Ilustración: Román Rivas
A raíz de la muerte de su
viuda, Marie-José Tramini, ocurrida a finales del julio pasado, el legado del
Nobel mexicano Octavio Paz ha vuelto estar en el ojo del debate. Y es que
Marie-Jo se había convertido, incluso antes del fallecimiento del escritor, en
custodia feroz del archivo de Paz, el cual debe estar inmensamente enriquecido
con notas, tal vez inéditos y minucias que bien pueden dar para una o varias investigaciones
literarias sobre uno de los personajes más importantes de la cultura mexicana.
Ahora, cuando la musa se ha reunido con el poeta en el punto más luminoso de la
llama doble, la comunidad intelectual esta preocupada por el destino que tendrá
ese legado, el cual, en opinión de la mayoría, debería ser custodiado,
administrado y divulgado por las autoridades culturales de nuestro país. Mientras
eso ocurre quiero trajinarnar sobre una de sus facetas, la más intima a mi
juicio, la de traductor.
Octavio Paz fue sin lugar
a duda un traductor de cepa. Dicho adjetivo se suma a la innumerable cantidad
de oficios literarios que ejerció. Este, el de traductor es tal vez uno de los
que generan menos discrepancias, tal vez, porque en él imprimía dos de sus más
grandes pasiones: la lectura y la creación poética.
La mayoría de sus
traducciones se contienen en “Versiones y diversiones”, volumen en el cual se
confirma que el impulso primigenio que lo llevó a este ejercicio fue siempre el
deseo de compartir con otros lo que a él mismo hacia disfrutar. Es el resultado de la pasión y la casualidad,
escribió.
Reflexionaba, siempre con
su característica elocuencia, sobre el ejercicio de traducir: El punto de partida del traductor no es el
lenguaje en movimiento, materia prima del poeta, sino el lenguaje fijo del
poema. (…) Su operación es inversa a la del poeta; no se trata de construir son
signos móviles un texto inamovible sino demostrar los elementos de ese texto,
poner de nuevo en circulación los signos y devolverlos al lenguaje.
El destino final de su
ejercicio como traductor era el mismo del resto de sus incursiones literarias:
la creación. Pero al ser traductor sustituía por gozo la academicidad y la
reflexión. El punto de partida fueron
poemas escritos en otras lenguas; el de llegada, la tentativa de escribir, con
ellos, poemas en la mía. Era por ello no incluía los poemas en lengua
original, sino solamente las versiones que de ellos menaban como un poema
nuevo, buscando lo que otros grandes traductores buscaron.
Paz no solamente traducía
de las lenguas que hablaba, también de otras en las cuales, sus incursiones
eran apoyadas por amigos: para traducir del sueco se ayudó del poeta rumano
Pierre Zekeli; para traducir del chino recurrió no solamente transcripciones fonéticas
y traducciones interlineales, sino que también se acogió al consejo del poeta
Wai-lim Yip.
Mención especial merece
la traducción que realizó de Basho, permitiendo por primera vez a una lengua
occidental el embelesamiento del haiku. En dicha aventura Paz no solamente fue
apoyado por Eikichi Hayashiya, sino que ejerció con entera libertan la creación
ideal de la traducción poética: crear imágenes, cadencias, músicas similares a
través de idiomas distintos. Se destacó como un traductor audaz, rodeando de
polémica sus versiones.
Entre los autores que
tradujo están: Apollinaire, Pessoa, Michaux, Gunnar Ekelöf y el mencionado
Basho. Para completar la geografía estética de los gustos de Paz es necesario
mencionar algunos autores de los cuales realizó frustradas versiones las cuales
quedaron pendientes: Dante, Yeats, Tasso, Leopardi y Wordsworth.
Por otro lado, Octavio
Paz siempre estuvo cerca de sus traductores, entre ellos destacan dos: el
norteamericano Eliot Weinberger y el francés Claude Esteban. Aun cuando Paz
dominaba el inglés y su francés era suficiente para realizar él mismo versiones
de su poesía en esos idiomas, permitía que otros emprendieran dicha tarea, de
la cual, se mantenía muy atento; sin embargo, dejaba a los traductores el libre
albedrio del ejercicio.
Enrique Díez-Canedo dijo
que traducir es siempre sacrificar; pero
no ha de sacrificarse nada esencial. Octavio Paz así lo hacía.
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