viernes, 31 de enero de 2020

Xico Jaen: evocar como acto poético



El origen de la palabra “traducir”, es el mismo de “traición”. Empuñamos la vocación de Judas cuando nos empeñamos en esparcir la literatura en lenguas ajenas a su origen, cuando buscamos alcanzar una vastedad babélica donde las palabras que nos sacuden se tornen distintas y vibren en la misma frecuencia que lectores lejanos, desconocidos, inalcanzables.

Se desdobla la mañana / con la última quimera de la noche. / Todo continúa dormido (…)

Pero Xico Jaen no traiciona. Viene de una tierra donde los ancestros se llevan a todas partes como amuleto que libra del mal de ojo. Vive en un patria bífida donde dos lenguas conviven en una danza llena de colores, olores y sabores; sonidos todos. Originario del municipio de Santiago de Anaya, Jaen es un poeta joven que desde niño se preguntaba por qué en la escuela se hablaba un idioma que no era el de casa; aprendió el hñahñú mientras su madre lo amamantaba y lo echo a volar como un pájaro de barro donde viajaban los cariños, el amor y los nombres nuevos de las cosas que se miraban por primera vez.

Brotan colores / rancios y punzantes, / se esparcen silenciosos / en el pellejo agreste de la tierra.

Pero la realidad de su tierra lo ha marcado tanto como las caricias de su madre. Aprendió español entre pupitres entregándose desde entonces el gozo de mirar a través de las palabras el mundo; dos miradas sonoras que no siempre sonaban bien juntas. Cuando Xico encontró la poesía, descubrió en ella el sortilegio para que sus dos lenguas, la materna y la social, lograran cohabitar en paz dentro suyo; decidió entonces que no traicionaría a ninguna, sino que moldearía una a partir de la otra y viceversa, para alcanzar los sonidos que trazaran a versos su paso por el mundo.

Cuando la oscura muerte venga / a desgajar mi nombre, / y me haga suyo, / se va a quedar herida la orilla del lenguaje, / en tanto que la tierra (…)

Fue entonces que el Pájaro azul (significado e Xico) comenzó a cantar desde la primigenia palabra de su madre, experimentando con sonidos y expresiones que mostraran tal cual es la crudeza de un entorno envuelto por el desierto y la lejanía, extrayendo a pulso de poesía la belleza que dormita en el interior de una región que históricamente parece condenada al ostracismo, revistiéndola de su natural esencia a través de una poesía cargada de evocaciones a los ancestros, a la naturaleza, al dolor, la memoria y la esperanza, que germinan en tonos fraternales cuando el mismo poeta hace versiones de esos cantos en español.

Soy maguey, pulque derramado en el altar de tu boca (…)

En su más reciente libro, “Canto Roto (N’a ra thuhu xa ntuni)” Xico Jaen nos regala 17 poemas con dos reflejos, uno en hñahñú, el reverso en español, en los que logra hablarnos del Valle del Mezquital desde una perspectiva inusitadamente bella, forjada por el amor que sus ancestro le han heredado en un montón de recuerdos, historias, miradas; no sólo su madre, su padre, sino también la comunidad toda, como una familia que se ha ido diseminando a lo largo y ancho de un desierto que ha llegado a un destino que transforma su rostro pero no su espíritu, donde radica el verdadero valor de una tradición literaria peculiar en las letras hidalguenses.

Expiran entre cardos sus cantos rotos, / rota está su vida; / abismo original de palabra y viento.

El libro, bellamente cuidado por el maestro Alberto Avilés Cortés para Ediciones Mayahuel, con una aportada diseñada por el ilustrador campechano David Canul “El pájaro Toj”, es una oportunidad extraordinaria para leer una poesía alejada de fatuas modas poéticas, un poesía honesta que busca la evocación pero también la supervivencia de una lengua que nunca ha estado en peligro de extinción, por el contrario, Xico Jaen canta en una lengua viva como ninguna, porque encierra las aspiraciones de su pueblo.

