Foto: La entrada de un tren a la estación de Atocha. | Carlos García Pozo
“Un baile de sonámbulos. Todos miraban a la nada” Así describió uno de los sobrevivientes de los atentados a la red ferroviaria de cercanías en Madrid el 11 de marzo de 2004, los momentos posteriores a los estallidos ocurridos en uno de los trenes que en ese momento casi alcanzaba estación de Atocha.
La descripción de las personas que lograron salir por propio pie de las cuatro últimas explosiones de aquella mañana de jueves, es de Antonio Miguel Utrera, un joven que entonces tenía 21 años y que aun cuando formo parte de esa marcha de heridos, portaba en el interior de su cuerpo una serie de heridas que lo llevarían al hospital y pondrían su vida en un peligro; milagrosamente sobrevivió aunque con secuelas físicas que duran hasta hoy.
El conocido como 11M es considerado como el atentado terrorista más grande en la historia de Europa. Aquel día, desde muy temprano, diez explosiones, en un ataque coordinado, sembraron terror y muerte en cuatro trenes de cercanías en la capital de España. El saldo fue de 192 muertos y casi 1900 heridos.
Las primeras tres explosiones se registraron a las 7:37 hrs. en un tren que acababa de ingresar a la estación de Atocha. Ahí, en pleno anden, con los pasajeros descendiendo de su interior, el tren se abrió como una lata por la fuerza de los explosivos dejando treinta y cuatro personas muertas.
Un minuto después, a las 7:30, dos ataques más tenían lugar simultáneamente. Una en la estación El Pozo y el otro en la estación de Santa Eugenia; ambos trenes estaban detenidos en los andenes, en el primero hubo dos explosiones matando a sesenta y cinco personas; en el segundo sólo se sucedió una explosión dejando catorce personas muertas.
A las 7:39, cuatro explosiones detuvieron un tren a la altura de la calle Téllez, casi en la entrada a la estación de Atocha, ahí murieron sesenta y tres personas.
En un primer momento, la condición de al menos unos 350 heridos era muy grave. Muchos de ellos no lo lograron. Sobra decir que las heridas de los sobrevivientes marcaron sus vidas para siempre, dejando a la mayoría de ellos con discapacidades que son un recuerdo abyecto de lo sucedido hace casi veinte años.
La tragedia, cruda en sí misma, derivó en un debate político por la manera en que la versión inicial culpaba al grupo terrorista vasco ETA y dejaba de lado, categórica e insistentemente la posibilidad de un ataque yihadista en venganza por el apoyo de España a los Estados Unidos en la guerra global contra el terrorismo. Aceptar que la autoría era de Al-Qaeda era culpar a Aznar y su candidato presidencial en ese momento Rajoy. Al cabo el manejo de la información hizo ganar a Zapatero con una importante ventaja. Posteriormente, se confirmaría que el origen de los atentados era islamista
Antonio Miguel Utrera, de quien hablábamos al inicio de esta columna, publicó en dos mil veintidós un poemario titulado “Los días jueves”. Ha usado la poesía para sanar las heridas ocultas que portan todos los sobrevivientes, aquellas que laceraron sus almas, pero fortalecieron sus espíritus.
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