión, que la de ser inepto o corrupto.

¿Acaso ser omiso, una variante de la ineptitud, no es también una manera de ser corrupto? Yo creo que sí.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario