¿Para qué sirven los encuentros de escritores o literarios? No estoy hablando de los festivales literarios, ni de las ferias del libro, mucho menos de las presentaciones editoriales. Hablo de los eventos que son pensados, concebidos como puntos de encuentro para que los escritores podamos descubrirnos. Claro que en festivales, ferias y presentaciones tenemos la oportunidad de charlar con los colegas, escucharlos, nutrirnos de las experiencias que comparten y, en el mejor de los casos, adentrarnos un poco más en la literatura, dicha esta como el arte y oficio de escribir.
Las experiencias que se obtienen en los eventos arriba descritos son distintos si uno es un lector o si además de lector (lo ideal es que los escritores lean, aunque no siempre pasa, por increible que parezca) uno se ocupa en el oficio de escribir; incluso, es posible que uno, siendo escritor, asista a una feria del libro como simple lector; entonces, según la identidad secreta con que nos aparezcamos en los aquelarres literarios, experimentaremos aristas distintas.
Sin embargo, el caso de los “encuentros de escritores” tienen una intención qué va más allá de la promoción del libro o del fomento a la lectura. Claro que son una buena oportunidad para encargarse de promociones y fomentos, pero existe en ellos el oscuro conocimiento de que tal vez no asista publico lector, o al menos no mucho, dejando el camino libre para que los escritores participantes puedan compartir experiencias más profundas según las andanzas particulares frente a la hoja en blanco, la hechura escritural de un libro en particular, las rutas y los atajos para contar una historia, cómo construir a los personajes, cuáles han sido, o no, las experiencias en las que el autor se ha basado para su novela y cómo es que escribir un libro ha transformado al escritor. Esta urdimbre de milagros es el tesoro que uno espera descubrir al asistir a uno de estos encuentros.
Precisamente estos asombros ocurrieron durante el Segundo Encuentro Literario Agustín Ramos”, evento organizado por el poeta y editor tulancinguense Omar Roldán y que contó con el apoyo tanto de la sociedad civil (FUNHDAR y Studio Bar Karaoke) como de la autoridad municipal a través de la Dirección de Cultura de Tulancingo (lo cual significó una grata sorpresa) y que se desarrolló, durante dos días en el Foro de la Escuela José María Lezama convertido ya en parte de la infraestructura cultura y artística de la ciudad.
El detonante del encuentro es la figura de uno de los escritores hidalguenses más importantes y referenciales de la literatura mexicana: Agustín Ramos. Nacido en Tulancingo, ha sido un autor que ha dejado una huella importante con su obra, la cual sigue dando frutos. Poseedor de un estilo particular, punzante e incisivo para retratar la realidad y la historia de un país que se ha transformado lentamente, dando cada vez más, cabida a los reclamos sociales más urgentes y, en algunos casos, construyéndoles soluciones.
A lo largo de todo el encuentro, pudimos escuchar a Agustín leer fragmentos de tres de sus libros: “Al cielo por asalto”, “Ahora que me acuerdo” y “Sonar de letras”, con el complemento de explorar sus mecanismos literarios, anécdotas y el análisis personal que un autor puede hacer de sus propios libros a través del crisol del tiempo. Ramos, compartió con los asistentes (la mayoría éramos escritores) en un diálogo lejano a la cátedra, en su lugar charló con la confianza que da departir entre colegas, escuchando las preguntas, las opiniones y dando reveses que cada uno de nosotros pudo tomar, de manera individual, como consejos para observar en el trabajo literario que desarrollamos en este momento.
Pudimos además compartir las presentaciones y ponencias de una sustancial y relevante lista de autores locales como fueron: Soledad Soto, Ana María Rueda Castro, Irma Morgado, Anuar Jonguitud, Martha Miranda, Juan Galván Paulin, Ricardo Luqueño y quien esto escribe. Además hubo tiempo de recitales musicales e incluso un rápido taller que algunos de los autores presentes tuvieron casi a escondidas con Galván Paulin, además de la visita inesperada de amigos como la editora Noemí Luna y el joven narrador Moisés Lozada.
Al final de cada día, el jolgorio pertinente, la celebración de lo dicho y lo escuchado, la camaradería y la oportunidad de conocer a los oficiantes más allá de la atribulada intimidad del escritorio de trabajo. Ahora que lo pienso bien, los encuentros de escritores son la otra cara de la moneda; más allá de la soledad del trabajo, la coincidencia con quienes compartimos camino y a quienes admiramos.
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