Emiliano Páramo
Aidée Cervantes
Aidée es
periodista y poeta. La conocí hace relativamente poco, pero desde el principio
me llamó la atención la enorme carga de lo que algunos llaman “buena vibra” con
la que asiste a sus días, y aunque para algunos, ese dato tal vez no aporte
mucho al oficio de las letras, yo siempre estaré interesado en lo que alguien
así tenga qué decir. Pero Aidée es mucho más que una buena persona escribiendo;
es ante todo una mujer a la que la pasión se le desborda hasta el poema, y sus
letras son ardientes, desesperadas y cargadas de la humedad que deja rastros
sobre la piel, cuando se ama. Su poesía tiene la doble virtud de ser impecable
por sus formas y deleitosamente transgresora por sus fondos. Cuando pienso en
los poemas que le he leído, los imagino en la mesa del lector consumado, junto
a los de Margarita Michelena y la “Nana” Castellanos; pero no sólo ahí, sino
también en manos de hombres jóvenes, de muchachas enamoradas, de señoras que
van por sus hijos a la escuela, urgiendo para que una poeta como Aidée, ponga
en palabras el saldo de sus besos. Yo por lo pronto, esta noche le voy a
plagiar un par de líneas, para intentar abrir las ventanas de un amor arrodillado
en el que pendo, mientras amo “con alevosía”.
Ramses
Salanueva
El maestro
Salanueva es un Uema. Nació en Actopan,
una ciudad donde es obligado ser poeta, si se pretende aventurar la vida. Mi
primer encuentro con él, ocurrió en 1994, en un festival en su tierra, que
también es la mía. Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos…
Sin embargo, con los años, y la experiencia que a trompicones nos da la vida,
hoy su poesía es también un Uema. Fue director de las
jornadas culturales Efrén Rebolledo, y con esa consigna, trajo de vuelta a
tierras mezquitalenses, la sangre que por Noruega se le quedara a nuestro
ilustre bardo actopense. En ese viaje para conocer a los descendientes de
Rebolledo, Ramsés escribió un libro del que apenas conozco lo que leyera en una
ya muy pasada feria del libro, pero juro por mi madre, bohemios, que pocas veces
he asistido a una lectura tan alta en estas tierras donde
nos crece soterrada la andancia del olvido. El libro se llama
“Cuaderno para estudiar el viaje”, pero yo lo recordaba como “Cuaderno para explicar el viaje”; ¿será tal vez que de
la poesía de Ramsés, me urge más lo que de la vida tenga para explicarme? Sé
que no me equivoco: Ramsés es un gigante. Podría enlistar varios logros y
membretes del poeta, pero sólo agregaré que Ramsés es un hombre; nada más, pero
sobre todo, nada menos…
Abraham
Chinchillas
Por pura
casualidad, Abraham nació en la Ciudad de México, pues su nacionalidad
pachuqueña es una impronta irrenunciable, desde la que su pluma se levanta como
una de las imprescindibles para explicar las letras de este siglo en Hidalgo.
Lo conocí hace varios años en mi pueblo, donde junto a otros entrañables de la
literatura pachuqueña, presentaba una antología poética editada por el
ayuntamiento de esta ciudad. He contado esa presentación muchas veces, porque
sin duda, es una de las mejores de las que he sido testigo. En esa ocasión
mostró el “domi” de “Perro que huye”, un libro hoy agotado, que a mis ojos es
preciso volver a editar. Abraham escribe sobre las cosas para las que muchas
veces nada alcanza, si intentamos sobrevivir como si el amor bastara; como si
fueran suficientes las marcas en el pecho, para encontrar una ciudad donde
levantarnos del naufragio sea posible. Abraham es de mis poetas favoritos, y
“Perro que huye” es un libro que espero vuelva a circular muy pronto, porque a
mí también “me duele el hueco en el medio del pecho, donde embona el corazón
que se llevaron los labios” de una mujer que se fue sin previo aviso. Abraham
Chinchillas es un chingón…
Jorge Skinfield
Conocí a Jorge primero como teatrero, después como
cuentacuentos, y ahí, desde ese oficio de señor de la palabra en voz alta,
conocí al poeta, aunque no escribe sólo poesía, sino también es un delicioso
narrador que desde sus cuentos nos entreabre la puerta de su intimidad para
mostrarnos a un pachuqueño apasionado por aquello con lo que un hombre se rinde
o se levanta, según venga la vida.
