jueves, 8 de octubre de 2015

Ramsés Salanueva, el viajante y su crepúsculo (La hoja y la mirada)



tú escribes poemas distantes / sobre las líneas del confín, / bendice el horizonte / de tu lejanía.

Los libros tienen vida propia. Y aun cuando la afirmación pueda parecer exagerada, es cierta. La vida de cada libro comienza mucho antes de su existencia como tal, desde que el autor lo conceptualiza y lo va desmarañando de su mente y enmarañándolo en su imaginación; su vida conceptual termina cuando al fin, tarde que temprano, su autor comienza a construirlo con palabras sobre el papel. Es en todo ese proceso en que el libro le pertenece enteramente al escritor, es todavía suyo, incluso, cuando al terminarlo, recorra el sinuoso y largo camino para su edición. A partir de ahí, de su publicación  por ende de su existencia plena como libro, tendrá una vida propia y compartida ya con los lectores y no más con su autor.

La vida de “Cuaderno para estudiar el viaje” ha sido larga. Este libro existe desde mucho antes de que Ramsés Salanueva lo concibiera; estaba latente en lo más profundo de su esencia poética y al mismo tiempo atado inexorablemente a su destino. Escuche de él cuando Salanueva volvió del viaje donde comenzó a escribirlo, durante los convulsos devenires que fueron construyendo los poemas que lo complementaron y me alegra muchísimo encontrármelo ahora, por sí solo, habitando las estanterías y las miradas de los lectores, particularmente como semoviente de mi lectura, la cual sembró en mí el privilegio de no poder guardar silencio frente a él.

“Cuaderno para estudiar el viaje” (opera prima del vate) se construye del viaje, no de “un” viaje cualquiera,  sino de “el” viaje, emprendido por el poeta para conocer a la descendencia de su paisano (de terruño y de oficio) Efrén Rebolledo. La relación Salanueva con Rebolledo es añeja e íntima, más cercana que la que pudiera establecer cualquier otro escritor en Hidalgo. Fue así que Ramsés puso su mirada en la península y su capital Oslo, que junto con el continente, tan viejo como anhelado, se convirtieron en el paisaje de una historia que Salanueva atesoraba en su interior y que solo podía ser descubierta entre el hielo y las ciudades con nombres impronunciables. El poeta, un hombre de desierto conquistando con su palabra una parte congelada del mundo, descubre y describe a los encontrados y los lugares que habitan, mostrándose a través de ellos, alcanzando entre versos el objetivo de su  procesión nórdica: fue para no crear evidencia del futuro, par ano suponer siguiera, la fascinación de mi sombra, al verse creada por otra luminiscencia.

El poemario, editado con sencillez y elegancia por el CECULTAH, está dividido en cuatro secciones: “I. Cuaderno para estudiar el viaje”; le da título al volumen y es ahí donde encontramos los pormenores del viajero que se admira ante la distancia, ante lo descubierto y ante lo aprendido, imprimiendo en sus versos lo mismo ironía que belleza, negándose en todo momento a la liviandad del turista, por el contrario, asumiendo siempre la sentencia del conquistador conquistado: 

pudimos cruzar sin brújulas / surcar por destino o vacación / todo lo que estaba perdido desde antes.

“II Diáspora de espinosos materiales”; la soledad, el pecado, la condena y la absolución son los materiales con que el poeta reflexiona sobre la condición humana, la suya y la que comparte con el resto del mundo, develando su lado más obscuro, es decir, el más luminoso:

Hasta que solo quedó el polvo con que fueron hechos los planetas y los hombres /  y fue revelado el logaritmo  por el cual las cosas son posibles a pesar de su existencia

“III. Comentarios sobre el volátil descenso de Ícaro”; el poeta está convencido, como Robert Graves, de que el primer verso lo dictan los dioses, y lo usa para crear su propia mitología, abigarrada y reveladora, resultado de todos los héroes y las musas que se han apoderado de él en las lecturas:

Un sigilo tiende urdimbres al vacío / para salvar el grito de nuestra caída

“IV. Poemas para la Monstrua”; alquimista de la palabra, Ramsés nos regala en el último apartado poemas inconmensurables sobre el amor y sus consecuencias, disparando todos sus versos cargados de un elegante pero franco erotismo, a un mismo objetivo, una mujer cuyo nombre tiene prohibido revelar pero cuya pasión lo hunde en el más obscuro de los abismos que es la poesía, haciéndonos testigos de ello:

Y que jamás te dije suficientes pájaros para resarcir la aurora. / Me parece que todavía quedan evidencias de lo que te predije.

Ramsés Salanueva es un poeta fundamental, hermano mayor de la generación setentera de los escritores hidalguenses, es heredero, natural y asumido, de la tradición literaria de Efrén Rebolledo y ha logrado una voz poética, áspera y poderosa, propia y determinante para convertirlo en un escritor por demás importante en la literatura mexicana actual. Supo esperar con paciencia providencial el momento justo para publicar y lo ha hecho con un libro cuya vida más allá de su autor se antoja todavía más larga y fructífera.

Por todo esto y más, es que resulta extraño (por decirlo menos), su ausencia en la programación de la reciente XV Feria del Libro Infantil y Juvenil, siendo además un autor publicado por el propio Consejo. Habremos de esperar, como él lo hizo, otra oportunidad para escucharle escupir su crepúsculo.

mi verso fue / la primera señal del amanecer / mi poesía es / un crepúsculo.


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