viernes, 11 de enero de 2019

Murakami, la insinuación y la metáfora


Hace ya muchos años (suficientes para negarme a precisarlos), uno de mis más queridos amigos, el armoniquista de blues Lalo Méndez, disertaba, mientras revelábamos las fotografías para “Jazzentiste”, disco a dueto entre Juan José Calatayud y Verónica Ituarte, sobre lo que es novedoso y la posibilidad de la novedad: “Si no hay nada nuevo bajo el sol… (entornaba los ojos a lontananza), entonces, ¡todo! es nuevo bajo el sol.” Coincidíamos que todo había sido dicho por el arte: las más íntimas y primitivas inquietudes del ser humano, abordadas innumerables veces por la pintura, la música, la literatura, etc. ¿Hay algo que nos quede por decir? Sí. Nos queda por expresar nuestra forma, nuestro punto de vista, nuestra manera de estremecernos con lo que ha hecho estremecer a todos los hombres y mujeres sobre la tierra; polimorfología que da rostro y esencia al arte.


Haruki Murakami parece partir de la premisa que Lalo y yo discutíamos en su más reciente libro “La muerte del comendador / libro 1”. Poseedor de un particular y ya probado estilo, eficiente para narrar y efectivo para atrapar, no trata de ocultarlo (mucho menos de transformarlo en pos de agradar a aquellos detractores que dicen que se repite en cada libro), por el contrario, lo asume y vuelve a urdirlo con habilidad en una nueva historia que aborda sus temas tradicionales: la memoria (que por definición incluye al olvido), la pérdida, la soledad, la duda y la esperanza. Incluso, el propio autor deja rastro de esta apuesta en la voz de su protagonista cuando éste dice: “Lo importante no es crear algo desde la nada, sino, más bien, encontrar algo distinto entre lo que ya existe”.

La historia parte de lugares ya visitados por la literatura de Murakami: arranca cuando el personaje principal sufre una pérdida afectiva que saja su vida. En este caso, el protagonista, un retratista connotado que como el autor es efectivo y eficiente en el proceso de llevar el rostro de sus clientes al lienzo, se separa de su esposa cuando está le confiesa una infidelidad y le pide el divorcio. Después de peregrinar por unos meses se muda a vivir la montaña, habitando una casa que antes fue hogar de un pintor tradicional japonés famoso. Siendo él mismo un retratista reconocido cae en la tentación de afrontar un último trabajo: el retrato de un personaje misterioso y cautivador que resulta ser su vecino. A partir de ahí el autor logra magistralmente sostener una tensión durante todo el libro, el cual, cuando parece que va a estallar y resolverse, se metamorfosea para mantener al pez en el anzuelo, es decir, al lector en la lectura.

En la casa, el famoso pintor dejó escondido un último cuadro, que muestra, en el más puro estilo nipón, la muerte del comendador. En esa imagen se esconde un secreto, y a la vez, se cifra un recuerdo que engarza el destino de todos quienes se acercan a él. El cuadro es el reflejo de la novela misma: “La esencia del cuadro es la insinuación y la metáfora”.

Como todos los libros de Murakami, esta historia tiene también una banda sonora (detesto decir soundtrack aunque suene más rimbombante) de música clásica y que ambienta la trama so pretexto de la amplia colección de acetatos del famoso pintor. Sin embargo, la historia está salpicada con algo de jazz: Thelonious Monk y el Modern Jazz Quartet, y hasta un poco de Sheryl Crow.

En estas páginas Murakami se insinúa con aplomo y convierte a la pintura, particularmente el arte del retrato, en metáfora de la vida, que es al fin de cuentas, la materia prima con que éste eterno candidato al Nobel, trabaja.

“La muerte del comendador /libro 1” es un buen pretexto para entrar en el universo murakaniano si aún no se le conoce, y por supuesto, una extraordinaria nueva experiencia para sus seguidores.

Paso cebra
El 15 de enero aparecerá en España la traducción al castellano de la continuación de esta historia, es decir, el Libro 2. Esperemos que no tarde en llegar a los escaparates librescos mexicanos pues, he de confesar, ya se me queman las habas.

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