La necedad, el error, el pecado, la tacañería, / ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos, / y alimentamos nuestros amables remordimientos, / como los mendigos nutren su miseria.
Con estos versos abre “Las flores del mal”, obra cumbre del poeta maldito Charles Baudelaire. El poema, no incluido en el índice del libro, es un mensaje para el lector. En él, el autor resume la podredumbre de alma, la suya, que ha forjado a fuego los 103 poemas que componen el volumen; una extensa y desgarradora oda a la miseria humana, a la pestilente humanidad que a todos nos caracteriza.
Baudelaire nació el 9 de abril de 1821. Su obra, rompió todos y cada uno de los modelos literarios de la época, poniendo en el banquillo de los sentenciados los valores sobre los que se había construido la República tras la Revolución francesa.
Su vida, llena de excesos y sumida en el sórdido mundo de un París oscuro y descarnado, alimento una obra poética que explora lo más recóndito de la pestilencia que el ser humano esconde y contra la que lucha la mayor parte de su existencia.
En 1978, Francia celebró el 150 aniversario del natalicio de otro grande, Julio Verne, con una verbena nacional que llevó a todo el pueblo francés a las calles a vitorear al novelista que vaticino con su imaginación los grandes logros del siglo XX. Hoy, con el pandémico pretexto del Coronavirus, Francia celebra con y en voz baja el bicentenario de un hombre que transformó la poesía de tal manera que sus versos sostienen las estructuras de una nueva manera de hablar de “lo bello”, “misión primera” de la poesía.
Alguna vez, Hölderlin escribió que “los poetas, con la cabeza descubierta, recibían el rayo del dios como niños, con corazones puros y manos inocentes.” Ninguna de esas dos características físicas eran propias de Baudelaire, quien por cierto, sí asemejaba a un niño al momento de morir en brazos de su madre. Su lucidez provenía principalmente de la locura y su brillantes forjó la raíz de la vanguardia y la contemporaneidad de la literatura francesa, europea y universal.
Nada en la poesía volvería a ser igual después de sus versos malditos y hoy, leídos doscientos años después del nacimiento de su autor, siguen describiendo, con crudeza y descaro, la parte más sólida de nuestra esencia: la maldad.
Pero, ¿qué habría sido de Baudelaire en pleno siglo XXI? Cómo habrían trascendido sus poemas en el turbulento océano de las redes sociales, donde lo peor de lo que somos, aparece a la menor provocación para generar en nosotros la repulsión de nuestra calidad más pura, de nuestra cualidad más nítida, de nuestra peor parte; lo que nos describe de cuerpo entero com especie. ¿Pero en realidad nos detestamos? ¿Es que en verdad la vileza de nuestras acciones cotidianas nos repulsa o es sólo la pose “políticamente correcta” que enarbolamos para ocultar lo que verdaderamente somos y que no colgamos en nuestros perfiles de feisbuc?
Baudelarie nos legó en sus poemas y sus prosas, de los cuales las mejores traducciones las hizo nuestra adorada Margarita Michelena, un retrato íntimo de lo que habíamos sido hasta entonces y de lo que hemos sido hasta ahora. Tejió con mierda y lodo el sudario de nuestra alma como la más trascendental de las propuestas literarias del siglo XIX.
En los últimos versos de las “Las flores del mal”, incluso, vaticino la revalorización póstuma de su visión poética y hoy, doscientos años después de su nacimiento, sigue calando profundo en quienes nos hemos enfrentado a sus letras.
Porque de cada cosa extraje la quintaesencia, / tú me has dado tu barro y yo lo he convertido en oro.
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