lunes, 2 de marzo de 2015

La hoja y la mirada: La poesía de Omar Roldan, esa eclosión


Omar Roldan pertenece a una generación de escritores a la que también pertenece un grupo de autores que fueron conocidos como “La diáspora”; escritores que nacidos en la década de los 50’s migraron en los 70’s de Hidalgo hacia la ciudad de México llevados por la necesidad de la formación académica, donde comenzaron a desarrollar sus carreras literarias, para terminar, en la mayoría de los casos por quedarse allá lejos sin dejar de pertenecer acá cerca. Omar nació en lo que podemos considerar el ultimo año de esa generación, pero no se fue, él decidió quedarse y en esa decisión de vida permitió que su literatura se forjara en el crisol del terruño, de la provincia. Su presencia en las letras hidalguenses toma una particular importancia entre la creencia de que “no se puede hacer literatura en Hidalgo” y la convicción de que la literatura hidalguense podía consolidarse a partir de esa generación. Así que Omar se quedó a padecer no solamente el agrio quehacer de la escritura, sino también el penoso recorrido hacia la publicación, el cual le ha cedido cuatro poemarios en los cuales es claro el oficio que posee y el cual se muestra en todo su esplendor en “Éxodo hacia ninguna parte”, poemario editado por el CONACULTA y el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo en el 2014.

El libro abre, a manera de prólogo, con tres notas dirigidas al poeta de la pluma de Juan Galván Paulín. Galván Paulín ha sido maestro de muchos de nosotros en Hidalgo, sin embargo, la relación que ha establecido con Omar trasciende al lindero de la complicidad, de la compañía fraterna, casi paternal, en el devenir literario, siempre intrincado y doloroso. En estas notas, el maestro “Paulín” no solo hacen un breve recuento de las coincidencias en los días de su taller literario en Tulancingo, además deja constancia no solamente de la cercanía con el autor sino también con su poesía, se reconoce emocionado por leer lo que Roldan va produciendo y reconoce en ello un crecimiento del que no puede, aunque quisiera, sentirse ajeno, por el contrario se regocija al grado del orgullo. Pero no me refiero al orgullo del alfarero que ha determinado la forma y el destino de la vasija, sino al orgullo del escritor que mira como germinan las letras de un hermano, sabedor de haber sido parte de ese esfuerzo.

Por si ser testigos de este maravilloso encuentro en el tiempo y en la literatura no fuera suficiente, Antonia Cuevas Naranjo, otra importante narradora y poeta tulancinguense, esboza unas líneas para introducirnos en el poemario que estamos a punto de leer y exalta de él dos características importantes: la ausencia de pretensiones y la sutileza con que sus versos nos atacarán. Cuevas hace hincapié en el sobrecogimiento del que seremos víctimas, irremediables, ante la forma con que Roldan aborda un tema tocado por otros poetas, pero nunca resignificado de tal manera como ahora.

“Éxodo hacia ninguna parte” se divide en dos tiempos, cada uno de ellos independiente pero complementario del otro, como dos poemas de largo aliento que pudieran respirar por separado pero que juntos dan un hálito a la visión que el poeta quiere compartir con nosotros en este momento. El primero de ellos “Mi destino” deviene en una colección de poemas íntimos y  arteros, mostrándonos la parte más mística del poeta; son una suerte de larga alegoría metafísica, una oración pertinaz al creador, al universo, pero también a la mujer perdida, a los amigos traicionados, a uno mismo. En ellos encontramos imágenes misteriosas, bizantinas, que van deshilando lo más profundo del alma del poeta: “más de una vez me has arrojado /en busca de mi mismo /al hueco inexorable que me habita”; y es precisamente en esas entrañas donde comienza el éxodo del autor, recorrido imperante para la búsqueda de lo que lo forma. Desde ese principio los versos son los pasos de esa viaje interior, son el rastro de una búsqueda abyecta, donde el descubrimiento no es el objetivo, es el éxodo en si mismo; el poeta no pretende encontrar nada, solo pretende buscarlo: “es un vaivén constante /este mi andar a tientes tus designios / buscando algo de mi que nunca encuentro”. El éxodo interior es pues, el más intenso y persistente.

El segundo tiempo “Mi casa”, es el éxodo exterior, la búsqueda que el poeta hace de si mismo en lo que lo rodea, le pertenezca o no, lo va formando también; el espejo denudo, el ceño fruncido, una bicicleta bajo la lluvia, un son sin partitura, un indulto. Es aquí donde el poeta nos muestra la parte más luminoa del libro, llena de cadencias que rayan en el gozo, en la alegría de saber que el éxodo no termina, aún, cuando se crea que se ha llegado a un sitio: “Mi casa un manantial de rio cangrejos /una estación de tren un día de nieve /parábola de heno y de ahuehuete /tendero de besos y trebejos.” Roldán nos confirma que el poeta es un errante condenado, una vigía permanente de lo que acontece (ya desde un libro anterior, “El viento y la mirada”, lo sugería), un desfachatado voyeur del mundo todo, bello o pestilente, da igual.

“Éxodo hacia ninguna parte” confirma a Omar Roldan como un poeta sin falsas poses pero que ha alcanzado una estatura raras veces encontrada en la literatura de estos tiempos, en un poeta que sabe esgrimir su pluma para decir lo que quiere; corte preciso, dolor abundante, la sangre como trofeo. Éste poeta que leemos ahora, en el que se ha transformado Omar Roldan, es de aquellos en los que, por tradición, descansa el peso de la literatura de un país y en el caso del país nuestro, descansa la poesía en las letras de un poeta que sabe que el único éxodo posible es aquel que no tienen destino, pues es el destino en sí mismo.



Texto leído en la Biblioteca Sor Juana Inés de la Cruz 
de la ciudad de Tulancingo, el miércoles 11 de febrero de 2015, 
durante la presentación del libro.

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