Ilustración: May J.
Este año empezó con un
centenario. El de uno de los autores norteamericanos más importantes en la
historia de la literatura universal (¿Por qué decimos universal, conocemos la
literatura marciana o venusina? ¿Si una raza alienígena apareciera nos
detendríamos, en medio de la invasión extraterrestre a la que tanto a temido la
ciencia ficción, a preguntarles si crean literatura? ¿Entre sus pertrechos de
conquistadores intergalácticos, traerían un libro? ¿Podríamos intercambiárselos
por los nuestros como signo de paz?) Corrijo, en la literatura mundial. Me
refiero a J.D. Salinger.
Cuando recordé que el
primero de enero de 2019 se cumplirían cien años del nacimiento de este autor
pensé en escribir algo sobre él y su legado literario. Al paso de los últimos
días del 2018 las dudas me asaltaron; estaba leyendo un par de novelas,
aprovechando las vacaciones y el encierro familiar, de las que se me antojaba
hablar con prontitud. Sin embargo, una pifia tuitera como perla negra encontrada
la mañana del 1 de enero, me convenció. El tuit en cuestión proclamaba el
centenario del escritor norteamericano “Jerome David”, autor de la novela “El
guardián entre el centeno”. Me sorprendió la falta de cuidado y el nivel de
analfabetismo literario del redactor en cuestión. Me imagino el flujo de
pensamiento (no sin cierta malicia, claro): “Vamos a buscar las efemérides de
hoy… Mmmhhh… ¡Esta! ¡Un escritor! ¡Y famoso! Eso nos hace ver cultos… Mmmhhh…
Copio… Pego… Mmmhhh… Le quito el apellido materno para ahorrar caracteres…
¡Listo!” Pero ni Salinger era el apellido materno, ni el simple nombre de
Jerome David es el referente del autor. Ese tropiezo, me hizo evidente la
necesidad de revisitar a Salinger y su obra detonadora.
Jerome David Salinger
nació el 1 de enero de 1919. No en el campo como se creía al adentrarse en su
obra, por el contrario, vio la luz primer en Manhattan, Nueva York; la urbe, la
más cosmopolita de todas las urbes del mundo. Comenzó a publicar en 1940, en
una revista de relatos y dramaturgia, textos que había escrito en una breve
estancia en Europa, continente al que volvería como parte de las tropas que
participaron en la Segunda Guerra Mundial. De hecho, fue un héroe de guerra,
participó en la mítica y sangrienta batalla de Normandía; la dantesca puerta
que los aliados usaron para entrar por el frente occidental a la Europa ocupada
por los Nazis. En esa época de combatiente que Salinger comienza a escribir “El
guardián entre el centeno”, novela que se publicaría en 1951, causando una
verdadera conmoción en el ámbito literario de la mitad del siglo XX.
“El guardián entre el
centeno” es una verdadera epifanía; en ella se oye la voz de un adolescente
(Holden Caulfield, un Huck Finn moderno) enfrentado contra el hipócrita mundo
de los adultos, cargada con grandes dosis de ironía, que reflejaba el despertar
inevitable que ya estaba aconteciendo en la sociedad norteamericana. Salinger
hizo de su primera novela un espejo, donde los norteamericanos se miraron y a
partir de esa imagen se transformaron. Es, a mi gusto, la chispa que detonó
toda la pólvora humedecida en los corazones de la generación llamada “Baby
Boom” y que traería, como consecuencia postrera, todos los cambios ocurridos en
el mundo, particularmente en los años 60.
Lo que Walt Whitman labró
en el inconsciente poético norteamericano, J.D. Salinger lo hizo en el cociente
narrativo. Echó toda la carne al asador en esa opera prima, la cual por
supuesto, marcaría el resto de su obra que, aunque no desmerece en absoluto,
siempre se ha visto injustamente supeditada; destacan sus primeros cuentos
publicados en The New Yorker a finales de los 40. Su narrativa, tersa y
realista, sembró una semilla de incisivo análisis, encarnando la conciencia
colectiva de la época y marcando, además, los rumbos que tomarían las
generaciones literarias subsecuentes. Vale la pena aprovechar el centenario y
leerle, para que nunca otra vez omitamos su apellido al mencionarlo.
Paso
cebra
Aún estoy a tiempo para
desearle a los lectores un extraordinario Año Nuevo, deseándoles parabienes
absolutos en este mundo de relativos. Un abrazo. Hasta la próxima semana.
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