Margaret Atwood
No hay nada que temer,
es sólo el viento
cambiante desde el este, es sólo
tu padre el trueno
tu madre la lluvia
En este país de agua
con esta luna beige húmeda como un hongo,
sus muñones ahogados y largos pájaros
que nadan, donde el musgo crece
sobre todos los costados del árbol
y tu sombra no es tu sombra
sino tu reflejo,
tus verdaderos padres desaparecieron
cuando la cortina cubrió tu puerta.
Somos los otros,
aquellos provenientes de la profundidad del lago
quienes estamos sigilosos junto a tu cama
con nuestras cabezas de oscuridad.
Hemos venido a cubrirte
con lana roja,
con nuestras lágrimas y susurros distantes.
Sucumbes en los brazos de la lluvia
la fría arca de tu sueño,
mientras nosotros esperamos, tu noche
padre y madre
con nuestras heladas manos y el destello de la muerte,
sabiendo que sólo somos
la oleada de sombras arrojadas
por una vela, en este eco
que escucharas veinte años después.
No hay nada que temer,
es sólo el viento
cambiante desde el este, es sólo
tu padre el trueno
tu madre la lluvia
En este país de agua
con esta luna beige húmeda como un hongo,
sus muñones ahogados y largos pájaros
que nadan, donde el musgo crece
sobre todos los costados del árbol
y tu sombra no es tu sombra
sino tu reflejo,
tus verdaderos padres desaparecieron
cuando la cortina cubrió tu puerta.
Somos los otros,
aquellos provenientes de la profundidad del lago
quienes estamos sigilosos junto a tu cama
con nuestras cabezas de oscuridad.
Hemos venido a cubrirte
con lana roja,
con nuestras lágrimas y susurros distantes.
Sucumbes en los brazos de la lluvia
la fría arca de tu sueño,
mientras nosotros esperamos, tu noche
padre y madre
con nuestras heladas manos y el destello de la muerte,
sabiendo que sólo somos
la oleada de sombras arrojadas
por una vela, en este eco
que escucharas veinte años después.
Versión de Abraham Chinchillas
No hay comentarios.:
Publicar un comentario