sábado, 27 de febrero de 2021

El pacto del presidente, violencia de género

De los muchos desatinos que, con esmero y dedicación, expresa constantemente el presidente Andrés Manuel López Obrador, en los últimos días destaca uno que nos ha dejado helados. La manera en que capoteó el tema “Felix Salgado Macedonio” resultó bochornosa al escupir un “Ya chole.” en una de las mañaneras. Desestimar la gravedad de las acusaciones de violación que pesan sobre la cabeza del ya flamante candidato de Morena a la gobernatura de Guerrero, es francamente ofensivo. Vale la pena aclarar que no se trata de una antipatía política por un partido en el poder o por un ciudadano en particular que busca ejercer sus derechos de participación política. No. El problema, de inició, radica en que ningún partido político debería proponerla a los votantes un candidato o una candidata, cuya calidad moral fuera cuestionable. Nadie es perfecto, por supuesto, pero hay de defectos a defectos. Todos nos hemos equivocado, también es cierto, pero lo presuntamente cometido no es un error sino un delito; de ahí, el único camino posible de redención es la aceptación de las consecuencias, es decir la aplicación de la ley. 

Las acusaciones de violación con que se señalan a Félix Candidato debe ser tomadas con toda la seriedad posible, el delito es grave y no debe ser pasado por alto, ni en su caso ni en el caso de ningún hombre que haya ultrajado a una mujer. ¿Cabe el privilegio de la duda? Es posible, pero mientras tanto la calidad moral del aspirante es más que cuestionable y mejor sería que no fuera candidato; menos aún con el conocido historial de desmanes y escándalos protagonizados por el guerrerense. Sin embargo, Morena determinó que no importaba un candidato amoral siempre y cuando asegure el triunfo en una entidad federativa clave, con miras a la elección presidencial que, aunque aparentemente lejana, debe irse determinando, al menos en el acomodo de las piezas sobre el tablero político.

Hasta ahí, la postura del presidente resultaba incorrecta para su investidura y volvía a dejar un vacío moral en la imagen de Lopez Obrador. Sin embargo, como si esto fuera poco, hace tres días el Presidente aceptó que no sabía a qué se referían, aquellas y aquellos que le exigían romper el Pacto. Su esposa, la Dra. Beatriz Gutiérrez Mueller, le explicó, según cuenta el propio presidente, lo qué significaba y él, con un desenfado que se inmediato se transformó en desfachatez, dijo que el único Pacto que ha roto es el “Pacto por México”, que fue el causante de, entre otros males del sexenio anterior, la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa. ¿Esa respuesta tiene sentido? ¡No! En absoluto.

El presidente no sólo ignora las necesidades de reconocimiento de los sectores más vulnerados de este país, sino que en realidad no le interesan. Su respuesta es oprobiosa y deja en claro que no sólo yerra por ignorante, sino también por indolente. El Pacto, señor presidente, es el pacto de silencio que los hombres hemos establecido, para pasar por alto los abusos de nuestros congéneres machos sobre las mujeres. Significa callar cuando sabemos que un compañero, por ejemplo Salgado que es su compañero de partido, está o ha estado ejerciendo violencia de género. Ese Pacto de silencio debe romperse, no sólo por las voces de las mujeres, sino por las voces de los hombres que debemos trabajar todos los días contra los micromachismos que tenemos arraigados por tradición o por formación. No es fácil darse cuenta de ello, ni resulta cómodo aceptarlos, pero es urgente encararlos e ir transformando la manera en que vemos, tratamos y nos relacionamos con las mujeres. Ese camino es el de la liberación. 

Ignorar y minimizar la petición de los mexicanos que ven en su actitud la preservación del machismo hegemónico es insultante. Descalificar una demanda social que busca dar un paso más en la igualdad de género no es un acto progresista, es a todas luces un comportamiento propio de conservadores (usted que tanto los critica). Peor aún, es, con todas sus letras, un acto más de violencia de género. 

viernes, 19 de febrero de 2021

¿Quién escribe la poesía? 2/3

Sigo con mi dilucidar sobre el acto poético y el filosófico, resultado de lo vertido durante las charlas virtuales del Primer Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía, que por cierto, tuvo el soporte mediático del Fondo de Cultura Económica.