Paso cebra
“Canto roto” de Xico Jaen se presenta junto al poemario “El tren” —escrito en Tu`un Savi (mixteco) — de la escritora oaxaqueña Nadia López García, mañana sábado 1 de febrero a las 19:00 hrs. en el Radio Express Café ubicado en el costado sur del Jardín Colón en el Centro Histórico de Pachuca. Ojalá podamos encontrarnos por allá.

viernes, 24 de enero de 2020

Una bitácora del dolor



Alguien me dijo alguna vez que no es el amor lo que nos mueve; es el miedo. El miedo a no alcanzar el amor, a no mantenerlo, a perderlo. El miedo es angustia, sobre algo cierto o imaginado. Pero cuando el miedo se transfigura en aquello que sólo acechaba y se vuelve real, tangible, acontece el dolor, el peor de todos, ese que sin ubicación precisa recorre con su filo todo el cuerpo; a veces el alma, sobre todo el alma.

En “Perseguir la noche”, el escritor mexicano Rafael Pérez Gay ha dejado cuenta de su encuentro con el dolor, ese miedo transfigurado en la posibilidad de perder la vida. A partir de la celebración de su cumpleaños número cincuenta, el escritor llega puntualmente a presenciar el deterioro del cuerpo, el suyo propio, a partir de señales inequívocas de que algo en la maquinaria de carne y huesos está mal funcionando. ¿El diagnostico?, cáncer. Como buen narrador de cepa que es, sabe que la única manera de sujetar las riendas de una realidad desbocada es transformándola en literatura; él mismo lo explica en esta frase: Cuando llega el momento de sufrir, como la pasión, el dolor expulsa al lenguaje.

Y el dolor lo expulsa, al lenguaje y a quien lo urde en su interior. El narrador vuelve a ser su personaje y toma distancia de sí mismo para analizar lo que le ocurre, para darse libertad y volver al pasado como única estancia donde el presente es soportable, de enlistar a sus fantasmas y exigirles cuenta de aquello que dejaron inconcluso entre ellos, de hablar de los excesos cometidos en nombre de comprobar que se está vivo y, sobre todo, para soportar la esa ridícula imagen de marioneta en que uno se transforma cuando se está enfermo, verdaderamente enfermo.

Los partes de esta guerra cruda contra la enfermedad y la aproximación de la muerte van mezclándose con las obsesiones del autor, una en particular, un suceso histórico acaecido durante las incursiones bohemias por la ciudad de México de un grupo de Modernistas compuesto por José Juan Tablada, Julio Ruelas, Ciro B. Ceballos, Bernardo Couto y Alberto Leduc. Para alejarse de la enfermedad a cuestas, recorre la Ciudad siguiendo el mapa de sus recuerdos, persiguiendo la esencia de la vida y la sospecha de la muerte; la suya propia, pero también aquella muerte que marcaría el destino de estos escritores que transbordaron, pluma en mano, del siglo XIX al XX, dando tumbos entre el Salón Bach y la casa de Madame Lara, donde la perdición esta disponible en la misma bandeja que la pasión. Los cinco vates sucumben, sibaritas de la carne y las humedades.

Los laberintos que Pérez Gay recorre en este libro se encarnan lo mismo en hospitales, en ascensos perturbadoramente nostálgicos a las Lomas de Chapultepec, en la timorata oscuridad de bares, salones de baile y prostíbulos. Él mismo se encarna en un Teseo que encara al Minotauro de su infancia, batiéndose contra los recuerdos que conserva de su madre, de su padre y de esa época familiar en que todo parecía ser mucho mejor de lo que realmente era. Aunque se gane, nadie vuelve impoluto de esa batalla.

“Perseguir la noche”, cierra una trilogía, completada con las novelas “Nos acompañan los muertos” y la conmovedora y maravillosa “El cerebro de mi hermano”, en la que Rafael mezcla de manera exquisita su historia, la de su familia, con la de una ciudad que se transforma constantemente, guardando su esencia en cada rincón y reguardando celosamente recuerdos que arroja de vez en vez para calmar el apetito nostálgico de quienes hemos nacidos en ella y seguimos absortos a su polimorfa grandeza.

