viernes, 2 de agosto de 2019

Un año de asombro en este lugar

Hoy, quiero decir mañana 3 de agosto, esta columna cumple un año de publicarse en las páginas de esta diario. Su aparición, como todas las cosas que valen la pena, estuvo rodeada de afortunadas coincidencias y también de divertidos desencuentros.

A mediados de 2017 había dejado de escribir en otro diario de la ciudad de Pachuca. En aquellas páginas mi participación duro siete años exactos, así que la pausa resultó una excelente oportunidad para tomar vacaciones, al menos, de ese enfrentamiento que significa tener una fecha límite cada semana y que en ocasiones provoca en mi verdaderas horas de angustia por tener listo en ese momento un texto ya no digamos bueno, decente al menos. Sin embargo, al paso de algunos meses sentí la imperiosa necesidad de regresar a ese maravilloso desasosiego semanal.

Recordé entonces que algunos años antes durante el 2011 había tenido la oportunidad de escribir para el periódico que tiene usted entre las manos; tras una breve incursión que duró apenas unos meses, la aventura terminó más temprano que tarde debido a mi voluble inconstancia y el exceso de otros trabajos.

Entonces, decidí explorar la posibilidad de volver a estas páginas encontrándome una calurosa y merecida bienvenida por parte de Georgina Obregón, directora de este diario, quien inmediatamente me dijo que sí a través del mensajero de "feisbuc" y me proporcionø un número telefónico donde tenía que reportarme y enviar mi primera colaboración; entre líneas me decía "¡Ponte a escribir!", Lo sé porque la conozco hace casi 25 años.

Ahí comenzó un divertido acto de vodevil el cual fue azusado sobre todo por otro de mis ocultos (mejor dicho, oscuros) rasgos de personalidad: la timidez. Sin saber a ciencia cierta quién estaba del otro lado de ese número misterioso mi mesura, que trataba de ser cordial, terminó convirtiéndose en una tibieza fácil de soslayar, así que tardé algunos días establecer un contacto sólido para poder enviar mi primera colaboración durante la primera semana de julio. Para la semana siguiente mi distracción me llevó a establecer contacto por la vida original, el infame y molesto mensajero ese del " cara-libro". Sin obtener respuesta inmediata pensé que el primer texto, preparado a bote pronto, los había desalentado y me resigné, me enredé en la bandera nacional y me lancé por el balcón a la ignominia ( ¡Cuánto drama, caray!).

Al paso de un par de semanas, y recuperado ya de mi privada inmolación mediática, envié otro tímido mensaje con la esperanza que no me hubieran olvidado en el periódico. De nuevo, Georgina, la heroína de esta narración, me respondió y tras algunas palabras de afecto me mostró amablemente los canales correctos para enviar las colaboraciones sin que éstas se perdieran y quedaran flotando en la zona muerta del espectro digital.

Felizmente, cuando julio desfallecía, pude enviar mi segunda colaboración, que se convirtió en la primera de un hilo ininterrumpido al menos durante el último año, la cual apareció publicada el jueves 3 de agosto de 2018.

Es pertinente también agradecer a Mónica Hidalgo, la inteligente, cautivante y paciente editora qué semana con semana soporta con estoicismo mis mensajes para pedir unos minutos más para que mi columna no quede fuera de la edición del día siguiente. 

Gracias Georgina, gracias Mónica, gracias a los lectores y gracias a todos los involucrados en este último año de la convulsa felicidad qué implica el "Transeúnte solitario".

Sirva esta historia, quizá banal, para celebrar el primer año de hacer coincidir en un mismo lugar, está página de gran formato, el asombro con la curiosidad sobre temas literarios y culturales en general.

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