Bernales Albites continúa y aclara nuestro árbol genealógico, dice que somos hijos del discurso y del lenguaje. Nos contagia del neoplatonismo en la voz de Bono y su irredenta One: “Love is a temple, love is  higher law”. La vigencia de la metáfora es evidente. El “uno” es la belleza, la perfección del universo. Nos remite al filósofo francés Jean-Luc Nancy: “En esencia, la poesía es algo más y algo distinto a la poesía misma (…), la poesía podría encontrarse mejor donde no hay poesía en absoluto. La poesía no coincide consigo misma: tal vez esta no coincidencia, esta sustancial impropiedad, la convierte, propiamente, en poesía”

Por su parte, el filósofo y crítico mexicano, Gustavo Leyva Martínez aborda la poesía y el lenguaje. El lenguaje como una articulación de la realidad. El silencio como un sistema de comprensión. El lenguaje es el más inocente de los asuntos y la más peligrosa de las herramientas. El lengua es una revelación, la historia de aquello que existe. Donde hay lenguaje, el mundo de revela para nosotros. Es un acontecer en el interior del cual nos encontramos. Somos un diálogo; el poder escucharnos los unos a los otros. La poesía es una fundación del ser, ligada con la palabra.

Es aquí donde las burdas obligaciones de  lo cotidiano me alienan y aterrizo, azarosamente en la charla del poeta y filósofo Oscar de la Borbolla. Se pregunta, ¿cuál es la actividad más poética, la filosofía o la poesía? Ha habido, desde épocas inmemoriales una especie de pugna entre la filosofía y la poesía, tal vez emprendida por Platón; pone a los poetas en el nivel de los ladrones, los expulsa de la República. Destaca el único beneficio, que para Platón tiene la poesía: su carácter de reforzador de la memoria. Propone que la poesía sobreviva sólo en su función pedagógica. Esto ha causado, desde entonces, una gran pelea entre filósofos y poetas. Sócrates, estando en prisión, la noche antes a tomar la cicuta, escribe unos poemas; porque él había pensado siempre que la filosofía era la actividad más poética. La palabra “poiesis” tienen un enorme parentesco con la palabra “praxis”; una ligada con la otra, dos maneras de referirse a la actividad humana. En la “praxis” lo que predomina es el aspecto productivo al igual que en “poiesis”. La recolección es “praxis”, mientras que la agricultura es más poética porque significa extraer de la naturaleza elementos que por si misma no daría. Ante este matiz lo que incorpora más novedad en el mundo es lo más “poiético”.

De la Borbolla no se detiene y se le agradece que no lo haga. Sigue. Cuando uno compara la poesía con la filosofía encuentra, en primer lugar, que ambas son palabra, formas de discurso. Pero cuando uno va adentrándose en el análisis de ver en qué consiste la palabra filosófica frente a la palabra poética, nos damos cuenta de que el filósofo habla del ser de las cosas, el objeto del que habla son las cosas que han existido siempre; en cambio el poeta, cuando emplea la palabra, habla de un mundo que solamente vienen a ser  gracias a su palabra; es, de hecho, una edificación completa de la realidad. A través del poema uno se asoma a un mundo que es estrictamente la interpretación del poeta, una forma de ver la realidad totalmente generada por la palabra. Pensando en Sócrates, parecería que la actividad más poética es la poesía.

Al comienzo, la palabra filosófica y la palabra poética estaban hermanadas porque no había un campo conceptual. Sin embargo, el poeta busca la manera de referirse a lo singular, a lo que es único y en cambio el filósofo -en el sentido de todo hombre de conocimiento y de ciencia-, lo que anda buscando son los universales; ese famoso orden que supuestamente es la realidad. Oscar de la Borbolla continúa, yo me detengo, por ahora.