Nada en este libro es un desperdicio. Salpicado de humor (sobre todo negro ante las circunstancias) y líneas contundentes que ponen la vida en su lugar, “Perseguir la noche” es la constancia de que Rafael Pérez Gay es uno de los mejores narradores contemporáneos en México y, por supuesto, un sobreviviente.

viernes, 17 de enero de 2020

El mundo secreto del Puxk’uai



Conocer la cosmogonía de los pueblos originarios de nuestro país representa una gran oportunidad para sumergirnos en un mundo lleno de simbolismos, donde la relación con la naturaleza es precisa para explicar la existencia del hombre; no representa un viaje al pasado, nada más equivocado que eso, significa una experiencia en culturas vivas que a la par, o a veces en contra, avanzan con la mal llamada “modernidad” de occidente, en muchos casos esta manera ancestral de ver el mundo supera o se superpone a la telaraña caótica de teléfonos inteligentes, tabletas y redes sociales.

Una de estas exploraciones está contenida en el libro “Puxk’uai. Un ser de la oscuridad en la cosmovisión otomí” del joven investigador Víctor Manuel Caro Sevilla, en el cual aborda la leyenda del Puxk’uai o bruja que dice; todos los seres humanos tenemos un espíritu de la bruja o el nahual, ese espíritu (femenino y maligno), es un animal que se transforma, pero si intentamos matarlo, también vamos muriendo.

Este ser de la oscuridad está íntimamente ligado con las creencias de la región otomí de Tenango de Doria y toma diversas fisonomías, como una cigüeña, como murciélago, un guajolote o un zopilote (entre otros animales), todos negros, todos con alas que permanecen en la mitología de los pobladores y la cual se ha mantenido como un vínculo intergeneracional.

Víctor Manuel se dio a la tarea de entrevistar a pobladores cuyas edades oscilantes entre los 38 y los 83 años (capicúa cabalístico) para conocer a través de la tradición oral las variantes y las evoluciones que la bruja y los seres propios de la oscuridad habían tenido en el ideario local. De esta manera logró obtener descripciones y anécdotas que no solamente encerraban intriga y espanto para quienes las vivieron, sino también una interesante e indisoluble relación de los vivos con los ancestros, con su entorno y con la muerte. El investigador complementa las declaraciones con dibujos de los propios participantes donde los elementos característicos se mantienen; el cerro de donde el Puxk’uai baja, el fuego y el humo para que se transforme, o el pie que la bruja se corta y deja en tierra cuando se transforma en animal en el que se aprecia el otro pie humano. Se aparecen en los techos, en las ventanas, acechan a hombres y mujeres para hacerlos morir induciendo el sueño, duermen también a los perros para que no delaten su presencia a ladridos; las narraciones, todas, encierran una riqueza cultural inconmensurable.

Las historias compiladas en tres comunidades y la cabecera municipal de Tenango de Doria son un tesoro de la memoria y la tradición de una región sumamente interesante para realizar investigaciones de este tipo pues ahí confluyen diversas lenguas como otomí, náhuatl, tepehua, totonaco y español con población tanto indígena como mestiza. Así lo señala en la presentación Jacques Garlinier, etnólogo francés quien desde hace cincuenta años ha dedicado sus investigaciones al mundo otomí de la Sierra Madre Oriental y que es considerado una eminencia en el tema. Garlinier también destaca el valor de esta investigación coma la oportunidad de conocer la “vida nocturna” de los campesinos como una forma de adentrarnos más en su mirada y su experiencia de vida en una región que solo puede describirse como paradisiaca.

La publicación apareció recientemente gracias a la edición por parte del Instituto Humboldt de Investigaciones Pluridisciplinarias en Humanidades A.C., establecida en Ixmiquilpan; la asociación alemana Ánimo e.V., Asociación para la comunicación intercultural con México; el Colegio del Estado de Hidalgo y la Universidad Intercultural del Estado de Hidalgo y está basado en el trabajo de titulación de Caro Sevilla como licenciado en Legua y Cultura.

Víctor Manuel Caro Sevilla nos regala pues un libro extraordinario de interés académico pero también un libro para aquellos lectores interesados en conocer más de las tradiciones y la cosmovisión de  aquellos que sabiamente creen que el bienestar y la integridad del cuerpo dependen de la relación con nuestros ancestros.

