martes, 22 de noviembre de 2011

Conversaciones sobre "La tristeza de Papá Sabino"

Juan Galván Paulin



… mirar el Valle a través de La tristeza de Papá Sabino[1], caminarlo, ser en él; verbos que nos internan al emblema de sus mezquites, al ámbito de una realidad espejo donde el salitre en las huellas, en paredones, en la tierra es la cuenta de los años de una miseria vergonzante, de un dolor que si no se nos contagia y supura tornará ficción, discurso hueco que convierte en sombra esa soledad señalada a la distancia por jacales siempre ruinas, por el paisaje en el lento perseguir de una mujer atrás de su rebaño –flagelante que recoge breñas, leños para encender el hogar, solitario comal para las tristezas-, en los hombres enjutos engañando con su sombra y sus hoces a la canícula, marcados del rostro por arrugas de las incineraciones de un año y otro más hurgando calicheras, pedregales, y así tener donde posar las calladas lágrimas del alma, la rabia del aguardiente, el taciturno sueño embebido en pulque… el paisaje en este Valle es una procesión en jaculatoria con el espantajo de la modernidad irrumpiendo harapos, que lleva al funeral como última jornada de una agonía cotidiana vivida así, con el gozo de saber que la vida es una letanía de sobrevivencias, una ritualidad que inicia al amanecer al persignarse y llega a la extremaunción de cada día; aquí el polvo es una investidura, un bautismo que unge los cuerpos para la leyenda de sus victorias sometidas y zurce cada andrajo a la piel, como nombres sellados al nacer y pronunciados en rezo para conjurar la vecindad de la muerte: Donde Dios puso el olvido derramado en pueblo,/ donde hace valle y dolor es más que una tonada urgente/[…]/Lloramos este abandono,/ la oscura letra y los mercantes que volvieron al templo(p.15)… caminar el Valle es mirar la tortura de una carne que desangra su desasosiego a la sombra de los mezquites, que la renueva a fuerza de oblaciones y siempre queda avejentada en la sonrisa de los niños, solo hipotecada por el hambre: Tu nombre se va quedando/ así como la esperanza,/ así como la plegaria en las paredes nuevas (p.11)… mirar el Valle es saber que los fantasmas regresan a visitarlo desde Texas, los Ángeles, que son y con ellos traen sus muertos; largos viacrucis a la zanja anónima, al quebrantahuesos agazapado en cualquier camino: Un hermano está preso en Brownsville;/ no le dan tortillas para comer./ No sabe cómo llegó ahí,/ ni dónde quedó María Santísima./ No se enteró que mi papá cayó en la milpa,/ sólo sabe que no lo verá morir (p.17)… mirar el Valle es entenderlo en trance una posesión, rictus de profeta donde las palabras que vagan en cada choza cobran sensualidad y la convierten ternura de cardones y biznagas, de corretear de niños y celo de muchachas: púas para descoyuntar las pesadillas, deseos que nutren las plegarias silenciosas de esa sarmentera de hilanderas de ixtle; brujas antiguas, sus espectros han hechizado el destino para que funde manantiales, tan secretos como sus sexos plenos de mar y nacimientos a pesar del veneno que lo aciago ha tejido para el hombre: El único lecho;/ no hay más,/ comienza en las manos de Dios que te dibuja,/ en este acto de redención que es tu entrepierna,/ en esta queja de amor y mis palabras/[…]/ cuando la media luna me anuncia desahuciado (p.17), dice Venancio Neria Candelaria en La tristeza de Papá Sabino, y se acerca también al lirismo desgarrador de “Las nanas de la cebolla” de Miguel Hernández, cuando del fondo de un medio día bajo el sol a plomo y con la garganta tiesa de guardar el llanto eleva un canto para arrullarnos: Mi criatura es la flor de ya xaxni,/ anda sobre la tierra revuelta del Valle/ y es amigo del conejo y del señor culebra./ Un recodo de pájaros tiene en su cara,/ dos piedritas de río mojadas,/ piel de cántaro recién llenado/ y media luna de primeros dientes (p.17)… caminar el Valle es saber que aquí