El gran escaparate de las redes sociales, me ha
permitido leerlo casi a diario, porque venga como venga la vida, el buen
Skinfield nunca deja de abrirse a las musas, ni las musas a él. La palabra se
le ha vuelto vocación y destino, y desde ese sino, desprovisto (y qué chingón)
de los caireles propios de la academia acartonada, pero con pluma certera,
estoca con urgencia lo que en el corazón le bulle.
Jorge es sin duda una especie de cronista muy humano
de esta ciudad pachuqueña, pero nuncamente desde la historia
oficial, sino desde lo humano y lo terrenal. Sus cuentos “tiran barrio”, son
ley y detallan con “ardiente impaciencia”, amores y deshoras que a muchos nos
fundan espejos y caguamas. Su poesía, espero alguna vez oírla perifoneada por
las calles de esta airosa capital, que ojerosa y pintada en tuzobuses, pintada
en las paredes como “acción poética” signando los amores de la gente que pase y
se mire en ellas. Lo espero así, porque estoy convencido que cuando los poemas
de Jorge pasen de mano en mano, terminarán de boca en boca por los rincones más
íntimos de esta ciudad arrodillada. Yo pienso que si alguien puede llegar a ser
el poeta que nos nombre en Pachuca, ese es el maestro Skinfield; por eso y
mucho más, desde esta columna, lo urjo a publicar en físico su palabra. Cuando
eso suceda, yo pondré un 12 de caguamas para brindar por la poesía de un
chingón con apellido de abolengo platero, nombre de santo que ya no es santo, y
corazón de caballero andante; el soundtrack correrá a cargo de José Alfredo,
Daniel Santos y José José. Salud…
Myrna Vargas
En la fosforescente década de los ochentas la conocí;
fue mi compañera de grupo, y para entonces ella ya se movía como pez en el
agua, por los lenguajes de la danza, la música y el teatro. Myrna es sin duda
un referente obligado en la escena artística de Hidalgo, y no sólo como
ejecutante, sino también y de manera ejemplar, como creadora y docente;
recientemente recibió un reconocimiento por sus años de servicio frente a grupo
en el instituto de artes de la UAEH. Varias generaciones han abrevado del
caudal que en ella rebosa; su mano se nota en la carrera de sus alumnos, pues no
sólo transmite conocimiento y disciplina, sino la profunda pasión con los que
asiste a sus oficios luminosos, en los que Myrna es una chamana mayor.
Siempre supe que detrás de sus espectáculos estaba su
pluma, incluso la sabía autora no sólo de la música sino también de la letra de
varias muy buenas canciones, como “La verde palma”, con la que obtuviera un
importante premio en un certamen nacional, hace algunos años. Pero hasta hace
relativamente poco, conocí su extraordinaria obra en verso. Myrna se ha nutrido,
gracias a sus afectos, de una hacienda enorme y multivocal de influjos, desde
donde la poeta que la habita, derrama sílaba a sílaba, las rimas y figuras con
las que se puebla de duendes andaluces y pachuqueños, cargados de bendita
negritud. Sus raíces son un sello sobre su corazón, una
marca sobre su brazo y los signos de la sangre que la mueve; y esa
misma sangre, se le pone en el papel como tinta gozosa, con la que décimas y
coplas toman vida, porque su palabra carga vida en abundancia. Lo digo así,
pues sé muy bien que el poeta comparte con el “señor y la señora que nombraron
las cosas”, la tarea de poner nuevecito el mundo, cada vez que amanece tierra
adentro y sobre las aguas grandes de donde vino la voz.
Myrna ha grabado algunos discos, varios de sus
espectáculos han encendido los escenarios aquí y muy allá, pero sus versos sólo
nos han llegado desde la oralidad. Desde aquí, y con amoroso reclamo, la urjo a
publicar para compartir la palabra con el respetable que ha aplaudido muchas
veces su canto y sus alquimias.
Jamädi…
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