El sangriento parapeto de la guerra


Foto: plumasatomicas.com

De niño crecí pensando que solamente viviría veinticuatro años. Era esa la edad que cumpliría en el dos mil, año en el que se decía se terminaría el mundo. Al llegar a la ansiada juventud y una vez obtenido una llave de la puerta de mi casa, que para mí se traducía en el permiso de mis padres para volver tarde o no volver, la certeza de una vida corta se transformó en mi licencia para darle vuelo a la hilacha. La hilacha se desmadejó en interminables noches de excesos y escritura, mujeres y desilusiones. Sin embargo, conforme me acerqué a la fatídica fecha la seguridad del fin inminente se fue diluyendo hasta desaparecer por completo. Tal vez, conforme los noventas se acercaban a su fin lo que se presentaba ante mí era un futuro consolidado en la oportunidad pero también en las exigencias, siempre con un as de desencanto bajo la manga. Mi cumpleaños 26 de tomo por sorpresa. Debo confesar que con cierto enfado me di cuenta en ese momento que viviría mucho más.

Esta última sensación aparece en mí cada vez que en el ambiente mediático aparecen noticias apocalípticas, ya sea con una fecha dictada por un fanático como límite para la civilización o bien, una hecatombe, ya sea bélica o ambiental, que pudiera borrarnos de una vez por todas del planeta. Es como si estuviera seguro de tener la corazonada adecuada cuando alguna de estas noticias fuera cierta y volver a la certeza infantil del fin del mundo; como se sabe, nadie verdaderamente sabe cuándo ocurrirá.

Sin embargo, durante los últimos días las noticias de la muerte del militar iraní Qassem Suleimani despertó las alarmas de los estudiosos de la escatología pues los miembros en conflicto han sido señalados como los protagonistas primordiales que desencadenen el fin de los tiempos. Si bien el asesinato ordenado por el presidente Trump tienen todo el sello alevoso y perverso de los gringos, a botepronto parecía solo una argucia de empresario que ocupa la Casa Blanca para evitar que el proceso de destitución (sé que no suena tan dramático como “impeachment”, pero es castellano) emprendido por el congreso norteamericano lo enlistará junto a Nixon en la lista del ostracismo histórico; ningún presidente ha sido destituido o ha perdido una reelección estando los Estados Unidos sumidos en un conflicto bélico. Pese a esto, el suceso nos tuvo con el alma en un hilo en las siguientes horas, sobre todo cuando se fue dilucidando la importancia del personaje muerto en la geopolítica del Medio Oriente y la heroicidad que se le asignaba a su imagen popular. El siguiente movimiento tenía que ser la venganza iraní y según su tamaño designaría el sentido de mi corazonada apocalíptica, la cual a decir verdad sí me estaba preocupando.

Al cabo de unas horas la instrucción del Ayatola fue vengarse a manotazos; un ataque descuidado, sin tino, con misiles a la base militar norteamericana más grande en Irak, la cual, sobra decirlo, no causo bajas ni daños considerables. Resulta extraño que, el único ejército de la región que ha logrado hacer frente y derrotar en varios frentes al ISIS, tuviera un actuar tan poco efectivo, ¿o será el objetivo era precisamente “no darles”? Así parece. La vuelta de tuerca para que mi corazonada apocalíptica diera un giro al dial y se posicionara en la corazonada de la rabia fue la manera tan mansa de la respuesta del gorila de cabello naranja (creo que nunca se le había visto tan calmado).

La respuesta de Trump resultó solamente en sanciones económicas, incluso con la esperanza (lo cual por supuesto que no está mal) de tender la mano al contrincante en turno para buscar soluciones al conflicto, eso sí, sin esperanzas de que desarrollen armas para defenderse. El puro estilo gringo. Lo que está mal de todo esto es que se confirma que los sucesos de la primera semana del año no son otra cosa que un montaje, que ha cobrado vida humanas por supuesto, para que el presidente evada el juicio político y para atar de manos al segundo país más importante en la producción de petróleo del mundo, con un objetivo claramente económico (otro rasgo inequívoco del actuar norteamericano).

