¿Qué es el tiempo? La
ruta que trazamos en este trozo de tela con que hemos representado esta
dimensión; la vida es un pañuelo. ¿Cuánto de ese clínex VIP significan veinte
años? ¿Apenas una esquina? ¿Dos? ¿La línea del doblés que lo cruza para poder
guardarlo en el bolsillo? Tal vez un poco menos.
Esa línea, apenas esa
línea fue la ruta que tuvo que surcar el más reciente libro publicado de uno de
los autores más leídos, famosos e importantes de la literatura mundial: José
Saramago.
“El cuaderno de años del
Nobel” apareció a finales del año pasado para conmemorar el vigésimo
aniversario del otorgamiento del premio de la Academia Sueca al autor más
conocido de la lengua portuguesa: el primer Nobel de la literatura lusitana.
El libro durmió largo
tiempo en algún resquicio del disco duro de la computadora del autor. Según
cuenta en el prólogo, Pilar del Rio, viuda y principal traductora de Saramago,
el archivo apareció durante largo tiempo en la lista de pendientes que
constantemente atormentaban a José mirando como su tiempo era consumido por la
celebridad literaria. En alguna muda cibernética, alguno de los asistentes fue
compasivo y retiró el archivo a un sitio donde dejara de ser una presión, en un
cajón que sin saberlo tenia la etiqueta de “olvido”. Atendiendo los
preponderantes, nuevos proyectos y al fin la muerte, el diario del año 1998
quedo sepultado en el ostracismo. Hasta años recientes, Eduardo Lourenco, lo
encontró entre los archivos, lo estudió y llego a la conclusión de que se
trataba del cuaderno que correspondía al año determinante para Saramago.
Lourenco opina que no encontró nada, que solamente fue testigo de cómo el libro
se manifestaba por sí solo.
Este cuaderno, formaba
parte originalmente de una serie de diarios que Saramago comenzó a trabajar en
la década de los noventas con la idea de mantenerse escribiendo entre cada
proyecto novelístico; se trataba del sexto cuaderno Los primeros (escritos
entre 1993 y 1995) están compilados en “Cuadernos de Lanzarote” el cual tuvo un
segundo volumen.
Nadie sabía que 1998
sería el hito en la vida del autor, ni siquiera él, por lo que el año comenzó
nuevamente con el ejercicio del diario. En sus páginas podemos encontrar la
vitalidad con que Saramago enfrentaba el ejercicio literario, sus observaciones
puntillosas sobre la realidad que azotaba el mundo (por ejemplo, el movimiento
Zapatista en México), además de dos aspectos sobre la literatura: el primero,
sus reflexiones sobre lo que leía, y segundo algunas confesiones sobre su
propio proceso de escritura. En este último e intimo nivel nos acompaña un
Saramago sereno y sorprendido con las opiniones de sus lectores (los cuales ya
se contaban como multitud aun antes del anuncio del premio), confesándonos por
ejemplo que más que novelista, el autor se consideraba ensayista. Y es que, si
se mira bien, cada libro habla de uno o varios temas (según cada lector,
recordemos que nadie lee el mismo libro): “El viaje del elefante” es un ensayo
sobre la inutilidad de los objetos que nos obsequian, “El evangelio…” sobre la
culpa, “Las intermitencias de la muerte” sobre la finitud de nuestra vida y su
valor, etc.
“El cuaderno…” es un
disfrute absoluto para los saramagianos, pues tienen una característica que los
hace autentico: esta inacabado. En algunos días, sobre todo en aquellos que se
sucedieron ese año después del anuncio del premio, aparecen sólo con notas:
nombres, lugares, el deseo de recordar un suceso, alguna noticia de un diario,
etc. Seguramente el autor pensaba que, al momento de trabajar en la edición
final, se dedicaría a complementar esas notas y “terminar” el libro. Sin
embargo, en ningún momento perdemos la oportunidad de disfrutar a un Saramago
que miraba, en ese momento, el río de su literatura, sonora e inmarcesible,
desde una orilla, sin sospechar que, hacia principios de octubre, cuando el
sino del Nobel lo tocó, estaría mirando al mismo tiempo desde la otra.
¿Por qué tardo veinte
años en parecer este diario? La única respuesta posible es que, hasta ahora fue
su momento. O como el propio autor lo explica, hasta ahora, era su “ahora”: “El
tiempo tiene razones que los relojes desconocen, para el tiempo no existen el
antes ni el después, para el tiempo sólo existe el ahora.”
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