Más desaliento. Como si
lo necesitáramos frente a un panorama sombrío y confuso más dentro que fuera de
nuestras fronteras.
Desde el inicio de su
presidencia, el otrora prometedor López obrador, ha venido dando tumbos de aquí
para allá en la política relacionada con la educación, la ciencia y la
tecnología. Cuando candidato, Andrés Manuel procuró hacerse aliado del sector
cultural para que artistas, actores, actrices, directores de cine, músicos y
escritores se pronunciaran y colaboraran con él para definir su imagen de
honestidad y compromiso con las causas sociales. Tal fue el éxito de estas
cruzadas personales y colectivas que fue uno de los motores principales para
que ganara la elección de 2018.
Para muchos de nosotros,
la posibilidad de la alternancia permitiría renovar las miras sobre temas
fundamentales y desatendidos sistemáticamente durante la segunda mitad del
silgo XX: pobreza, corrupción, inseguridad, empleo; pero también otros
“resquicios” del quehacer social que se habían mantenido “estables” y que
habían sobrevivido, mal que bien, a los recortes gubernamentales que cada año
se suceden sólo por el hecho de que el gobernante en turno los soslayaba y
prefería enfocarse en los otros asuntos sustantivamente más importantes. De
esta manera, aunque de vez en vez los números que correspondían específicamente
a la ciencia, la tecnología, el arte y la cultura iban mermando, se mantenían a
flote gracias a una serie de políticas base que aseguraban, al menos, la
continuidad de las precarias condiciones en las que se desarrollaban.
Sin embargo, y aunque
ciertamente con la alternancia el punto de mira cambió, las nuevas propuestas
no han sido alentadores. En primera porque cualquier acción que busque “cambiar
las cosas” echando pasos hacia atrás es reprobable. ¿No es mejor revisar y
reorientar una acción para mejorar su efectividad probada en lugar de sólo
criticarla con miras a desaparecerla? El espíritu de la crítica vacua y
dogmática sobre las acciones del CONACYT y el FONCA (por ejemplo), puso al
descubierto el verdadero sentir del Presidente acerca de los “privilegiados”
sectores que antes le apoyaron.
El asunto ha tomado
tintes dramáticos cuando el día de antier el Presidente anunció la cancelación
de los estímulos fiscales al arte y la cultura, lo que plantea tres aspectos
para preocuparse. Uno, si el dinero que las instituciones o los artistas ahora
aportaran directamente a la Secretaría de Hacienda será inyectado al
presupuesto de la Secretaría de Cultura para que aquellos entes que emprendían
proyectos gracias a los estímulos puedan continuar con su labor creadora y de
promoción cultural; cabe señalar que se tendría que establecer un mecanismo
para que esta nueva distribución del dinero para lo artístico y cultural no sea
foco de corruptelas o favoritismos (esa manía de complicar las cosas cuando ya
de por si no son fáciles de manejar). Dos, existe el peligro de que el dinero
arriba referido, proveniente de los impuestos pagados en “cash” por instituciones
y creadores, tenga un destino distinto al del arte y la cultura, y sea sumado a
otras propuestas “más sociales” en los programas de la presidencia lo que
serían un graso error; no se logra entender que lo que invertimos en el arte y
la cultura es a todas luces un gasto social que mejora la vida de todos los
ciudadanos, sean o no (todavía) consumidores de cultura. Y tres, lo más nefasto
de todo, es lo que lamentablemente encierra la simple y llana frase pronunciada
por Andrés Manuel López Obrador en el anuncio mentado: “Lo que estamos haciendo
es terminar con los gastos superfluos.”; ese es el verdadero sentir del
presidente hacia el arte y la cultura: desprecio.
En fin que quienes
creíamos que la izquierda ponderaría aquellos temas que, en lo humano y lo social,
habían sido arrojados al ostracismo, estamos sumidos en el asombro y la
decepción, sentimientos que van, por desgracia, siendo más comunes en el
general de la ciudadanía.
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