Carlos Ruiz Zafón
escribió alguna vez, “Los libros son espejos: sólo se ve en ellos lo que uno ya
lleva dentro.” Venancio Neria lo ha expresado así: “El libro debe ser un
espejo; nos gustan aquellos libros donde nos reflejamos.” También caja de
pandora, habitáculo de los anhelos, parcela dispuesta para la siembra, cielo
raso para mirar cuando uno recién despierta.
Donde
comienza la densidad volátil de mi sombra, / termina el mundo.
Yanira García (Pachuca,
Hgo., 1966) nos ha regalado un espejo donde su reflejo es tan nítido que se
parece al nuestro. Una colección de poemas titulado “Brújula para extraviarse”
donde las palabras son trazos que logran la perfección propia de los latidos
más profundos de la poeta y donde su estilo, ya probado con eficacia en libros
anteriores, ha logrado la brillantes que sólo permite el paso del tiempo. Se
nota desde el primer atisbo la intimidad que la autora ha vertido en cada
página, la claridad con que nos habla de un extravío interno donde ha logrado
disponer, con habilidades de nigromante, su lúcida locura.
Desenvaino
la armonía de las señales mágicas, / hago que fluya el eco.
El libro transcurre como
un dialogo, donde la voz de la poeta no es la única que se escucha, donde el
lector encamina la corriente de un rio que lo arrastra a orillas florecientes y
azarosas, como la del mundo. La luminosidad nos ciega y tenemos que parar un
momento la lectura, echar la cabeza atrás para mirar detrás de nuestros
parpados paisajes similares a los encontrados por la poeta en sus adentros;
nombrarlos es el único recursos para aceptar a los fantasmas que viven en
ellos.
Concibo
árboles / para treparlos / y ver si estoy aquí o me imagino.
La generación de la poeta
es un parteaguas en la literatura hidalguense. Los autores nacidos en la década
de los sesenta, al iniciar su odisea creativa, encontraron un vació dual en las
letras locales; por un lado, los autores referenciales de la generación
inmediata anterior se habían exiliado (básicamente a la ciudad de México) y su
ausencia había sumido en la comodidad de la nula exigencia a las autoridades
encargadas de publicar literatura. Yanira también voló pero dejó tras de sí un
primer poemario que la ató, sin ella saberlo en ese momento, con el devenir
literario de Hidalgo. En la lejanía, García fraguó una poética a partir de las
materias primas más humanas y universales.
De
las palabras de tierra / con que amaso mi historia / tendré que extraer / el
espíritu del mundo.
Yanira García, querida y
admirada por sus colegas, es también músico y nunca lo ha ocultado en su
literatura, sin embargo, este es el más musical de sus poemarios. En él ha
soltado las baquetas (es percusionista) y usa su garganta como un instrumento,
la pluma como arco; urde cada letra cual gotas negras y blancas sobre el
pautado, agitando la bruma del silencio y eleva su canto. Uno, azaroso pero
preciso, que va guiándonos en el laberintico universo de la poesía, dejando una
huella indeleble en quien se permita escucharlo.
Tiniebla
de matices, el contratiempo. / La escala sube, / desciende después hasta mi
sombra / y extrae lluvia.
El libro se desboca sin
miramientos. La poeta se entrega al disfrute de la escritura que ocurre lo
mismo de madrugada que en las carreras de fondo que acostumbra; se nota el
deleite secreto de quien sabe que lo que deja sobre el papel arrebatará
ferozmente y sin contemplaciones. A lo largo del libro aparecen, como una seria
interna, poemas{autorretratos donde la autora se dibuja con los rasgos de
otros; a quienes ha amado, a quienes ha perdido, en esa desolación concurrida
por los recuerdos y las nostalgias que permiten a un escritor, cuya
sensibilidad es aporreado constantemente por la pestilencia del mundo,
sobrevivir con decoro. Al fin y al cabo, si el poeta comparte con alguien su vocación,
es con el suicida.
Morir
/ se calcula en vacíos. / Lanzo una roca / ausencia abajo / y no la escucho
tocar el fondo.
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