viernes, 24 de agosto de 2018

Paz babélico: notas sobre su trabajo como traductor


Ilustración: Román Rivas

A raíz de la muerte de su viuda, Marie-José Tramini, ocurrida a finales del julio pasado, el legado del Nobel mexicano Octavio Paz ha vuelto estar en el ojo del debate. Y es que Marie-Jo se había convertido, incluso antes del fallecimiento del escritor, en custodia feroz del archivo de Paz, el cual debe estar inmensamente enriquecido con notas, tal vez inéditos y minucias que bien pueden dar para una o varias investigaciones literarias sobre uno de los personajes más importantes de la cultura mexicana. Ahora, cuando la musa se ha reunido con el poeta en el punto más luminoso de la llama doble, la comunidad intelectual esta preocupada por el destino que tendrá ese legado, el cual, en opinión de la mayoría, debería ser custodiado, administrado y divulgado por las autoridades culturales de nuestro país. Mientras eso ocurre quiero trajinarnar sobre una de sus facetas, la más intima a mi juicio, la de traductor.

Octavio Paz fue sin lugar a duda un traductor de cepa. Dicho adjetivo se suma a la innumerable cantidad de oficios literarios que ejerció. Este, el de traductor es tal vez uno de los que generan menos discrepancias, tal vez, porque en él imprimía dos de sus más grandes pasiones: la lectura y la creación poética.

La mayoría de sus traducciones se contienen en “Versiones y diversiones”, volumen en el cual se confirma que el impulso primigenio que lo llevó a este ejercicio fue siempre el deseo de compartir con otros lo que a él mismo hacia disfrutar. Es el resultado de la pasión y la casualidad, escribió.

Reflexionaba, siempre con su característica elocuencia, sobre el ejercicio de traducir: El punto de partida del traductor no es el lenguaje en movimiento, materia prima del poeta, sino el lenguaje fijo del poema. (…) Su operación es inversa a la del poeta; no se trata de construir son signos móviles un texto inamovible sino demostrar los elementos de ese texto, poner de nuevo en circulación los signos y devolverlos al lenguaje.

El destino final de su ejercicio como traductor era el mismo del resto de sus incursiones literarias: la creación. Pero al ser traductor sustituía por gozo la academicidad y la reflexión. El punto de partida fueron poemas escritos en otras lenguas; el de llegada, la tentativa de escribir, con ellos, poemas en la mía. Era por ello no incluía los poemas en lengua original, sino solamente las versiones que de ellos menaban como un poema nuevo, buscando lo que otros grandes traductores buscaron.

Paz no solamente traducía de las lenguas que hablaba, también de otras en las cuales, sus incursiones eran apoyadas por amigos: para traducir del sueco se ayudó del poeta rumano Pierre Zekeli; para traducir del chino recurrió no solamente transcripciones fonéticas y traducciones interlineales, sino que también se acogió al consejo del poeta Wai-lim Yip.

Mención especial merece la traducción que realizó de Basho, permitiendo por primera vez a una lengua occidental el embelesamiento del haiku. En dicha aventura Paz no solamente fue apoyado por Eikichi Hayashiya, sino que ejerció con entera libertan la creación ideal de la traducción poética: crear imágenes, cadencias, músicas similares a través de idiomas distintos. Se destacó como un traductor audaz, rodeando de polémica sus versiones.

Entre los autores que tradujo están: Apollinaire, Pessoa, Michaux, Gunnar Ekelöf y el mencionado Basho. Para completar la geografía estética de los gustos de Paz es necesario mencionar algunos autores de los cuales realizó frustradas versiones las cuales quedaron pendientes: Dante, Yeats, Tasso, Leopardi y Wordsworth.

Por otro lado, Octavio Paz siempre estuvo cerca de sus traductores, entre ellos destacan dos: el norteamericano Eliot Weinberger y el francés Claude Esteban. Aun cuando Paz dominaba el inglés y su francés era suficiente para realizar él mismo versiones de su poesía en esos idiomas, permitía que otros emprendieran dicha tarea, de la cual, se mantenía muy atento; sin embargo, dejaba a los traductores el libre albedrio del ejercicio.

Enrique Díez-Canedo dijo que traducir es siempre sacrificar; pero no ha de sacrificarse nada esencial. Octavio Paz así lo hacía.

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