Creamos poesía queriendo emular el canto de los pájaros
cuando amanece, la melódica charla de las ballenas en el océano, el rumor de un
bosque mecido por el viento. La poesía es el bramar del corazón que nos asalta
en el medio de un día común y corriente mostrándonos la belleza de un instante,
el destello de la vida que sobrevive a la pestilencia el mundo; aquello que
vale la pena ser conservado con el más arcaico y hermoso de nuestros utensilios
de comunicación: la palabra.
Hoy termina la novena edición del Festival Internacional de
Poesía “Ignacio Rodríguez Galván”, el cual se ha desarrollado en Pachuca,
diversos municipios de Hidalgo y algunas sedes en Ciudad de México. Como todo
encuentro, ha sido una maravillosa oportunidad de conocer, descubrir y reencontrar,
una pléyade de voces poéticas que por su diversidad componen un panorama por
demás interesante y conmovedor de la escena poética actual en la que confluye
el deseo de sujetarnos a la poesía como única tabla de salvación en la tormenta
de un mundo violento y deslucido donde toda esperanza ha sido desahuciada.
Tras nueve años, el Festival se ha consolidado y es tal vez
el evento más rico y emotivo en Hidalgo en cuanto al arte literario se refiere.
A través de él han venido a compartirnos su poesía escritores que, en un
ambiente donde predomina el interés monetario de los “betselers”, no podríamos
conocer de otra manera y mucho menos compartir con ellos la cautivante
metamorfosis que al fin de cuentas es la poesía; transforma al que la escribe y
transforma al que la lee, y si no lo hace, no merece la pena.
Sin embargo, a pesar de ser la diversidad e inclusión sus
principales fortalezas, el Festival sigue siendo presa de los filias y las
fobias de su director, las cuales, por más entendibles y naturales que sean,
dejan fuera de la programación a un cúmulo de poetas, sobre todo locales, que
no sólo han destacado, sino que también tienen una propuesta poética por demás
interesante y digna de compartir con el público asistente al igual que con los
poetas participantes. Este último es un rasgo que podemos considerar como un
verdadero milagro; el encuentro entre poetas es siempre un caldo de cultivo
para la creación individual, revitaliza, propone y deja una huella indisoluble
de hermandad.
Las omisiones, imperdonables hay que decirlo, de poetas
locales fueron en una mínima parte subsanadas por la Secretaría de Cultura que
nos permitió, a algunos de los omitidos, la oportunidad de participar en este
maravilloso Festival, sin embargo, otros compañeros, marginados por la
antipatía del director ya mencionado, no tuvieron esa oportunidad de regar con
sus versos la poesía de otros poetas asistentes y a su vez de nutrirse con los
versos de ellos.
En lo personal, la experiencia de participación fue toda una
revelación. Tuve el honor de compartir lectura con tres extraordinarios poetas:
Ana González de Toluca, cuyo trabajo combina tres idiomas, el español, el
francés y el alemán, regalándonos una sonoridad fantástica al momento de leer
sus textos; América Femat, hidalguense, una de las poetas que está desarrollando una de las poéticas
más interesantes de la literatura local, es una de mis favoritas; Ahmed Zaabar,
extraordinario poeta tunecino radicado en Londres, quien nos compartió poemas
donde loas preguntas sobre las distintas maneras de ver la vida detonan
reflexiones que nos muestran las tripas mismas de la existencia, conjugando el
amor en el mejor de sus tiempos: la esperanza.
En fin que, a pesar de las sombras, las luces del Noveno
Festival Internacional de Poesía “Ignacio Rodríguez Galván” han sido
destellantes, ha sido un absoluto acierto y un festín para aquellos que
pensamos que lo único que puede salvarlos de la barbarie, hacia la que nos
enfilamos a toda velocidad, es la poesía.
Ya en otra oportunidad hablaré de otros vates que asistieron
y regaron muchos rincones de Hidalgo con versos-manantiales como recurso
infalible para florecer por dentro. Felicidades a todos los participantes.