(Esta
es la última vez que te quiero.
En
serio te lo digo.)
Jaime
Sabines
El resto del día en que
me enamoré de ti ha durado hasta hoy. Hace siente año que te quiero. Sería
mentir si dijera que llegaste a mi vida sin que te esperará. Te esperaba. Te
esperaba sin saberlo. Hacia ya tiempo que te había visto y nunca pude
imaginarte tan nítida como aquella tarde en que me resumiste tu vida entre el
tintineo de las tazas y un café que se enfriaba tan rápido como tus palabras.
Cuando te fuiste apresurada no pude decirte que te llamaría. Que, aunque no lo
quisiera, no podría evitarlo. Que, aunque no fuera correcto, mi corazón ya te
pertenecía irremediablemente.
Tengo un amigo que dice
que el corazón es un perro que se arroja por la ventana. Yo me arrojé entero.
Caímos, sin percatarnos, en la espiral de deseo que nuestros mensajes de texto
formaron. Tenias miedo. Estabas aterrada tras nuestro primer beso. Yo, calmo
como siempre, intuía la condena, el precio que habría de pagar por postrarme
ante quien eras; un augurio.
El número de tu departamento
era el mismo de tu cumpleaños. La noche que al fin sucumbimos a la tormenta fuimos
felices. Desnudos y de madrugada, nuestro abrazo habría podido derrumbar todos
los montes, edificar todas las ruinas. Emancipamos todo el torrente que nos
habíamos guardado y el rio que de allí fluyó duró catorce meses.
Escribí tu nombre en un crucigrama
que no preguntaba por ti. Eras tú la sima de todas mis dudas, la certeza que
me asombraba. En todos esos primeros días de felicidad fuiste tú y nadie más
que tú. Mi coincidencia favorita. Mi último suspiro antes de la pesadilla.
Minaste mi existencia con letras y canciones, con lugares visitados e
inexistentes donde después te me aparecías, cuando nos dejamos.
Ilusos. Creímos que la
distancia era la cura para nuestro contagio. Creímos que el amor de otras personas
nos mantendría inmunes a los que fuimos antes. Estábamos equivocados. Cuatro
años después volvía a ser yo para ti y tú entre todas las mujeres. La primera
madrugada de un julio hicimos del amor un pokar. Nos reencontramos en el mismo
lugar en el que nos habíamos despedido; nuestros cuerpos. Tú estabas herida por
un hombre indeciso, ilusionada con un amor lejano. Yo estaba marcado por tu olor
que conserve la mañana siguiente. Y la siguiente. Y la siguiente.
Tras meses de asaltar mi
casa para tomarme desapareciste sin decir nada. Fue tu venganza por mi anterior
abandono. Pero la tersa ladera del tiempo nos hizo caer de nuevo, uno al lado
del otro, meses después. Allí estábamos de nuevo, como si todo, sin nada que
perder. A partir de entonces volviste a ser tú y nadie más que tú. Nos sabíamos
exactos el uno para el otro, pero ya cubiertos de infortunio. La historia que
compartíamos, las traiciones, los adioses, crecieron en nosotros como un cáncer
de mil rostros. Silencioso. Eran demasiadas voces para ignorarlas.
Aun así, me regalaste tus
mañanas para prepárate el café, las arduas jornadas para escribirte menajes
inofensivos, tus tardes para leer mientras tu domabas la Mac con las falangetas, tu
cuerpo preciso, la exacta armonía de nuestro deseo, la sincronía de la llegada, tus noches para despertar a la menor provocación de un sueño intranquilo; una
respiración a contratiempo, durmiendo a ratos atracado a tu cintura. Las
charlas interminables. Los enojos cotidianos. Un silencio incómodo. Tus anhelos
contenidos en el frágil empaque de mis posibilidades de cumplirlos. Al cabo, no
pudimos mantener a flote el amor que nos quedaba. Sobra decir que naufragamos.
Rotos, nos despedimos.
Me fui sin separarme de
tu lado y te llevo a todas partes escrita en el extremo de una línea de sangre
que del otro lado llega al corazón. Serás tú entre todas las mujeres. Lo
presiento. Carajo.
Me despido de ti en
público, aunque el público aquí presente no sepa quienes somos, no sepa del
amor que nos urdimos el uno al otro, no sepa de las calles donde te atreviste a
tomar mi mano, de las puertas que toqué para dejarte flores, que deseo que
aquel día llegue a su fin. Que todas las noches te sueño. Que tendré que dejar
de dormir a partir de ahora.
Foto: Abraham Chinchillas
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