Foto: Quadratín Hidalgo
Pasé toda mi juventud y la primera parte de mi adultez queriendo tener una hija. El Creador me la concedió un poco antes de cumplir los 32 años. Fue mi graduación como padre y la consolidación de mi sueño ligero. Sobre todo, porque al tenerla en mis brazos entendí lo difícil que sería para ella enfrentar las circunstancias de este mundo, y sobre todo de este país, siendo mujer.
La Marea Verde acaba de dar un vuelco que impactó
contundentemente a la ciudad de Pachuca. No es la primera vez que los
colectivos feministas se manifiestan en nuestras calles, de hecho, el
movimiento se ha manifestado desde hace muchos, muchos años, alcanzando uno de
pináculos con la conformación del Consejo Ciudadano que hoy rige la ciudad. Tal
vez fue en ese ambiente, en el que las participantes decidieron dar un paso más
y atraer la atención de propios y extraños con un acto determinante: plasmar
sus exigencias en el Reloj Monumental.
No fue raro que las opiniones se polarizaran y que se despertara
esa doble moral tan escondida pero tan significativa en el temperamento de los
pachuqueños. Todos son libres de expresar su apoyo o desacuerdo en cuanto a un
suceso, pero lo lamentable son las escaramuzas de insultos y oprobios entre
quienes se siente vulnerados por la pinta sobre un monumento y quienes
defienden el derecho de que la mujer viva sin tener miedo.
Eso es todavía más lamentable. Los verdaderos culpables de
las pintas del reloj somos los machos que hemos ejercido una hegemonía estúpida
y arcaica para mantener el control de las mujeres. El movimiento feminista sólo
ha trasladado las cicatrices que les hemos provocado a los trazos hechos con
espray sobre la piedra. La sociedad parsimoniosa que se divide se vuelve
cómplice de un hecho que a todas luces no debería de ocurrir: nadie,
absolutamente nadie, mucho menos las mujeres, deberían de tener miedo de salir
a la calle o de ser agredidas, insultadas, violadas o asesinadas sólo por el
hecho de ser mujeres. ¿En qué clase de país vivimos, que esto es pan de todos
los días?
Lo cierto es que, las mujeres que protestaron “atentando”
contra el emblema de esta ciudad no deberían estar solas; deberíamos todos, verbigracia
los hombres que luchamos todos los días por detectar y transformar nuestros
rasgos machistas; acompañarlas, codo a codo como diría el centenario Benedetti,
porque no queremos más que tengan miedo.
Las pintas se quitarán de la piedra, tal vez no
completamente, pero serán imperceptibles, y tal vez ninguna de ellas devuelva
la vida de aquellas que ya fueron asesinadas o desaparecidas, sin embargo, podrán
salvar a otras que están o estarán en riesgo de ser víctimas de sus padres,
novios, esposos, compañeros de clase o de simples extraños que por la calle se
creen con el derecho de tomarlas o destruirlas.
Creo que sí, una de nuestras mujeres cercanas fuera la
víctima, actuaríamos, sin pensarlo. Yo pintaría el Reloj y quemaría toda la
ciudad si mi hija o mi novia desaparecieran, si fueran asesinadas, no dejaría
piedra sobre piedras hasta que se hiciera justicia y la violencia se detuviera,
porque no es solamente el hecho de capturar a los asesinos, hay que parar la
situación que nos ha traído hasta aquí.
¿Usted, estimado lector, no haría lo mismo?
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