Dejó estas profundas reflexiones hasta aquí, al llegar a la frontera tipográfica de esta semana. Seguiré sin duda, compartiendo lo aprendido que es, sin lugar a duda, uno de los gozos más grandes del pensamiento.

lunes, 15 de febrero de 2021

viernes, 12 de febrero de 2021

¿Quién escribe la poesía? 1/3

En mi cuaderno de trabajo se han vertido un cúmulo de notas durante el Primer Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía. La iniciativa fue de Ulíses Paniagüa, joven poeta y narrador mexicano, flamante ganador del XIV Concurso Internacional de Cuento Ciudad de Pupiales 2019, auspiciado por la Fundación Gabriel García Márquez, y que decidió aperturar el falsamente prometedor 2021 con un encuentro de talla internacional y nobles vuelos. Fue así que durante varios días, cuando enero se acercaba a la mitad de su almanaque, un puñado, nutrido y variopinto tanto como excelso y cautivante, fue reunido virtualmente frente a la sorpresa digital de propios y extraños, para hablar de filosofía y poesía. De México, Perú, Colombia, España, y otros lares donde el español es nuestra patria, surgieron las voces que analizaron el quehacer del poeta y del filósofo, si es que no son la misma cosa. Comparto esos apuntes. Tratan de reflejar en esencia lo dicho en aquellas sesiones, pero probablemente, al pasar por mi pluma, sean una versión de aquello, sin que esto vaya en detrimento.

Virginia Moratiel, escritora argentina, nos dijo que el poeta presta su voz a la divininidad, de ahí que no es del todo responsable de lo que escribe. El poeta no escribe el poema, lo hace la poesía. En cada nombre pronunciado se nombra el universo. La poesía hace despertar el espíritu aletargado de la naturaleza. El lenguaje poético es un abracadabra. La práctica poética es una forma de saber a través de los sentidos. La poesía es espiritual, eleva e idealiza las cosas. La transmutación de la poesía es la espiritualización de la vida. Provoca un estado de suntuosidad y plenitud. Reavivar el acto originario de creación hace al poeta y al filósofo, sacerdotes. La tarea del poeta es revelar el caos primordial, la naturaleza de todas las coas. Despertamos por reflexión. Despojarse de la identidad es el principio del acto artístico; la destrucción de fronteras, la aniquilación del ego. Los poetas son maleables por la inspiración. La poesía es la mirada de Dios con su sublime inocencia. El poeta es lo menos poético que existe; es transparente, es pesimista y a la vez enaltece la belleza. Convertir al ser en la misma nada y viceversa.

La escritora mexicana, Brenda Cedillo, por su parte, acotó la poesía como otro modo de saber. Es otra manera de acceso a la realidad: la poesía. Por lo general la poesía es desdeñada sólo como aliteratura. En ese sentido, la realización entre poesía y filosofía parece risible. Esto se basa en los prejuicios sobre la poesía. Pero la poesía nos da el sentido de la vida, como la libertad, la muerte, Dios. Es otro modo de atender nuestra necesidad metafísica. La poesía es como al vino, nos hace ver la vida de otra manera.

El filólogo español, Luis Luna, por su parte, esbozó la poesía como un lenguaje libre. El conocimiento hermético ha sido una base para alcanzar la sabiduría. Conocemos al momento de hacer una lectura inmediata de la poesía para después tener más conocimientos dentro de ella. Recuerda a Borges: la creación de mundos dentro de la poesía; la teología es una especie de literatura fantástica. Insiste con Borges: para él la literatura es la representación del poeta. El fondo de la poesía es inalcanzable al igual que el rostro de Dios. Cuando el poema se escribe deja de ser del poeta y pasa a ser del lector. 

Enrique Manuel Bernales Albiretes, poeta y académico peruano radicado en los Estados Unidos, se pregunta: ¿La metáfora nos ha abandonado? No. Al contrario, la establece como el puente, la interfaz entre la poesía y la filosofía. La metáfora es el átomo del lenguaje figurado, la esencia misma de nuestra existencia. A su memoria viene un titular mexicano que gritaba: “Biden, el león”. La poesía es metáfora absoluta de la vida. El mundo es una gran metáfora. La metáfora es un arma de construcción masiva, yo diría, de desconstrucción masiva. La metáfora es otro mecanismo de conocimiento del universo. Ese universo de Leibniz: es una especie de fluido unitario donde, como en un océano sin límites, todos los movimientos se conservan y se propagan hasta el infinito.

El universo no termina aquí. Seguiré compartiendo estas reflexiones una próxima oportunidad.