Lo que vimos fue pues, una escena más del macabro monólogo (asistido) con que los gringos controlan el mundo.

viernes, 3 de enero de 2020

Lo que nos dejó el diecinueve


Continúo con la baraja, desordenada, de temas que despertaron el interés colectivo y personal en las ultimas semanas del ya pasado año y que he tratado de deshilvanar en las dos últimas entregas de esta columna, esperando de corazón que usted, apreciado lector, haya pasado una buena temporada de celebraciones y que la cruda, etílica, personal o financiera, le sea lo más ligera posible. Sigo.

Cuatro: “Arte-banana”
Al principio parecía un chiste, por supuesto, un mal chiste; un plátano pegado a la pared con un trozo de cinta autoadherible color gris (mi hermano menos tenía un grupo de rock que se llamaba así, “Cinta Gris”), declarado por el autor como una pieza artística se vendió en algunos milloncejos de dólares. Ver para creer. Que un trozo de basura, o algo que esta próximo a serlo, sea considerado como arte no es nuevo, lo que es nuevo es la cantidad de dinero que alguien pago por ello y que esto determine no sólo el merado del arte, sino el tipo de arte que se produce en este siglo que ya alcanza la veintena. Peor aún, las personas que fotografiaban con sus teléfonos móviles la “pieza” como si en verdad estuvieran ante una obra de arte. Sin embargo, lo único rescatable del episodio es que nos confirma que, a pesar de todo, seguimos conservando nuestra capacidad de asombro.

Cinco: mantener el foco
El año que se extinguió anteayer fue sellado por el descontento y la protesta de las mujeres. Cansadas de ser relegadas históricamente y violentadas sistemáticamente, alzaron la voz. En su desesperación por ser escuchadas y respetadas cometieron desmanes que distrajeron la atención pública y que minimizaron, en la mayoría de los análisis acerca del tema, la gravedad de su situación. Sin embargo, sentaron las bases de algo que deberá evolucionar de manera más ordenada en este veinte veinte (por cierto, la RAE dice que no se dice así, sino que lo correcto es decir “dos mil veinte”) y que merece la pena que impulsemos todos a través de revisar y entender el nuevo juego de roles que se nos esta presentando como parejas, familia y sociedad, siendo empáticos y anteponiendo ante todo el respeto. Todas y cada una de Ellas tiene el derecho de vivir en un país donde su vida no corra peligro solo por el hecho de ser mujeres.

Seis: nuevos presupuestos, una luz
Después del vapuleo incoherente y desarticulado por parte de las instituciones federales contra el ámbito cultural, una buena noticia. El presupuesto en el sector para este año que arranca tuvo un leve aumento de un poco más de 473 millones para quedar establecido en 13 mil 367 millones 480 mil 531 pesos, lo que da un respiro a las instituciones culturales. Sin embargo, hay que recordar que a la estructura de la Secretaría de Cultura del gobierno federal se ha adjuntado el Centro Cultural los Pinos y que los incentivos fiscales rededor de cultura fueron removidos; estas variantes pueden jugar en contra del desarrollo cultural este año. Para la Ciencia también se consideró un aumento de un poco más del 3%, dando también aliento a propios y ajenos. Algo similar ocurrió en el rubro de Deporte con un aumento de más de 300 millones de pesos. ¿Esto es una muestra, mínima, pero al fin muestra, de que el presidente comienza a corregir su actitud de desprecio ante la cultura, la ciencia y el deporte? ¿Al fin tendremos “proyecto”? Ojalá.

Siete: siempre buenos deseos
Antes de terminar reitero mi deseo de que usted, querido lector, vislumbre esta nueva cuenta de tiempo como la posibilidad de vencer los augurios pesarosos y que conserve siempre el entusiasmo por mejorar el ambiente en donde desenvuelva su vocación y su afecto. Que el Señor le traiga luz y abundancia y que, de vez en cuando, tenga el tiempo y el ánimo de asomarse a este espacio de intereses polimorfos, en ocasiones monstruosos, pero siempre bienintencionados. Salud por el nuevo año.