también se yergue, vigía del límite entre la sed y la vida, una virilidad alerta al paso del tiempo: el Sabino se alza como faro para guiar, en la inmensidad estelar de tanta aridez, hasta la fuente de agua; con su corteza rugosa como piel de saurio y sus ramas lluvia verde para los susurros, es un eje mediador entre la canícula diurna y la noche calcárea, ese ciclo en el que la existencia de los hombres de este Valle se convierte leyenda y eucaristía; el sauce es un axis que delimita más allá de sus raíces, más allá de su pesada red para atrapar el viento el territorio donde lo seco y lo húmedo son esperanza para la germinación; tristeza él mismo pues es imagen y testigo del desamparo de estas lindes y sus pobladores, que Neria Candelaria conjugándola con la mezquitalera convierte en metáfora del dolor de un pueblo, pero también del propio, del personal: el Sabino del mezquital es aquí un padre erguido a mitad de la desgracia que, hierático, quiere conjurarla a golpes de estoicismo; un padre a quien la evocación logrará siempre su presencia, invocarlo para que defienda las últimas astillas de la esperanza y derrote el miedo de morir derrengados después de caminar un laberinto de senderos; el Sabino a mitad del páramo somos nosotros y los que rezan por nosotros: Larga un río de aguas negras,/ que bañan al señor Sabino./ Señor alto de barranca honda/[…]/ ¿A quién santiguas en la lengua vieja? (p.45)… la de Neria Candelaria es una poesía que relata en su desamparo la sobrevivencia y la entiende en cada habitante del Valle, perennidad de ojos abiertos a lo funerario, que asalta siempre aquí y sin sorpresa: Amanecí con muerte,/ en las vísperas de tu tristeza/ Papá Sabino;/ entonces,/ ¿cómo le hago para llevarte mis ojos,/ si se me han ido de llorarte en el repecho? (p.42)… La poesía de Neria Candelaria en La tristeza de Papá Sabino, es una paradoja en la que toda semilla florece en redención de la memoria, anhelo siempre en vilo, gozo que por efímero se vuelve eterno en su deseo –eso es el dolor, la herida ya hecha por lo que promete venir y no adviene-… paradoja porque puede creerse que una poesía que describe lo yermo se adjetiva de lo estéril; no es así; el desierto es un mar, no es antítesis de lo fértil, sino útero dormido, pleno y hambriento; y en este desierto que es el Mezquital, en su mitología de tierra baldía tiene lugar esa comunión entre el Sabino, que es la vida en su anhelo, y la calichera, polvo aciago de canícula, pesadilla con la que amanecemos yertos: Eres la flor del xaxni, de la palma;/ eres un manantial de agua del cielo/[…]/una aurora dulce que instiga tu pelo/[…/ Sombras del temporal;/ arrecia el viento que viene del cerro,/ y yo con mis muertos esperando (pp.54-47)… La tristeza de Papá Sabino es también una constelación de murmullos y gemidos –canto de plañideras, de monjes en Tenebrae-, gritos que el Hñähñu calla para no distraer la progresión del destino y su cumplimiento en una duración, que es vida que debemos comprender santificada: Volveré al mezquital, a la memoria,/ a la capilla donde el santo fijo,/ asomándose un ratito de la Gloria, recibirá con un abrazo a su hijo (p.54)… y es santificada porque, poseedora de las cualidades del mezquite y del Sabino, se ha calcinado, como sucede en la poesía de Neria Candelaria: un desollamiento en el que la existencia adquiere una piel que permite resistir días y años la sed, una pobreza que debe avergonzarnos… mirar el Valle, caminarlo, ser en él a través de La tristeza… es peregrinar al fondo de las cicatrices que la canícula eterna y la noche de paisaje como osamentas ha dejado en los rostros Hñähñu, para que podamos abrazar el sentido de la condición humana, y así reconocer quiénes somos…



La Sauceda, Metepec. Noviembre 2011.









[1] Venancio Neria Candelaria. La tristeza de Papá Sabino. Albatros PRESS, México, 2011

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