viernes, 10 de agosto de 2018

Cuando el Rius suena, humor lleva


Uno de mis primeros tesoros literarios en la alta infancia fue Nosotros los hombres verdes, el libro con el que Abel Quezada proclamaba el epítome del caricaturista. Me lo había obsequiado mi padre y a partir de su lectura me aficioné por la caricatura y la historieta; Quino, Shultz, por mencionar sólo a dos. Incluso mi entusiasmo por los “monos” me llevó a acariciar en secreto la idea de intentar algunos cartones para el boletín semanal de la asociación de vecinos de nuestra unidad habitacional ─un gueto clasemediero de edificios naranjas en los linderos de Tlalnepantla y el Distrito Federal─ y que mi padre dirigía. Por fortuna (para los lectores de ese pasquín, por supuesto), no cristalicé mi sueño pues soy tan malo para dibujar como para la música; tengo dos manos izquierdas, pues.

Así que después de chutarme todos los libros horizontales de Mafalda y Peanuts, enfilé mis intereses por las historietas que tuvieran un estilo más mexicano, como el que había conocido en la magnifica selección del libro de Quezada. Me topé entonces con las historietas de Los Supermachos y a partir de ahí me hice fan declarado de su autor, un tal Rius.

Eduardo del Rio, era su nombre “no artístico” y forjó en mí ideario personal, y en el ideario colectivo de miles de mexicanos, la estética del humor del último cuarto del siglo XX. No solamente con sus cartones editoriales y críticos en las páginas de diarios como Ovaciones, Novedades y el Excelsior (de Scherer), y en revistas como Siempre! y Proceso (también de Scherer), sino también con lo que dibujaba en las páginas de su propios libros; una serie de volúmenes temáticos que abordaban de manera campechana pero seria temas que en mi juventud me interesaban como la propia historia de la historieta, el jazz y hasta la filatelia.

Todos los andares (y sus detalles) que llevaron a Rius a ser un “monero” tan prolífico, admirado y respetado por los lectores mexicanos y de diversas partes del mundo están relatados con habilidad en el libro Mis confusiones, memorias desmemoriadas. El volumen, voluminoso, se conforma por 85 capítulos (no muy largos y por supuesto ilustrados) en donde Rius nos platica como si estuviéramos echando una copita de mezcal con él, todas las peripecias de su vida: sus orígenes en Zamora, su familia, su llegada al DeEfe, su paso por la educación católica que provocaron su ateísmo, sus primeros trabajos “comunes y corrientes”, hasta llegar a su salto a la caricatura. A partir de ahí, la historia de vida de Rius va veredeando en paralelo con parte de la historia del periodismo en México. Destaca no solamente las anécdotas vividas en su quehacer como periodista gráfico, si también la relación que estableció con sus colegas y contemporáneos, sin pudor por ocultar tanto sus cariños como sus aversiones. Tampoco se detiene al hablar de sus aficiones, sus afecciones, sus placeres (incluidos los sexuales) y sus fobias. Todo el tiempo dejando clara su pasión por el trazo como resultado de una idea.

No se podía esperar que un libro escrito por alguien que dedicó su vida al humor fuera parco, por el contrario, las páginas de este libro son irónicas y cargadas de un humor, a veces blanco, a veces negro, otras colorado, develando y confirmando la teoría que teníamos muchos de quienes le seguíamos: que no solo era historietista, era también un escritor (de puras letras como él decía).

Hace apenas dos días se cumplió el primer aniversario luctuoso de quien puede ser considerado el caricaturista más importante del final del siglo pasado; parte de una generación de historietistas a quienes les tocó reflejar en sus trazos un México que cambió más rápido de lo que todos esperábamos, y maestro de otra generación de cartoneros a quienes les ha tocado saltar de las páginas de los diarios y revistas, a la televisión y la internet (tan llena de memes y tan carente de humor). Creo que el heredero directo de su estilo es Pacasso, sí, el de la Unidad de quemados que sale en el noticiario nocturno de la tele.

Rius es un referente el humor y la crítica de los acontecimientos que provocaron, en los últimos 30 años, la transformación democrática de este país. Al Rius le hubiera gustado presenciar el resultado de la última elección presidencial. Lo hubiera celebrado con un cartón memorable, del cual nos quedamos con las ganas.



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