martes, 29 de mayo de 2012

La prosápica palabra de Gil Fuentes

Venancio Neriah

A pesar de que en mi adolescencia, el llamado canto nuevo y la nueva trova cubana eran la constante en el soundtrack de aquellos años, la “trova contemporánea” –mucho más cursi de lo que puedo digerir– me resulta casi siempre cansada y muy simple; absolutamente emparentada con el pop, más que con la música luminosa de los movimientos sociales de la Latinoamérica de aquella edad. Sin embargo, pese a mis prejuicios musicales, y a uno que otro gusto culposo en la materia, alguna vez me he dado la oportunidad de abrir los oídos y la mente, lo que me ha ofrecido la grata experiencia de asistir a la escena “trovera”, y encontrarme con algunos prodigios, que han alimentado inauguralmente, mi capacidad de asombro y el apetito de poesía que diariamente me asalta. Gil Fuentes, es quizá uno de los más entrañables “trovadores” que he tenido la suerte de conocer, en esta ciudad donde abunda el talento, y la pasión por el maridaje entre música y palabras de poeta.

El día que lo conocí, cantó -en la plaza de Santiago de Anaya- “Papá cuéntame otra vez”, una canción que desde hace mucho, se ha vuelto emblemática –para mi–, en esta suerte de “banda sonora” que vamos asignándole a la dura tarea que significa vivir. Yo le pedí que cantara esa canción de Ismael Serrano, porque ese era apenas mi primer encuentro con su música y su canto; pero de haber conocido para entonces la obra de altísima poesía que su talento le ha dado levantar, simplemente hubiera dejado que el programa avanzara, para que “no callándose el cantor, hablara la vida…”

Gil Fuentes ha estudiado composición, canto, violín, piano y armónica; pero indiscutiblemente, su otro par tiene grupa frondosa, cuerdas para pulsarse entre caricias y cintura de muchacha en flor. La guitarra se hace uno con él, y hace prevalecer, más allá de la canción, aquello que en portugués se dice “saudade”. Gil canta con la misma vocación con que los enamorado se tocan; escucharlo es gozoso y, de a ratos, también cala con un buen dolor, de aquellos que irrenunciables convocan la nostalgia, y la urgencia por la hedónica necesidad de hacer venir –de donde esté– al ser amado.

Una vez, alguien me dijo que cuando Gil cantaba, sentía algo así como dolor, pero que era un dolor bonito. No sé si entiendo totalmente este modo de interpretar la trova del poeta; pero lo que si puedo entender, es que de a ratos, haya cantores que tengan la palabra precisa, para decir lo nuestro y lo del mundo.

Actualmente, Gil prepara “Los Pecados del Peregrino”, su nueva producción discográfica; una entrega pródiga de 10 canciones, interpretadas con base de guitarra y el acompañamiento de instrumentos prehispánicos (teponaxtles, raspador de hueso, tambor tarahumara, caracoles marinos, silbato de la muerte, ocarinas, flauta de barro, sonajas, palos de lluvia), armónica y voz. Todo lo que suena en el disco lo toca él, incluso las fibras sensibles de aquellos que habremos de escucharlo, porque estoy seguro que si escrutamos las canciones de Gil, encontraremos poderosamente las señales que convocan la vida. A pesar del uso de instrumentos del México precolombino, este no es un disco de música étnica o folclórica, es más bien, una apuesta por el futuro, con el ombligo velado entre raíces, tierra y la historia de nuestra sangre acribillada.

Las canciones de Gil, se comprometen con el alma y con el pueblo, y procuran POR VALENTÍA Y PROSAPIA, la esperanza; por eso hoy que ya no es hora ni de caudillos ni de mártires, quiero confirmar desde la música que este “niño de mil años” pare corazón afuera, que ha llegado la hora de que todos seamos consuelo y dignidad para todos, que esto con la palabra lo vamos a cambiar.

Desde un escritorio, muchas veces han intentado cancelar abruptamente nuestras respuestas y marchitar nuestras flores; sin embargo, gracias a la poesía y el trovo ardiendo de aquellos que como Gil (y sus colegas por todo el mundo) no dejan de cantar, en el viento seguirá volando tercamente esa luminosa respuesta que, en el beso del ser amado, en la mano del amigo, en la sonrisa del desconocido, funda la necesaria, urgente, y prodigiosa revolución sin manos, que un día hará que este mundo deje de hacer la guerra, y nunca pare de hacer el amor.

Gil, Jamädi…


Milenio Hidalgo Diario

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