Emiliano Páramo
Cuando Felipe Calderón se encontraba en campaña, se anunció que
nuestros vecinos del norte planeaban construir un muro a todo lo largo
de nuestra frontera común. Felipe, mostrenco y badulaque como lo
conocimos en su paso por los pinos, dijo en uno de sus actos
proselitistas, creyendo sonar nacionalista y atinado: yo le digo
desde aquí a los americanos, que no gasten tontamente su dinero en
muros, que de todos modos los vamos a seguir brincando… Y sus
seguidores aplaudieron, sin meditar lo que este señor había propuesto
emocionado: brincar el muro era la solución que ofrecía para el problema
fronterizo y el rezago en materia de empleo en todos los rincones de
esta patria que tanto dolor nos ha hecho almacenar desde su historia
reciente.
Yo nací en el Valle del Mezquital, una de las zonas que
más brazos exporta para el gabacho. Mis hermanos, que son muchos, pues
mi padre fue pródigo en sus quereres, casi en su totalidad han sido
todos migrantes. De Colorado a Wisconsin, mis carnales han encontrado
algún lugar para alquilarse y ayudar a que la historia familiar se
cuente con menos necesidades económicas, con menos apuros, pero eso sí,
con mucha ausencia.
La pobreza que le tocó ver a mis ojos de niño,
en aquella lejana década de los setentas, hoy ha cambiado de rostro: si
ustedes se dan una vuelta por las calles mi tierra, verán que en
algunas manos, los billetes van y vienen de un modo hasta insultante
para estos tiempos arrodillados, desde los que con la esperanza
dolarizada, nos crece soterrada la andancia vil de una pobreza con cara
de “falta de madre”, porque la necesidad ahora también la cargamos en el
alma, y habita la casa donde escasea papá, mamá, hermano y los besos
que la partida puso en calidad de pendientes no cumplidos.
Hablar
de los que se van, es siempre una aproximación a la tristeza, y digo
tristeza porque ¿quién podría decir que la migración está sostenida en pilares de oro y plata?
La migración le ha alterado la imagen a nuestros pueblos a punta de
remesas, y es actualmente la segunda entrada más importante de divisas a
nuestro país, apenas debajo del petróleo, pero como los hidrocarburos
nacionales se han puesto en oferta, tal vez algún día la migración se
convertirá en la base nacional que sostendrá sobre la ausencia, la
triste realidad de un México donde sus hombres y mujeres tienen que
salir a buscar en el norte, la mano de un padre los desconoce en medio
del desahucio.
Ayer, dice mi vecina, se fue m’hijo, ayer… Y qué
importa la fecha… Todos los días en que alguien se va, son el mismo; son
un día como ahorita, porque hoy también nos duele la necesidad que se
sacia cuando la panza y el corazón se encuentran en la santa paz del que
come a sus horas, y del que tiene para amar cuando hace menester el
hambre que habita los territorios de lo humano.
La desmemoria es a
un tiempo síntoma y enfermedad de los que desconocen, como desconoce el
perro de la casa cuando muerde la mano del que lo ha cuidado, porque
entre las raíces y las alas, los apetitos nos fundaron falta de espejos,
en pos de ventanas abiertas a la deshora de no saber cómo llamarnos. El
olvido es la impronta de la muerte, de la caída desde la que nuestros
muertos encuentran la mesa vacía, cuando vienen a nombrarnos, y nosotros
ya no podemos reconocer la invocación, porque hoy decimos yes, jelou, y fokin la puta moder, cuando nos adosamos al relego.
En
estos tiempos que tanto se habla de los migrantes, no basta sólo con
calentarse la boca en el tema, no es suficiente con hacer canciones,
nunca alcanzarán los libros para fundar la patria, si no nos ocupamos de
levantar en las comunidades, motivos para el regreso, razones para
cancelar la partida y la escupida al cielo. Hoy, hablar de la migración,
es a un tiempo una epopeya de abandono y desamparo, donde parece no
haber más norte que aquel donde los ángeles son verdes.
De
tragedia, en México, estamos hasta la madre, por eso queremos la medida
de nuestros mejores sueños como sino para el primer surco de la milpa de
nuestros pasos, para que los demás sigan el trazo de una vida que se
parezca mucho más a lo que nuestros ojos miran, cuando miran con fe, la
mesa de mañana. Nuestro papel, como hijos de esta tierra que reclama
puños en alto, deberá estar en nuestros corazones y en el trabajo diario
por construir una patria donde sus hijos nunca tengan que irse a
caminar con dolor caminos extraños.
Desde aquí, me permito creer
que juntos vamos a cambiar la vida a golpes de amor, porque eso es lo
mejor que podemos hacer. Hoy que nos faltan mucho más que 43, y en el
campo lo sabemos muy bien, ya no es hora ni de caudillos ni de
mártires, quizá ha llegado la hora de que todos seamos consuelo y
dignidad para todos, y que cada cual cultive apasionadamente su milpa y
florezca, y avise a los demás que no deben abrumarse, que esto entre
todos lo vamos a cambiar.
Ojalá que nada nos haga renunciar a
nuestro ombligo, que la migración sea sólo la ocasión de abrir las
ventanas, pero que siempre mantengamos un pie en nuestra matria,
haciendo tierra y recordando el polvo del que estamos hechos, y que ahí
en ese polvo, siempre seamos capaces de reconocer un espejo donde el que
aparezca, se parezca siempre al que un día nació bajo el signo de estos
cielos inmensos del campo mexicano. A los señores de arriba, sólo les
digo que no pasarán, porque en nuestra canasta básica podrá faltar la
carne, pero sobran los huevos…
Jamädi…
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