Emiliano Páramo
En la primera foto que vi de Ángel Díaz, aparecía su gemelo solemne: un poeta de traje y anteojos leyendo circunspecto su poesía frente al respetable de algún centro cultural de los que pululan en la ciudad capital. El día que lo conocí en persona, gracias a nuestro amigo en común “eL eNe”, me di cuenta que afortunadamente, el “disfraz” que usó en esa lectura, no era sino su atuendo de burócrata con el que asistía para ganarse la vida a una oficina pública de este “país público”. Ángel Díaz, el poeta, es esencialmente humano, demasiado humano, en el más alto sentido de la palabra, por lo que la poesía se le yergue como destino irrenunciable. Es también un “bohemio de afición”, como dice la rola, que paladea más allá de sus versos, una vocación ineludible por el humor negro y el bullying verbal, que lo hace una romería de palabras por donde quiera que vaya. No para de reír, de reírse y de hacer reír a los que lo acompañan; sin embargo, sus poemas son agudos, duros y hasta dolorosos.
De la vida y del amor vienen sus versos, pero del desamor se nutren poderosamente. Me pregunto si a veces, el poeta no es una especie de faquir que va por el mundo escribiendo sobre una laja ardiendo, para signar su condena a vida, desde el multiforme hado que les trazó un dios enojado y rencoroso arrojado del Olimpo.
Cómo es que este bromista consumado, es al mismo tiempo el lastimero y sentencioso escritor que hace una apología desnuda del fracaso y nos pone frente al espejo que es al mismo tiempo una ventana abierta al día a día de un hombre que simplemente se ha dedicado a esa dura tarea que es el acto de amar.
Siempre pierdo algo notable:/una cita con esa chica fácil/(que además paga las cervezas),/las primeras líneas de un poema/que nunca logro recordar,/un diente de león que se rompe y vuela/igual que las promesas que le hice/a otros amores…
Un hermoso poema de Rubén Bonifaz Nuño dice: Para los que llegan tarde a las fiestas… para esos escribo. Ángel dice: Siempre llego tarde a los sitios importantes/para evitar la pena de encontrarme/con el tipo amable que solía ser… Me queda claro que él se mira como uno de estos que llegan ávidos de tiernas compañías,/y encuentran parejas impenetrables/y hermosas muchachas solas que dan miedo/—pues uno no sabe bailar, y es triste—… Aunque seguro su código postal debiera haberlo consagrado como alma de la fiesta, pero llegó tan tarde que ya sólo le tocó ron barato y mujeres ajenas que llevaban horas bailando, y endulzándose el oído con las palabras falsas de otro poeta con más habilidad para transitar acompañado la condena a vida.
“Escribo para no asfixiarme; pongo puntos suspensivos a mis líneas, firmo con sangre y nunca le apuesto a un punto final…” Así define Ángel su oficio; le llamo oficio sin duda alguna, porque en su caso, ejerce con las palabras, desde su profesión de fe, una faena similar a la del agricultor o el carpintero, donde el producto de sus manos, sirve de alimento y resguardo, aunque la dieta incluya cicuta y miel; aunque el reguardo lo rodee de conjuros para convocar la soledad tan desolada de la que hablara Benedetti.
Para muchos su mejor poema siempre será “Pepe Pecas”, para otros “Cuando la luna apagaba tus labios”. Dos formas de concebir historias, dos ángulos; el principio de sus más intrincadas convulsiones. En el primero retoma la copla de una vieja tonada popular y el personaje común de los versos dichos en un trabalenguas tradicional, para construir un cacofónico juego verbal en el que construye una historia entre el placer del pecado y el vacío que deja en el alma la necesidad de salir a buscar espejos por la ciudad, mientras en casa, abundan los filos.
“Hace tiempo encontré vestigios de nosotros…” Se identifica como un toro salvaje cuando enfrenta la hoja en blanco. Pero creo que nada es más salvaje en la poesía de Ángel, que la poesía misma, desde la posibilidad del reflejo de sí mismo, del terciopelo hasta la daga cargada.
Los poetas son una fauna rara que han aprendido a volar entre flagelos. Ángel sabe muy bien de dónde viene cada una de las palabras con las que intenta definir sus horizontes. Hoy, se encuentra publicado en las antologías del taller al que asiste, y escribe para vivir, porque sin poesía, la vida no tendría definición posible; el amor tampoco…
Jamädi…
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